Revista Cine
Las películas que Hitchcock nunca filmó (por Miguel Cane)/I
Publicado el 27 abril 2011 por DiezmartinezHay que darle el crédito al colega transterrado Miguel Cane. Por su iniciativa, vamos a iniciar una nueva serie de entradas: las películas que Hitchcock nunca dirigió. Es decir, cintas realizadas por otros cineastas que, sin embargo, traen el sello hitchcokiano por el estilo y/o por los temas que trata. Miguel se lanzó al ruedo con su propuesta: Mademoiselle, de Tony Richardson. Debo admitir que no había pensado en ella de esa manera. Pero, sí, el filme podría haber sido realizado por Hitchcock.¿Quién más le entra? ¿Fernanda, Agustín, Alonso, Mauro, Alberto, Arturo, Alejandro, Gabriel, Joel , Abraham y/o los demás que se apunten? Se trata de escribir un párrafo nada más: una descripción de por qué tal o cual cinta merecería haber sido dirigida por Hitch. Yo también propondré las mías, claro. Por lo pronto, la propuesta de Miguel Cane. Lo que sigue fue escrito por mi colega:
Mademoiselle (1966)Director: Tony RichardsonCon: Jeanne Moreau, Ettore Manni, Keith Skinner, Jane Beretta y Umberto Orsini
Partiendo de un guión ambiguo e implacable de Jean Genet, esta producción inglesa ambientada en un poblado rural francés, donde el tiempo parece haberse detenido, es un inquietante relato de perversidad suprema y erotismo a duras penas constreñido, dos temas que Hitchcock codiciaba, pero que los códigos vigentes no le permitían abordar como hubiera querido (hasta Frenzy, en el '72); la protagonista, Mademoiselle (la Moreau, fría y distante y al mismo tiempo, voluptuosa y flamígera) es la maestra del bucólico paraje donde una serie de tragedias – incendios, inundaciones, la masacre de animales de granja – ha causado que el ambiente se tiña de paranoia y agobio. Lo que el espectador sabe, desde un principio, es que esta elegante figura es la responsable de los estragos. ¿La razón? Una secreta obsesión sexual con Manou (Manni) un leñador viudo, a cuyo hijo Mademoiselle sutil y subrepticiamente martiriza en el salón de clases ante los otros niños. La pasión no correspondida se transforma en un despecho monstruoso y monumental, y teje sus hilos para crear un miasma de desconfianza y prejuicio. La imagen del “hombre equivocado” entra en juego y Richardson la utiliza plenamente al igual que los atributos de su estrella. El suspense, aún pese a saber que el ángel y el diablo son el mismo en la primera escena, se sostiene hasta el final.