En la curva de una carretera secundaria, tirado en el arcén, yacía muerto el raposo. Su cuerpo aún caliente y la sangre fresca sobre la calzada no dejaba dudas de que había sido atropellado pocos minutos antes de que yo hubiera pasado por allí.
En el año 2016, según los datos del Ministerio de Fomento, la longitud total de la red de carreteras del estado era 165.483 km, de las cuales el 94% eran carreteras convencionales. A todos estos kilómetros de asfalto hay que sumar 489.698 km más de carreteras de competencia municipal, la mayoría de ellas vías interurbanas. Toda esta red de comunicaciones (a las que habría que añadir vías férreas y otras infraestructuras) han contribuido a acercar pueblos, ciudades y personas, pero al mismo tiempo han creado barreras para muchos animales que en muchos casos resultan infranqueables y que en otros se convierten en trampas mortales para muchas especies.
Si tenemos en cuenta que por esa red de carreteras circulan actualmente 31.029.622 de vehículos, entre camiones, furgonetas, autobuses, turismos y motocicletas (15 millones más que en 1990), no es de extrañar que el número de accidentes en los que se ven involucrados animales salvajes o domésticos se haya incrementado exponencialmente en los últimos años.
Los informes de varias aseguradoras señalan que un 7% de los accidentes de tráfico en España se producen por colisiones contra animales, siendo el jabalí, el corzo y los perros domésticos las especies que se ven involucradas en más del 75% de ellos. Según un estudio realizado por la DGT, solo en 2012 se contabilizaron 484 siniestros por colisiones con animales, que tuvieron como consecuencia 4 víctimas mortales, 51 heridos graves y 586 heridos leves entre los ocupantes de los vehículos.
Pero aparte de estos accidentes registrados por las compañías de seguros y por la DGT, hay una ingente cantidad de animales que mueren anualmente en la carretera y que suelen pasar desapercibidos en la mayoría de los casos. Según un trabajo realizado por la Sociedad para la Conservación de los Vertebrados en 2003, y tras el análisis de una muestra de 43.505 vertebrados muertos por esta causa, se ha estimado que más de 30 millones de estos animales mueren cada año en nuestras carreteras, de los que el 36,36% son aves, un 33,66% mamíferos, el 22,91% anfibios y el 6,23% reptiles (PMVC, 2003). Y estas esta estimación sin duda está infravalorada, si tenemos en cuenta que en ese mismo informe se indica que el 90% de los cadáveres, sobre todo los de pequeño tamaño, desaparecen en menos de 24 horas. De hecho, hay algunas especies, como las cornejas o los milanos negros, que se han especializado en alimentarse de los animales atropellados en los arcenes, e incluso algunos paseriformes, como lavanderas y gorriones, que encuentran una fuente casi inagotable de proteínas gracias a la infinidad de insectos que mueren aplastados contra nuestros coches.
Para algunas especies, muchas de ellas en peligro de extinción, como el lince ibérico, los atropellos son una de sus mayores causas de mortalidad, y en este último caso están frenando la recuperación de la especie. Entre las aves, las especies más sensibles son las rapaces nocturnas, y entre estas las lechuzas (Tyto alba). Adrián Vigil, miembro de la Coordinadora Ornitolóxica d'Asturies (COA), ha recopilado un total de 140 citas de lechuzas muertas en Asturies durante el año 2008, el 50% de las cuales perdieron la vida en 30 puntos negros que en total suman unos 25 km de carreteras.
Es evidente que es imposible eliminar completamente esta causa de mortalidad entre los animales salvajes, aun así se podría reducir enormemente su incidencia. Si bajamos la velocidad en las carreteras rurales, sobre todo por la noche, si se señalizan convenientemente los puntos negros y se colocan barreras disuasorias (no transparentes), además de pasos de fauna en los principales lugares de tránsito de animales se podrían evitar muchas de estas muertes. Sólo hace falta un pequeño esfuerzo por parte de todos.
ReferenciasPMVC. 2003. Mortalidad de vertebrados en carreteras. Documento técnico de conservación nº 4. Sociedad para la Conservación de los Vertebrados (SCV). Madrid. 350 páginas