Revista Cultura y Ocio

Las murallas de Ávila

Por Legionixhispana

Cuenta una leyenda abulense que en el año de 1.112, Alfonso I el Batallador, belicoso monarca del reino de Aragón, plantaba sus tropas ante las murallas de la ciudad de Ávila. Su exigencia, que el Niño Rey le fuera entregado.

Esposado con doña Urraca de Castilla (hija de Alfonso VI de León y viuda de don Raimundo de Borgoña), se convirtió, entonces, en padrastro del que sería conocido en un futuro como Alfonso VII “el Emperador”, aunque en esos días sólo fuera un joven infante. La unión entre los dos reinos no sería más que un matrimonio de conveniencia, como tantos otros que se formalizaron en aquellos tiempos, aunque manifestándose la relación discordante desde un principio. La existencia del que fuera heredero legítimo de Castilla no hacía más que entorpecer las ambiciosas pretensiones del de Aragón.

PUERTA SAN VICENTE

Puerta de San Vicente. Murallas de Ávila.

Antes de que fuera hecha prisionera doña Urraca por orden de su marido, con ayuda de sus leales, ya alzados en armas, la madre consiguió alejar de las garras del Batallador a su hijo y protegerlo tras las murallas de Ávila. Blasco Jimeno, Alcaide de dicha ciudad y uno de sus más fieles nobles castellanos, lograba preservar la independencia del reino de Castilla e impedir su anexión con el reino de Aragón.

Fue entonces cuando el soberano padrastro se presentó, junto con sus huestes, en tierras abulenses para someter la ciudad como había hecho con otras del reino, requiriendo la entrega del niño. Desde las murallas sólo recibirá una negativa por respuesta.

Las murallas de Ávila

Murallas vistas desde la carretera de la Ronda Vieja, Ávila.

Llegó a amenazar a la ciudad y demandar su sometimiento, pero los abulenses, leales a su rey, nunca abrieron las puertas. El pequeño rey, su Rey, se encontraba con ellos, le arremeterá Blasco Jimeno desde las almenas, pero nunca le sería entregado. Con este gesto, los de Ávila rechazaban al rey de Aragón, reconociendo como único señor al heredero de doña Urraca.

Alfonso I era hombre perseverante y esa misma perseverancia fue la que acabó dándole sus frutos. El monarca de Aragón comunicó que no abandonaría las tierras de Ávila sin antes comprobar que fuera cierto el hecho de que el Infante se encontrara en la ciudad o, por el contrario, estuviese muerto y todo se tratara de un engaño. Los abulenses, ante tal amenaza consintieron enseñarle al pequeño, pero sólo por encima de las almenas de la muralla.

Las murallas de Ávila

Catedral de Ávila vista desde las murallas.

Este ardid, inocente a primera vista, obligaba a un desconfiado monarca a aproximarse en exceso a las defensas. Desde la posición donde se encontraba, quedaba demasiado distante como para verificar la correcta identidad del imberbe. Por el contrario, si se acercaba demasiado, quedaría expuesto a los saeteros. Por ello, para garantizar su seguridad cuando se aproximara a los muros, exigió, altivo y arrogante, la salvaguardia de no menos de sesenta abulenses para su entrega, la flor de la ciudad, prometiendo su restitución cumplidos dos meses.

Los de Ávila accedieron finalmente a la petición del rey aragonés. Por la Puerta de Malaventura salían sesenta castellanos de la ciudad de Ávila; algunos de sus más aventajados caballeros acompañados también de sus escuderos. Todos ellos fueron llevados a los reales del de Aragón mientras este, cauto, se aproximaba hasta las murallas para comprobar si aquel niño que el Alcaide levantaba entre sus brazos era realmente su hijastro.

Las murallas de Ávila

Cimorrio de la Catedral de Ávila.

Furioso al comprobar con sus propios ojos que el hijo de doña Urraca se encontraba vivo y bien guarnecido tras monumentales defensas de complicada expugnación, decidió volver sobre sus pasos y ordenar levantar el Real con la idea de retirarse hacia el norte, llevándose consigo a los sesenta rehenes. En el interior de la ciudad todo fueron alegrías y festejos al contemplar como las grupas de las monturas enemigas se retiraban. En realidad la satisfacción poco duraría, pues pronto llegaron nuevas acerca de una macabra noticia.

Alfonso I aún no había abandonado tierras abulenses cuando, en un acto de cruenta represalia, ordenó cocer vivos a gran parte de los cautivos en ollas rellenas de aceite hirviendo; el resto los utilizaría para la guerra. Ese lugar sigue siendo recordado como Las Hervencinas, donde la ciudad y sus habitantes pudieron a bien contemplar tan magno espanto.

Un enorme horror y una gran desolación atravesó las almas de aquellos que aún permanecían tras las murallas de Ávila. Prestigiosos nobles abulenses junto a sus herederos habían sido ejecutados de forma vil y con suma crueldad; no se haría esperar la reacción de los castellanos. Conscientes de su inferioridad frente al ejército del rey de Aragón, se resolvió que sólo un grupo de valerosos caballeros, encabezados por el propio Blasco Jimeno y su sobrino, partiera al encuentro del Batallador. Tal vez no tuviesen posibilidades en una batalla a campo abierto, carecían de tropas suficientes como para hacerle frente, pero sí podían intentar algo distinto: exigirle un reto a duelo por tan cruel afrenta.

Las murallas de Ávila

Torres vistas desde las murallas de Ávila.

El grupo de castellanos pudo dar alcance al rey de Aragón en una planicie en tierras de Cantiveros, cuando Alfonso I marchaba en dirección a Zamora. El rey se negó al reto exigido por los abulenses, pero no desaprovecharía la oportunidad de eliminar a unos cuantos abulenses más; sobre todo si entre sus filas se encontraba el Alcaide de Ávila, el mismo que horas antes le había desafiado tras las murallas al no hacerle entrega de su hijastro, como le había exigió. Sin responder palabra, el belicoso y arrogante rey de Aragón, ordenó a sus hombres que los de Ávila fueran muertos allí mismo.

Esta es la leyenda del Niño Rey y de las murallas de Ávila. Pero, ¿qué ha perdurado de ella hasta nuestros días? ¿Ha quedado algún rastro de la misma? Para empezar, la puerta por donde salieron los sesenta caballeros pasó a llamarse “la mala ventura”. Se conoce que la misma se mantuvo cerrada en señal de duelo hasta el siglo XV.

Las murallas de Ávila

Catedral de Ávila vista desde el paseo de murallas.

Tras fallecer doña Urraca, el Niño Rey fue coronado como rey de Castilla. Este nuevo monarca, en un gesto de agradecimiento a la ciudad de Ávila, permitió que en su escudo figurara la leyenda “Ávila del Rey”. En el blasón también quedará representado el Cimorro de la catedral con el Rey Niño en lo alto, supuestamente el lugar donde Blasco Jimeno mostró el pequeño al rey de Aragón.

Por último, en el pueblo de Cantiveros, a cuarenta y cinco kilómetros de distancia con respecto a Ávila y donde el Alcaide de la ciudad retó al rey de Aragón, se erigió una cruz de piedra conocida como “Cruz del Reto”, la cual fue sustituida por una nueva en el siglo XVII. En ella reza la inscripción: “Aquí retó Cantiveros hijo de Fortún Blasco al rey Alonso el primero de Aragón quien contra su palabra y juramento hirvió en aceite sesenta caballeros avileses que la ciudad le dio en rehenes ofendido de que no le entregase al rey don Alonso el séptimo que tenía en guarda y acometido del exército real murió como un gran caballero vendiendo muy cara su vida dexando a los venideros memoria de su valor. Año de 1.112. Quien dixere una ave María por su ánima gana cuarenta días de perdón.”.

Bibliografía:

  • Estudio histórico de Ávila y su territorio (Enrique Ballesteros. Año 1.894)
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