Texto del audio. Nada puede medir el peso, la fuerza y el poder que traen consigo algunas palabras. Podemos contar sus letras, ver el espacio que ocupan en un papel o en una pantalla, podemos cuantificar y escuchar sus fonemas, seguir su cadencia o ritmo; sin embargo, la energía de las palabras, esa que lleva consigo su capacidad de sugestión y de seducción, su fuerza constructiva o devastadora, su electricidad positiva o negativa, es sembrada, crece y florece en los lugares más recónditos, etéreos, emocionales o espirituales de cada ser humano que las escribe o pronuncia.Las palabras echan sus más hondas raíces y arraigan en las experiencias que vivimos y crecen con ellas. Viven en los sentimientos, sirven de expresión al alma y duermen arropadas en el lecho del corazón.Los sentimientos quebrados, los corazones rotos, las almas deshechas tienden a hacer de las palabras escudos protectores o lanzas que se dirigen para herir y hacer sufrir a otros.
Nadie feliz hace daño. Toda persona que hace daño ha sido dañada en su capacidad de vivir desde lo mejor de sí misma. Y con ello quedaron afectadas sus palabras, sus miradas, sus manos y sus maneras de ver, acercarse y relacionarse con los otros.El acoso hace un uso peculiar de las palabras: usa un espectro muy concreto y determinado, palabras afiladas, palabras que niegan al otro, en lugar de afirmarlo, palabras que hieren en vez de sanar, frases de desprecio, vocablos malsonantes, voces que desprender el olor fétido del insulto, la injuria o la malediciencia.Las palabras acosadoras no van nunca solas. Las acompañan miradas duras, puños cerrados, voces crispadas, rostros oscurecidos y corazones de piedra.Son palabras y expresiones que contaminan todo lo que tocan, agujeros negros que quieren hacer desaparecer a quienes van dirigidas y que disuelve a quienes las pronuncian.Las palabras de un acosador son como cuencos que va llenando de expectativas, de juicios y prejuicios, de valoraciones, de comparaciones, de sugestiones, de sensaciones, de sentimientos y las hace rebosar con los despojos de su propia historia más oscura e inconsciente.Los golpes hieren la piel del acosado. Por eso, un acosador inteligente usará las palabras como piedras, como cuchillos, como armas que hieren el adentro más profundo y no visible de sus víctimas. Pero olvida que la cara es el espejo del alma y que a través de los ojos se asoma siempre al mundo el dolor de quien sufre.Ojos, miradas y caras…. los grandes espacios reveladores del sufrimiento oculto, de los acosos escondidos y de las agresiones sutiles. Lugares donde los educadores han de mirar para detectar el maltrato sigiloso, para sacar a la luz lo que se mueve en las sombras y desde la propia sombra.Una o varias palabras pueden hacer mucho más daño que el más fuerte de los puñetazos. Y, por el contrario, las palabras adecuadas pueden hacer que un corazón abatido salga del pozo de tristeza o pesadumbre en el que se encontraba.Es necesario cambiar las palabras de quien acosa así como devolver la palabra al acosado. La palabra, el decir lo que pasa, es un primer espacio de liberación, un ámbito para la justicia y una herramienta de poder para la víctima.Las palabras huelen y saben a sentimiento. Hay palabras como brisa de la mañana, perfume de flores o música sublime que llena el corazón, alimenta el alma fortaleciéndola y enriquece el espíritu, en expresiones como “te reconozco”, “te acepto”, “te quiero”… Pero también las hay con olor de azufre y sonido terrible, palabras que queman en lo más profundo de nuestro ser cuandoofenden, engañan o tratan con violencia o de manera injusta.Podemos indagar los veneros y fuentes de determinadas maneras de acoso simplemente siguiendo el curso de las palabras, río arriba, observando cómo se usan y circulan, como transcurren o cómo se infiltran inundándolo todo.
A las palabras poderosas del acosador suele acompañar un silencio de mudez que corresponde a un corazón amordazado en su interior.La tarea educativa es doble: pulir, modificar, ennoblecer las palabras de quien acosa y, al mismo tiempo, devolver la palabra a la víctima. Una palabra que no sea mero desahogo sino un recobrar la conciencia de su propia fuerza, esa que se desprende de la dignidad recuperada.Audio del programa completo.