Joder, ya está bien de tantos lamentos, de tanta hipocresía, de tanto callar por el bien de los demás. Estoy aburrido de esperar mientras se me hace de noche y cambian la hora, y llega el otoño y yo no sé dónde voy a quedarme hasta que vuelva a salir el sol.
Nos necesitamos como las flores necesitan agua, como un calendario necesita el paso de los días, como un músico necesita escuchar la perfecta armonía.
Algunas veces me invitas a entrar en tu vida, en tus brazos, en tus piernas y tu boca; otras me dejas esperando en tu puerta.
Algunas veces quieres verme amanecer, respiras conmigo, te meces con el viento que se cuela por el resquicio de la ventana; otras ni tan sólo puedes mirarme a los ojos.
El mundo es tan caótico que nos hemos vuelto espirales de sentimientos y contradicciones sin fin. No sabemos elegir bien, ni decidir, ni responder sin ofender, ni comprender, ni empatizar, ni beber sin acabar dando de bruces contra el suelo.
Somos exceso.
Somos pelo y carne y uñas.
Se llena la ciudad de lluvias torrenciales, libros digitales y alas de cera. En las afueras sólo hay sangre y vertidos industriales.
Está todo volviéndose tan feo, difícil y raro que sólo quiero mirarte para poder salvarme.
A mí sólo dime las palabras mágicas esta vez, que no hace falta que te busque porque ya nos tenemos, que no hace falta que tiemble por las noches porque duermes conmigo, que me digas ahora me quedo.
Pronuncia las palabras mágicas, aunque sólo sea una vez, abre la puerta, dime te quiero.
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