Revista Cultura y Ocio

Las nubes, por Juan José Saer

Publicado el 23 marzo 2010 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Muchnik Editores. 182 páginas. Edición de 2002, primera edición argentina de 1997
La Pesquisa de Juan José Saer fue posiblemente el libro que más que sorprendió de los once que me traje de mi viaje a Argentina durante el último verano. Indagando sobre el autor, leí que Las nubes, la novela que publicó después de aquélla, era en cierto modo una continuación. Esta última frase sólo es parcialmente cierta.
Saer construye sus novelas y relatos tomando como referente físico a su ciudad natal, Santa Fe, que muchas veces aparece nombrada simplemente como “la ciudad”, y en la mayoría de las ocasiones utiliza a personajes entrelazados en diferentes momentos de sus vidas.
En La pesquisa, Pichón Garay regresa a Argentina tras bastantes años de residir en Francia. En su país natal se encuentra con viejos conocidos, como Tomatis, quien le presenta a uno de sus nuevos amigos, Soldi.
En Las nubes, Pichón ha regresado a París y recibe un diskette con unas memorias manuscritas que Soldi ha recibido de una anciana. Hace calor en París y Pichón está solo. Abre el texto en el ordenador y lee. Las nubes es el título del manuscrito. El juego entre los personajes habituales de Saer ha durando apenas 6 páginas. Así que en parte es cierto que Las nubes continúa a La pesquisa, y en parte es falso, ya que el grueso del libro está formado por una novela, escrita en forma de memorias, que transcurre en la Argentina de 1804.
El manuscrito de Las nubes está escrito por el doctor Real, especializado en psiquiatría, nacido en Argentina pero formado en Europa. Aquí de joven conoce al maduro al doctor Weiss, cuyos métodos para el tratamiento de los enfermos mentales admira. El doctor Weiss es una de las creaciones más notables del libro. El doctor Real (su nombre actúa como contraste frente a la realidad teatral de los locos), desde la distancia de los años (Soldi, que interviene haciendo alguna pequeña anotación en el manuscrito, piensa que se escribió en 1835), nos habla de la relación con su mentor, quien al parecer se acercó a él en Europa tras saber que provenía de Argentina, debido a que el doctor Weiss tenía un proyecto para abrir una institución psiquiátrica allí.
El doctor Real nos habla de la fundación de esa institución, llamada Las Tres Acacias, a las afueras de un Buenos Aires convulso por los movimientos independentistas y las guerras civiles (En esto me ha recordado a la recreación de la época que hacía Andrés Rivera en El farmer, excelente libro que también compré en Buenos Aires). La institución permanecerá abierta 14 años, su final también nos será narrado, y este marco temporal le sirve al doctor Real para encuadrar lo que en verdad le ha llevado a escribir unas memorias: el viaje que tuvo que realizar hasta “la ciudad” (Santa Fe) para conducir desde allí a 4 enfermos mentales (que luego serán 5) hasta Las Tres Acacias.
Como en La pesquisa las reflexiones sobre la locura y su repercusión social son constantes.
En Santa Fe la caravana permanece una temporada varada por la crecida de un río hasta que puede ponerse en marcha hacia Buenos Aires. El doctor Real demora su escritura en la descripción de los 5 locos, cuyos problemas se derivan en gran parte de su relación con el lenguaje o la escritura. “Vale la pena hacer notar que los enfermos metales, cuando poseen cierta educación, tienen casi siempre la tendencia irresistible a expresarse por escrito, intentando disciplinar sus divagaciones en el molde de un tratado filosófico o de una composición literaria”, escribe Saer en la página 94, lo que parece un juego irónico sobre su condición de escritor.
Saer se muestra como un admirador de Borges en muchas características de este libro:
1) En el gusto por los personajes gauchescos.
2) En el juego sobre las repeticiones en la percepción en un paisaje tan plano como la pampa. Así se lee en la página 136: “Las cosas que, fuera del avanzar del jinete, pueden ocurrir a menudo por ser propias del lugar, terminan adaptándose a esa ilusión de repetición, y si la primera vez que suceden atraen la mirada y aun la curiosidad del viajero, al cabo de cierto tiempo ya se han vuelto más que familiares y flotan, fantasmáticas, más allá de la experiencia, y, por momentos, incluso más allá del conocer”.
3) Y sobre todo parece desarrollar una idea de Borges que leí en algún lugar de sus Obras completas, Volumen I, cuando afirma que “para el gaucho la pampa es como el mar para los ingleses”. Así Saer en la página 102 de Las nubes dice: “Más de una vez me vi a mí mismo atravesando la llanura como Eneas el mar adverso y desconocido”, o compara a los perros que siguen a la caravana con las gaviotas que siguen a los barcos.
El uso del lenguaje de esta novela me ha parecido uno de los más brillantes con el que me encontrado en los últimos años, con el empleo de frases largas, incisivas e inteligentes, donde multitud de subordinadas van matizando a la idea principal.
Por momentos el estilo me recordaba al de Cervantes o al de Borges (es decir, al mejor estilo de nuestro idioma); he llegado a intuir también que Saer había leído y asimilado como referente a Gesualdo Bufalino, uno de los mejores autores de la segunda mitad del siglo XX, que, como apuntaba hace unos meses Iván Thays en su Moleskine literario, incompresiblemente no ha tenido nunca mucho reconocimiento en España.
Saer, muerto en 2005, me está parecido uno de los mejores escritores en nuestra lengua de, al menos, las dos últimas décadas. Ricardo Piglia escribe: “decir que Saer es el mejor escritor argentino actual es una manera de desmerecer su obra. Sería preciso decir, para ser más exactos, que Saer es uno de los mejores escritores actuales en cualquier lengua”.
Cuando uno lleva muchos años leyendo es difícil sentir el mismo deslumbramiento ante los libros que a los 20 años, al leer este libro he sentido en múltiples ocasiones que lo recuperaba. Saer no es un autor muy reconocido en España, creo que en Argentina se le está reivindicado actualmente a nivel académico. Es posible, si esto de la Literatura sigue teniendo sentido en el futuro, que en unas décadas pensemos en él como el nuevo Borges o algo similar.
Ya he empezado a leer su obra póstula e inacabada: La grande.

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