Un desafío no menor significa repensar la relación entre el tema de género y el periodismo en un país como Chile, cuya primera mujer presidenta de la República, Michelle Bachelet, acaba de cumplir un primer año de mandato y el 50 % del gabinete ministerial y otros altos cargos de gobierno está integrados por mujeres por explícita decisión presidencial.
Si hoy aplicáramos a los medios chilenos la pauta que utilizamos en el último Monitoreo Mundial de Medios, organizado por la WACC Global (febrero 2005), que se reseña en el capítulo cinco de este libro, los resultados reflejarían un progreso que rozaría lo utópico en cuanto a “retrato” mediático de las mujeres chilenas, su empoderamiento, la visibilidad y trascendencia de sus actividades, capacidad expresiva, etc. Igual fenómeno ocurriría, imagino, en la Alemania de Angela Merkel, y en la Francia de Segolène Royal y su campaña por la presidencia.
Ya en ese caluroso verano 2005 –cuando con las compañeras de Isis Internacional y el Movimiento por la Emancipación de la Mujer Chilena– en el fragor del monitoreo, revisábamos las páginas de los periódicos del 16 de febrero, percibíamos que un solo hecho político –el nombramiento de la primera intendenta en el gobierno de la Región Metropolitana– producía cambios cuantitativos en el “retrato” que el periodismo construía de las mujeres en la vida pública.
(Y sin embargo...)
El sentido común nos obliga a reconocer que –por lo menos en Chile– estamos en otro capítulo de la larga lucha por modificar el tratamiento de los géneros en los medios, lucha que el libro aborda históricamente en el capítulo correspondiente. Historia que personalmente considero de dulce y agraz, pues nos hemos (y cuando digo “nos” me refiero a las periodistas con visión de género) desenvuelto entre la crítica más feroz a los medios y la voluntad de transformarlos, y la práctica que se traduce en vivenciar el placer oculto de consumirlos, incorporado temas antes “invisibles” (como la violencia intrafamiliar o el aborto), ha habido una importante apropiación de las TIC´s por parte del movimiento de mujeres, se ha avanzado en la constitución de redes, hay una mayor equidad en el número de mujeres y varones en el ejercicio de las prácticas comunicativas.
¿Cuánto ha aportado todo ello al cambio cultural en nuestros países? Sin duda, la respuesta a esa pregunta encierra un desafío a la academia, pero sobre todo a las políticas de comunicación y género. Urge en Chile analizar el fenómeno Bachelet y el gobierno paritario en su representación mediática, y descubrir las resignificaciones que hacen los/las destinatarios/as de esta nueva oferta discursiva y su influencia en la dimensión cultural de las relaciones de género. Ello nos desafía en nuestras metodologías y en nuestras decisiones políticas.
Un segundo punto tiene que ver con la democratización de los medios.
Otra dura batalla de larga data en América latina, que ha tenido momentos de gran avance, pero también de grandes retrocesos. Por ejemplo, en Chile, somos optimistas respecto al proceso para una mejoría de la legislación sobre radios comunitarias, pero la polémica acerca de las inminentes definiciones que debemos adoptar como país sobre la TV digital se hace cada día más áspera, con
gran ingerencia de los actuales broadcasters; además, progresivamente, hay mayor concentración en la propiedad de las radios comerciales pues grandes consorcios están adquiriendo a los “peces más pequeños”.
Los avances en el periodismo de género y en la justicia de género en los medios van de la mano con la democratización de las comunicaciones a todos los niveles. También, y principalmente en los poderosos instrumentos con que cuenta “la corriente principal” para proponer a las amplias audiencias sus visiones de mundo, aunque se alegue que éstas son “segmentadas”. Es justamente
para abordarlos que debemos tener estrategias políticas, pues como dijo en alguna oportunidad el argentino Eliseo Verón, es en la capacidad de distribución de significados en que reside el poder.
La conquista de Internet es un gran logro; la constitución de redes, otro. Demás está decir la trascendencia que tiene el “cambio de signo” en los mensajes de la prensa escrita, radial, televisiva en algunos países respecto a la visibilidad de las mujeres. Y la criticidad de los grupos al “leer” mensajes con perspectiva de género.
Pero el gran horizonte utópico –y me inscribo entre aquellos/as que lo persiguen y luchan por alcanzarlo– aún está lejano. Aproximarse exige mirar hacia otros sectores de la sociedad cuyo empoderamiento y desarrollo integral también requiere transformaciones en los sistemas comunicacionales y trabajar con ellos las estrategias de cambio. Estrategias que vayan desde tornarse especialista en legislación sobre medios digitales, hacer lobby con los guionistas de telenovelas para erradicar contenidos sexistas, hasta salir a la calle a protestar por titulares o imágenes que menoscaban la dignidad de las personas, sean ellas varones o mujeres. Avanzar significa asumir que la comunicación es un derecho humano, tal como lo es el derecho a la vida, a la paz, a la educación, a la salud, a vivir en un ambiente limpio. La justicia de género exige concebir la comunicación como un derecho humano y trabajar políticamente por ejercerlo.
Gracias, amigas, por permitirme decirlo.
Por Maria Elena Hermosilla
Periodista chilena y especialista en comunicación social (televisión, comunicación y género, políticas públicas en comunicación y comunicación y políticas sociales). Es magister en Comunicación por la Universidad Federal de Rio de Janeiro, Brasil. Ha sido profesora en Escuelas de Periodismo y Facultades de Comunicación en Brasil y Chile.
Prólogo del LibroFuente: Artemisa Noticias
Revista Comunicación
Las palabras tienen sexo "Introducción a un periodismo con perspectiva de género"
Publicado el 03 junio 2010 por Daniela @lasdiosasSus últimos artículos
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