Revista Diario
- Disculpe - me dijo la buena mujer cuando ya se estaba marchando por la puerta después de informarle de que su familiar estaba sano y salvo en la URPA - ¿Le puedo hacer una pregunta personal? A pesar de lo que parezca - después de todo, desbarro aquí día sí y día también sobre mi vida personal - me aterra esa pregunta. Generalmente va seguida de algo sumamente desagradable. Pero hago de tripas corazón y respondo la única respuesta imposible si no quiero ser políticamente incorrecta. - ¿Acaba de tener usted un hijo hace poco? ¿Veis lo que os decía? Mecagoenlamadrequelaparió. Vale que he subido un poco en Navidad pero de ahí a parecer recién parida va un mundo. - Bueno, la última vez que parí fue hace siete años. Es sólo que este pijama hace más gorda aún de lo que una está y... - Oh, no - respondió ella, toda ruborizada - No me refería a que está gorda. Lo decía por las manchas. - ¿Manchas? ¿Qué manchas? - cada vez me cae usted mejor, oiga. - Las que tiene en la cara. - Esas manchas son pecas y las tengo desde pequeña - no cuento que una vez mi profesor de Derma las diagnosticó de cloasma gravídico arruinando la poca fe que pudiera tener en sus conocimientos. - Ay, sí, pero si acabara de parir le podía dar un remedio para que le quedara la cara blanca como el cristal y no así de negra. - A la doña le enseñaron tacto en el mismo sitio que a mi suegra. - Pero es que a mí me gusta así... - Coge usted el pañal de la primera meada del bebé y se lo frota bien por la cara - sigue diciendo ella haciendo caso omiso a mi cara de asco - Yo se lo hice a mi hija y ahora tiene la cara que parece una muñeca. ¿A qué va a ser este el origen de las cremas de urea?