Revista América Latina
Escrito originalmente, 08/03/12 a las 9:20 amEsta fría mañana en suelo caraqueño me levante más temprano de lo habitual, sentía unas energías diferentes que recorrían mi cuerpo, era una sensación de ir a un lugar desconocido con la única finalidad de conocer algo nuevo en mí. Esa extraña sensación que me inundaba, no sabía a qué se debía, en algún momento se me ocurrió que se originaba por la adrenalina que me causaba regresar a mi ciudad El Tigre o quizá que se debía al empuje emocional que me dio Eli Bravo en el conversatorio del día anterior…El caso es que desde que abrí los ojos, inconscientemente comencé a buscar las cosas que me conectaban con esta caracas que hace un año atrás moría por vivir en ella. Sin darme cuenta mi subconsciente me estaba empujando a comprobar cada una de las palabras que Eli dijo en su conversatorio, cada palabra dicha por ese cuarentón con escaso pelo era completamente cierta, “Todo es como tú lo veas”, ya no veía a esa Caracas caótica y desordenada que todos vemos, veía a una ciudad golpeada por la delincuencia y vandalismo, pero que en el fondo aun seguía siendo esa Caracas que nuestros padres nos contaban desde pequeños, esa ciudad esplendorosa y llena de vida vegetal por doquier estaba allí y me estaba hablando. Ese nuevo punto de vista que surgió en mi, fue cosechado por el genio Eli Bravo, recuerdo con mucha claridad las siguientes palabras que sirvieron como unos propulsores para desencadenar mi cambio: “Debemos alejar las energías negativas de nosotros” y “Nosotros debemos conectarnos con las cosas que más nos gustan de un lugar”, en su caso, el nos conto que para él son los sitios donde vivió alegrías en su infancia, la gente de Caracas y de toda Venezuela, y principalmente la singularidad del Ávila. Después de recibir una bocanada de todas esas ideas no me quedo más que hacerme la pregunta ¿Cuales son las cosas que quiero tomar y a las que me quiero conectar de esta Caracas que orgullosamente forma parte de una metamorfosis que no hice (Por ahora)?
La respuesta vino sola y sin ser invocada. Todo este caminar que estaba haciendo justo después de salir de mi hotel era parte de esa respuesta, todo absolutamente todo lo que estaba haciendo formaba parte de esa respuesta. He aquí un resumen de esta respuesta que no es nada fácil responder para nadie:Cuando Salí a hacer las últimas diligencias antes de dejar la ciudad, decidí no desayunar como típicamente lo estaba haciendo; le pedí al vendedor de avenas de la estación la Hoyada el vaso más grande que tenia, me lo tome recordando los viejos tiempos cuando mis padres y yo viajábamos constantemente a Caracas para comprar ropa porque eran vendedores informales, con recuerdos que iban y venían me sentía como un chiquitico, disfrutando de la belleza femenina del lugar me tome el vaso de avena en un santiamén. Al finalizar mi desayuno camine hacia el puente de donde se ven los tarantines de los negocios de la Hoyada, llegue hasta el final de ese puente y luego me regrese para poder pasar por la Catedral de la iglesia que se encuentra a una cuadra de esa estación. Mi intención era solo pasar, pero mi corazón me dio una patada justamente donde se juntan la decisión y la cobardía, desembocando en la valentía, y decidí entrar, me senté y ore un padre nuestro, hable con el Dios de todos y llore de la emoción, llore por el solo hecho de estar allí con vida, por estar contemplando la belleza del lugar y por ser afortunado de tener lo que tengo, al cabo de 15 minutos empezaron a dar las ostias, decidí recibir una, y ya ni recordaba su sabor. Salí de la iglesia y camine a buscarle un regalo a mis dos madres, primero le compre un detalle a Isabel y luego a mi otra mama, y también me compre unas cosas para mí. Seguí caminando, entre calles y calles, notaba una presencia policial como desde hace tiempo no veía, pase por la casa del libertador, me quede un rato admirando su belleza y luego de que se erizara todo el cuerpo me marche, continúe caminando, cuando pase por la asamblea nacional, me imaginaba sirviendo y ayudando a mi país en esa catedral del debate y democracia venezolana; casi ya con mis pies mal trechos por la larga caminata, me senté en la tan mágica Plaza Bolívar. Sentado allí con un frio que ya se me hacia cómodo, vi las palomas blancas que cuando era pequeño espantaba y jugueteaba con ellas, vi a la falda de la estatua de Bolívar a un niño correteándolas como lo solía hacer yo hace como 12 o 13 años atrás, todo me parecía una escena que sin duda era digna de ser recordada por toda mi existencia, hombres apurados y policías se mezclaban entre sí, eran como 10 policías en un lugar tan pequeño. Un grupo de niños riendo y corriendo estaban en una excursión por los emblemas caraqueños y se tiraron una foto en la estatua de nuestro líder legendario, todos gritaban con emoción ¡La estatua de Bolívar! Y yo por dentro también los acompañaba en su grito. Fue allí en ese lugar donde supe que yo no renuncie a Caracas por el hecho de decidir estudiar en mi ciudad natal, que tampoco renuncie a las oportunidades que me puede ofrecer caracas y sobre todas las cosas acepte que el pasado es solo eso, el pasado y que no vale la pena torturarme pensando en cosas que por los momentos no podrán pasar.