Revista Cultura y Ocio

Las personas pepino

Publicado el 10 enero 2017 por Icastico

El pepino tiene un sabor cucurbitáceo a melón verde. A mi siempre me ha repetido. En mi época de clausura doméstica, cuando era menor de edad –y de juicio–, cuando era un juguete propiedad de mi padre, había algunas cosas comestibles que me repetían o directamente me producían arcadas. Y yo también se lo repetía, en alto y con todos mis hermanos como testigos para ver si me exoneraba en lo sucesivo de comer alimentos “repetitivos”. El cabrito contestaba: “qué suerte tienes, hijo, ya me gustaría a mi que me repitieran”. Claro, él fue uno de los miles de hijos de la hambruna que parió la guerra civil española. Se hartó de gachas y según contaba recogía las colillas del suelo para llenar el estómago de humo.

Ya puestos prefiero que me repitan unos percebes, unas lonchas de jamón Manchado de Jabugo o una flauta de aguacates y anchoas de Ferrán Adrià. Siguiendo la teoría de mi viejo, sería una forma de amortizar el precio de tan lujosas pitanzas, clonando placeres y sabores. Él era muy de aprovecharlo todo. Pero el pepino es cansino, está horas ahí, regurgitando éteres indeseables. Catas miserables, siempre iguales y monótonas. Atrapado en un flato global. Es como rezar un rosario, encasquillarte en el ora pro nobis o escuchárselo recitar a un tartamudo.

Lo peor no es que repita, lo cruel es que neutraliza, ¡qué neutralizar!, aniquila el sabor del resto del acompañamiento, hace tabla rasa con todos, los unifica bajo una tiranía gastronómica. Les roba el ADN. Puedes hacerte una ensalada con 27 ingredientes de lo más exóticos y como se te ocurra colarle una sola rodaja de pepino se jodió el tema. Veintiocho cosas sabiendo igual, a puto pepino. Un crimen. Tirar el dinero. Conste que me gusta el pepino, pero llegué a una conclusión: comerlo solo. Ensalada integral de pepino, nada de concesiones. Lo he condenado a la soledad.

Hay personas que me lo recuerdan constantemente. Monopolizan cualquier reunión. Son el cáncer de la charla o la metástasis de la tertulia. Si sale el tema “hijos”, los suyos son fuente inagotable de experiencias sobrenaturales, “mira cómo es”, “te digo que es terrible”, por supuesto son más listos que un ajo portugués, inteligentísimos, no paran quietos y el copón sagrado. No hay otro igual. Si cambias de tercio para aparcar a la criatura y te metes en política, la cagaste igualmente; ellos hubiesen sido el presidente soñado y atajan esto y lo otro por lo sano, cagando virutas. Ni rojos ni azules ni mediopensionistas. Ellos. Como digas que tus planes para un puente son ir a esquiar, por poner un ejemplo, te informan de inmediato sobre cuál es la mejor pista del país, si la nieve adecuada es la dura, la polvo, la polvo-dura, la primavera o la húmeda. Es posible que hayan estado hasta en el Everest, si los pones a prueba. Que sale en la conversación la Bolsa o cosas de finanzas: acabas escuchando “invierte aquí o allá, hazme caso, el piso de veraneo me lo pagué así”. Nada, date por jodido hables de lo que hables. Y esa voz rajando toda la tarde, noche o el verano completo como hayas elegido mal la compañía. Eso si, aderezan las intervenciones con un toque de humor, una dosis de ingenio o una pizca de ocurrencia que los hace soportables aunque, al final, acaban siendo tan previsibles y odiados como el ladrillo que os espera. Lo peor es que lo aprendes con los años, tras mil reuniones estropeadas. Una condena. Del resto de amistades presentes a las que tanto deseabas ver o escuchar, cero. Porque si una al azar dice que se va de viaje a China, zas, adivina. Si, sale la persona pepino y poco menos que, casualmente, ha ayudado a reconstruir unos metros de muralla en un momento histórico y en casa tiene una muestra de piedra milenaria. Visita excepcional que ha convertido su experiencia en inolvidable e irrepetible. Única. Olvídate de tu maravilloso plan, es caca de la vaca, aunque vayas a enseñar a mil trescientos cincuenta y siete millones de chinos a hablar español, según consta en contrato con la Administración China que muestras al interfecto.

Conclusión: Sí, la misma, acertaste, comer solo con esa gente. Ármate de valor y queda con ella un día que estés sobrado de energía. Argumenta si acaso un dolor de muelas por si entre sus “virtudes” se encuentra la piedad y te ahorras una hora de matraca. Después, con tranquilidad, llamas a fulana y a mengano y quedáis para una apetecible jornada, sin pepino. Un auténtico placer.


Post Scriptum. Comentario de mi hija en feisbu: “Jajaj, que bueno!! Que coñazo de gente. Si yo te contara, que me vas a decir a mi, me lo dices o me lo cuentas? Yo ya estoy de vuelta, te voy a decir una cosa…, estas equivocada! Yo a tu edad… si tu supieras… Bienvenido al club, yo que tu… y de que te sorprendes? Ya sabía yo… Me hacen eso a mi y… es que yo tengo mucho carácter…Traducción: soy tan idiota que creo que sé todo cuando en realidad no sé nada y únicamente por eso me puedo permitir decirle a la gente que estoy de vuelta poniéndome en evidencia y, ademas, confundo tener carácter con ser imbécil?”


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