Revista Cultura y Ocio

Las palabras, ah las palabras

Por Calvodemora
Me asombra todavía el rigor con que la vida despacha sus asuntos en mis carnes. Cómo, en ocasiones, me atropella, desvalija mi alma y derrota, sin estrépito, las nobles intenciones, los altos muros de mi felicidad bien acuertalada. No sé bien a qué esta tiranía. No entro en comprender en qué marro, dónde pierdo el tino, cuándo la esperanza. He aprendido, no obstante, a manejarme en esta materia fatigosa que es vivir. Zurzo los rotos como puedo. Me esmero en la caligrafía. Asumo la porción de sombra que en este reparto infame se me dio en suerte. Libro las batallas habituales y las acabo siempre olvidando. Coincido en los vicios de muchos y gasto algunos muy privados que no entran en la razón de otros. No escarmiento, en suma, y me da por perderme, a mis años, en el envés de las palabras, en escribir – o tal vez escriturar – mi sencilla plegaria, mi voz impura. En rffugiarme en lo invisible. En acudir, sin ser invitado, al festín de las palabras. Ah las palabras. No hay otro ejército. Ninguna guerra se libra sin ellas. Son, a poco que se las observa con calma, la razón de todo lo hermoso y de todo lo deplorable que nos escolta cada día al sueño. El de anoche fue hermoso, a su manera. Es curioso que al despertar, ocupado todavía en discernir la verosimilitud de lo soñado, no haya sentido el peso de ninguna palabra. Solo dos imágenes. De las que no puedo decir nada.

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