Hace unas semanas, la corresponsal del diario El País nos contaba como un resistente sirio le relataba la siguiente experiencia:“cuando pasé por el control policial , el soldado me preguntó que si llevaba Facebook encima, se lo diera, como si Facebook fuera algo fisico”
Anécdotas como esta dan buena cuenta de hasta qué punto los nuevos medios de comunicación, con conexión global, acceso a noticias extranjeras y que ofrecen la capacidad de publicar contenidos a tiempo real fuera de las fronteras nacionales, han sido temidas por los gobiernos y a la postre se han convertido en un elemento clave para el triunfo de las revueltas a nivel global.
La chispa que prendió las revueltas populares en el norte de África, fue
Wikileaks. Las filtraciones logradas por Julian Assange y publicadas por los principales diarios de lectura global, dieron a conocer el verdadero nivel de corrupción de las tiranía árabes y que desconocían millones de ciudadanos egipcios, tunecinos o sirios. A partir de ahí, ninguna censura interior logró tapar éstas informaciones, que se difundieron a través de blogs, Twitter, Facebook… de forma instantánea. Ni la persecución de los blogueros en Egipto, con palizas de muerte incluidas, ni la censura de Twitter y Facebook, que fue burlada por los usuarios árabes mediante las conexiones vía satélite, sirvieron para acallar una ola de mensajes que organizaron movilizaciones masivas. Tal y como argumentaba Manuel Castells en su monumental obra “La era de la información”: el tiempo ha muerto. La comunicación instantánea ha hecho imposible su control por parte de las autoridades y ha permitido superar las barreras que las televisiones nacionales, leyes de prensa y amenazas policiales provocaban tiempo atrás en cualquier tarea de movilización. La falta de capacidad para controlar la información ha generado “ciudadanos libres a nivel global a pesar de estar oprimidos en sus estados” tal y y como apunta Lluis Bassets en su nueva obra sobre las revoluciones árabes: “El año de las revoluciones”. Algunos teóricos como Negri y Michael Hardt argumentaban ya años atrás, con el comienzo de las primeras revueltas anti-sistema, cómo el avance de la tecnología digital generaría una ciudadanía activa encaminada a una mayor participación democrática. Al menos de momento, la revolución digital ha logrado un aumento sin precedentes de la transparencia gubernamental “involuntaria”, y una capacidad de movilización y concienciación sin parangón tal y como hemos podido ver en el 15-M y el movimiento Democracia Real Ya en España, el movimiento Occupy Wall Street, el fenómeno Anonymous o en las revoluciones del Norte de África. Internet, ha fomentado la cultura de la homogenidad global y el consumismo, pero a su vez, ha acabado por generar unas fuerzas centrífugas dirigidas hacia el sistema y el triunfo de las denostadas revoluciones espontáneas, ahora más posibles que nunca en toda la historia.