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Las bases del concurso de ideas convocado por el Sevilla F.C. para la construcción de su estadio imponían las siguientes condiciones:
1º).- Conseguir dentro del terreno disponible, ampliando la edificación hasta los límites de las calles existentes, la capacidad prevista de 50.000 espectadores.
2º).- Conseguir la disposición estructural más conveniente para lograr las mejores condiciones de visibilidad y capacidad dentro del mínimo coste.
3º).- Conseguir una solución que permita de forma escalonada el desarrollo del proyecto por etapas, compatibilizándolo con la celebración de los partidos reglamentarios.
4º).- Lograr una disposición de formas exteriores a base de la propias estructura para obtener un efecto de conjunto de agradables y bellas proporciones.
Se estableció un segundo premio de 30.000 pesetas, y un primer premio de 50.000, que fue concedido al arquitecto Manuel Muñoz Monasterio, autor del proyecto del nuevo Chamartín. El jurado lo integraron el propio Ramón Sánchez-Pizjuán, como Presidente de la entidad, junto con los arquitectos José Manuel Benjumea Vázquez-Armero (furibundo aficionado bético, hermano del Presidente verdiblanco Eduardo Benjumea, famoso por su espantá en el caso Antúnez), designado por el Colegio Oficial de Arquitectos; José Galnares Sagastizábal, designado por los concursantes; y Antonio Delgado Roig, designado por el club, más el ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, Francisco Graciani Brazal, directivo blanco, igualmente designado por el club.
El presupuesto de las obras según el proyecto ganador del concurso ascendía a unos 25 millones de pesetas, sin embargo, tras un año de intensos trabajos, sucesivos cambios de dicho proyecto situaron el presupuesto, antes de iniciarse su ejecución, en 50 millones de pesetas. Obviamente, la financiación de la obra pasaba a ser el punto determinante de la ambiciosa empresa.
“El nuevo campo será capaz para sesenta mil espectadores, ampliable a cien mil, y contará con veinticinco mil localidades con asiento, instalándose en él piscina, baloncesto, pistas de tenis y cuatro bares.
Asimismo el estadio tendrá treinta y dos puertas y un aparcamiento para unos seis mil coches, pudiéndose construir el nuevo campo en un plazo de dieciocho a veinticinco meses, a partir del comienzo de las obras”.
“… el Sevilla desveló sus trabajos financieros al ofrecernos la sensacional nueva de ser ya un hecho consumado la financiación de ese medio centenar de millones de pesetas, mediante los cuales comenzará en seguida la construcción del soñado gran estadio, capaz de albergar sesenta mil “forofos”. El hecho es confabuloso, más si tenemos en cuenta que se trata de iniciativa privada …”
“Está garantizada la financiación de los 50 millones de pesetas”
“El nuevo campo va a construirse inmediatamente. Una importante entidad financiera nacional, en colaboración con otra sevillana, hará suya la emisión de cincuenta millones de pesetas que, tan pronto se celebre la próxima asamblea general de socios, y con su anuencia, habrá lugar.”
Llamamos la atención sobre la naturaleza de la operación jurídica apalabrada, “financiación”, esto es crédito o préstamos, de obligada devolución. Y de paso también, sobre la contraparte de dichos negocios jurídicos, “entidades financieras”, profesionales del ramo, que ganan dinero prestando dinero, y están muy lejos de cualquier idea de mecenazgo u ONG.
El Banco Español de Crédito y la Caja Rural fueron las dos entidades citadas ¿Por qué estas entidades iban a embarcarse en una operación financiera de tantísimo calado junto con el Sevilla F.C.? La respuesta la tenemos aquí:
“El trabajo de muchos años, la creación de un patrimonio en el actual Nervión y el reafirmado cuadro de jugadores que anualmente hacen que figure el nombre de Sevilla junto a Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia, desembocan ahora en ese gran estadio que será prontamente un orgullo más para aquellos que hubieron la suerte de nacer y vivir a la sombra de la Giralda”.
Efectivamente, la solvencia patrimonial del Sevilla F.C., como consecuencia de la sufrida inversión en la compra, con sus propios y exclusivos medios, de todos los terrenos de aquella manzana de Nervión, hacía que ahora sirviese como garantía real, tangible y suficiente como para encontrar aliados financieros que anticiparan el líquido necesario para atender los gastos de tan magnífica inversión.
Dicho de otro modo: más allá de que encontrase mayor o menor sintonía en instituciones o autoridades, dada su enorme repercusión para la ciudad, era el propio Sevilla, con sus propios recursos, quien podía posibilitar la obra de su estadio. Sin patrimonio de su propiedad que garantizase su solvencia ni estatus deportivo de élite, jamás habría podido acometer la descomunal empresa.
Y fue precisamente la singular trascendencia de la obra para la ciudad lo que posibilitó inicialmente la autorización de las obras y la concesión de las licencias sin exigencia de los arbitrios municipales propios de cualquier edificación. No olviden el adverbio “inicialmente” que hemos utilizado, que más adelante volveremos sobre ello. El texto del correspondiente acuerdo municipal, que cuenta verdades como puños, no tiene desperdicio:
“El desarrollo cada vez más creciente que viene adquiriendo la práctica de los deportes, más acusadamente el futbolístico, de un marcado y hondo arraigo popular, y la categoría lograda por la Sociedad de esta clase que lleva el nombre de Sevilla Club de Fútbol, cuyo equipo representativo ha ganado, a través de sucesivos campeonatos, los más preciados títulos en competiciones nacionales y extranjeras, hizo concebir a cuantos la integran la plausible idea de sustituir su actual campo de juegos, a todas luces anticuado e insuficiente, por uno de moderna traza y de la máxima capacidad, digno de la ciudad cuyo nombre simboliza.
Este tenaz y decidido empeño, felizmente acogido por los dirigentes de nuestra primera entidad deportiva, va a tener, gracias al esfuerzo y entusiasmo de todos, una realidad inmediata, mediante la construcción del nuevo estadio, el Gran Nervión, conforme al proyecto elegido de entre los presentados en el concurso que al efecto se celebró, de una importancia que no creemos preciso encomiar, y que va a constituir marco adecuado de aquel conjunto de actividades, a tono con el prestigio conseguido por club de historial tan brillante, con sus resonantes actuaciones en la División de Honor, y que al mismo tiempo dará un mayor realce a Sevilla.
Para esta construcción, que no dudamos en calificar de magna, se ha solicitado la correspondiente licencia municipal por el presidente de la Sociedad de referencia y el de la “Inmobiliaria Nervión”, dado el emplazamiento que en terrenos de este barrio ha de tener, próximos al que el actual campo ocupa, enmarcados entre la Avenida de Eduardo Dato, calles Benito Más y Prats, José Luis de Casso y otras; aportándose a tal fin los planos respectivos, bajo la dirección facultativa de los arquitectos, señores Muñoz Monasterio, Delgado Roig y Balbontín de Orta. En la memoria adjunta detállanse las características que ofrecerá, acomodadas a las necesidades previstas: área total que abarcará su recinto: cabida de espectadores sentados y en pie; distribución adoptada; anchuras de pasillos, gradas y escaleras; instalaciones complementarias y, en general, todos los pormenores de las obras, cuyo coste aparece cifrado, en números redondos, en 42.000.000 pesetas.
Ciertamente que esta loable iniciativa, que recoge una unánime aspiración, viene a satisfacer en este ramo del deporte una necesidad generalmente sentida, y cuyo fomento, desde el punto de vista municipal, es totalmente obligado, no tan sólo como medio de recreo o esparcimiento, sino también por su carácter físico-educativo, que viene impuesto para los grandes Municipios; por lo que este propósito de la nueva construcción ha de merecer una aceptación calurosa y la más eficaz y decidida ayuda, ya que la manifestación urbanística que ella implica, que viene a incrementar el acervo con que en este orden de cosas cuenta nuestra ciudad, se halla íntimamente ligada con el porvenir de la Gran Sevilla.
En su virtud, la Alcaldía cree de su deber y tiene como elevada honra proponer a V.E. que a su juicio debe ser adoptado el acuerdo que sigue:
Conceder licencia de obras al Sevilla Club de Fútbol, para que, con arreglo al proyecto presentado y bajo la dirección facultativa competente, lleve a cabo las obras de construcción de su nuevo estadio en sustitución del campo de deportes que actualmente utiliza en terrenos del barrio de Nervión, enclavados entre la Avenida de Eduardo Dato, calles Benito Más y Prats, José Luis de Casso y otras, representadas en el plano de planta aportado; sin la imposición de árbitros de ninguna clase.”
El arbitrio municipal al que se refiere el acuerdo era el equivalente al ICIO de hoy en día, que está cifrado (desde 2016) en el 3,5% del presupuesto de ejecución material de la obra en sentido estricto, esto es, excluyendo conceptos como gastos generales, beneficio industrial, tributos, control de calidad, seguridad y salud y honorarios técnicos. Evidentemente es imposible trasladar este concepto a aquellos tiempos, no sólo porque el tipo impositivo sería distinto, sino porque también lo sería la propia base imponible, aunque seguro que no tan elevada como hoy día. Asumiendo el tipo actual, y sin descontar ningún concepto del presupuesto conocido, es decir, partiendo de los 42.000.000 pesetas del proyecto autorizado, la exención de arbitrios no llegaría ni a 1,5 millones de pesetas. Pero no den por cerrado este tema, más adelante, en otro capítulo, les desvelaremos lo que acabó sucediendo con los arbitrios supuestamente exonerados al Sevilla F.C.
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