"Al heredar Son Cors, mi padre pensó que podría arreglar la casa y recuperar, en cierto modo, la memoria, aquel terreno propio del verano, y los fines de semana que habíamos perdido al vender Can Meixura: algarrobos, chumberas y la luz más bella del mundo. No en vano, Son significa "açò d'en", "esto de", una possessió, que es como se llaman los caseríos en Baleares. Cors viene de "corso". A lo mejor aquella posesión fue corsa alguna vez. Cors también es el plural de "corazón"".
"También somos lo que perdimos. O quizá somos sobre todo eso". Pero lo que se pierde no se recupera. ¿Qué nos queda, entonces? Son Cors = posesión de los corazones. Recuerdos, deseos. Recuerdos, miedos. La memoria es nuestra posesión intangible. Inestable, por intangible. Pero a veces más férrea, o al menos insistente, que nuestras posesiones tangibles. ¿Cuál de ellas nos da más miedo perder? Lo tangible da consistencia a lo intangible. Recuerdos = deseos. Recuerdos = miedos. Qué pocas veces se habla de ellos.
"Cosas de las que no se habla: de lo que le pasó al socio de mi abuelo. De lo que le pasa a mi padre. Del caso que está siguiendo Iván. De Marcel".
Cosas de las que no se habla pero por las que voy a empezar a hablar. Porque por algo tengo que comenzar.
El socio del abuelo: mató a su mujer y a su hijo y a continuación se suicidó. Ella es apenas una adolescente cuando una noticia emitida desde el televisor salpica a su familia.
El abuelo: el abuelo belga. El padre de su madre. El que solo tuvo una única posesión en su vida: Can Meixura. Can Meixura: el verano (de ella), la infancia (de ella), los recuerdos felices (de ella), el sostén (de ella), el lugar a donde volver (ella).
El padre: un quijote contemporáneo. Psicólogo profesor de instituto jubilado. Hereda Son Cors de los abuelos paternos de ella, sus padres. Son Cors y su blog son su nueva pasión ahora que ya no puede cambiar el mundo desde las aulas. Pero se topa con un muro. Con un muro literal. El que su vecino ha levantado frente a su propiedad en un camino público. Un muro ilegal. Él monta en cólera ante la injusticia. Pide explicaciones a las autoridades competentes. Levanta la voz desde su blog. Al principio recibe apoyos y simpatías. Después, su insistencia y beligerancia terminan por incomodar y solo recibe el silencio como respuesta. La pasividad e indiferencia imperante a su alrededor acrecientan su resquemor y su sed de justicia. Pierde el norte y su comportamiento sufre un cambio radical. Su perseverancia es tan dura como ese muro pero aún no sabe que mucho más susceptible de derrumbar.
Iván: el novio de ella; periodista, como ella. Marcel: el exnovio de ella; ella periodista como él. Marcel acabó con ella. Iván la salvó. Eso nos dice ella, que antes de conocer a Iván quiso salvar a Marcel. Salvar a alguien: qué tonta presunción, si ni siquiera somos capaces la mayoría de las veces de salvarnos a nosotros mismos. Salvar lo intangible. Porque en las relaciones afectivas también nos gusta el sentido de posesión. Y también sentir que el otro tiene el deseo de poseernos.
Ella: la hija, la nieta, la novia, la amante, la ex. La que se fue de Mallorca para estudiar periodismo porque quería salir de la isla. La que regresa ahora unos días desde Barcelona, donde trabaja, preocupada por la situación del padre. Ahora es el año 2007 y ella tiene treinta años. Pero ella es también la chiquilla que recuerda al hilo de las noticias la única vez que estuvo en el despacho del socio de su abuelo. Ella es la joven recién licenciada que se enamora como una loca de Marcel. Ella es la que vuelve atrás y adelante en el hilo temporal de los recuerdos. El mismo hilo con el que quiere tejer una red. Red = sostén, seguridad. Poco seguro es lo que se construye sobre lo intangible. Los recuerdos lo son. Lo son los propios. Más aún cuando se entrecruzan con los ajenos. Porque ¿quién conoce a quién? Creemos conocer a los nuestros. Reclamamos conocerlos. ¿Queremos realmente conocerlos? ¿Estamos preparados para saber la verdad?
Conocer. Re-conocer = volver a conocer. Reconocimiento = reputación. Des-conocer = deshacer lo conocido, ignorar.
"Lo recuerdo todo, incluso lo que todavía no he vivido. Y a veces me confundo. No sé qué pasó antes y qué después, porque en mi cabeza todo es simultáneo. Todo ocurre a la vez, todo el rato. Todo es memoria. Sin parar. Por eso escribo. Porque solo así sé ordenar esto que no sé si son recuerdos o anhelos. Invento cuáles fueron las causas y qué consecuencias tendrán. Qué provocó qué. Hago una operación complicada, aplico la fórmula, traduzco el caos de mi pensamiento en un relato lineal para darle un sentido que sé que no tiene".
Ella es la que escribe. Ella es la que no tiene nombre porque Llucia Ramis no se lo da. Podría ser ella misma: mallorquina como ella, treintañera como ella entonces, periodista como ella, escritora como ella. Podría ser cualquiera de nosotros: todos somos hijos, nietos. Cualquiera de sus coetáneos. De esa generación que vive por primera vez cómo las posesiones tangibles se convierten en intangibles. Esa generación que nació en democracia y en libertad pero a la que no le enseñaron qué hacer con ellas. Esa que aspiró a tenerlo todo para encontrarse luego con que no tenía nada. Esos "que tampoco piden tanto, cuando en realidad lo quieren todo menos problemas".
"Toda la vida nos han dicho que somos hijos de la Transición, que habíamos nacido en libertad y haríamos grandes cosas. Pero ¿y si en realidad fuéramos hijos de la corrupción y esa teórica libertad fuera nuestra condena?"
Llucia Ramis toca muchos temas en su novela; la corrupción entre ellos. Y los toca bien. Los teje bien. Los hilvana bien. A ellos y a los diferentes hilos temporales por los que se mueve. Podría haberle salido un batiburrillo descohesionado pero le sale una narración limpia, incisiva, atrayente; como lo es su prosa y como lo es su historia.
De su historia disfruto mucho. Porque cada vez disfruto más de estas historias en las que desde lo particular se cuenta lo general; desde lo íntimo lo social, incluso lo generacional. O viceversa. O yo qué sé. Si uno bebe de lo otro y lo otro de lo uno.
Y nuestras posesiones también beben de nosotros y nosotros de nuestras posesiones, de quienes heredamos esas posesiones. La narradora de esta novela añora Can Meixura porque es su bastión. La patria es la infancia. La casa son los padres. Y si se nos derrumba la imagen que tenemos de ellos se derrumban nuestros cimientos. Por otra parte: ¿poseemos nosotros nuestras posesiones o nos poseen ellas a nosotros? ¿Y qué sentimientos son los que nos poseen y nos dominan? ¿Son ellos los responsables de nuestro afán de poseer? Posesiones / poseídos. Todos tenemos demonios.
"La culpa es el dolor de la memoria. Puede concentrarse en un solo punto, y ser agudo y perforar, o puede ser aparatoso y aplastar.
La vergüenza es descubrir de pronto que no se ha sentido antes el peso de la memoria".
De memoria, de culpa y de vergüenza habla esta novela. También de envidia. "Envidia viene del latín invidere", [...] "que está compuesta por in (ir hacia) y videre (mirar). Significa: poner la mirada en algo. Introducir la mirada en alguien". Y en esta historia hay personajes que envidian y personajes envidiados, que no ponen la mirada en nadie y por tanto no ven lo que provocan.
También hay en ella fantasmas. Porque en el pasado siempre hay fantasmas. Porque hay fantasmas en todas las familias. Porque en las posesiones, las casas, siempre habita algún fantasma. Y los fantasmas se heredan como se heredan las enfermedades, los estados de ánimo, los valores, los miedos. Se heredan y se proyectan. Y nos determinan.
"¿Qué dan más miedo, las sombras o las figuras que las proyectan? [...] Al fin y al cabo, siempre proyectamos; la manera que tenemos de mirar a los demás nos define".
Pero por si no teníamos bastante con todo esto Las posesiones también cuestiona el papel del periodismo en la actualidad. Su pérdida de la supremacía en el mundo de la información. El hecho de que ya nadie quiera pagar por estar informado. El derecho con el que todo el mundo se cree libre de opinar sin filtros ni contrastes y por supuesto sin ningún tipo de obligación. La cruda realidad de que en realidad no queremos informarnos, sino creernos cualquier cosa que se ajuste a nuestras opiniones sin cuestionárnoslas ni un ápice. La extensión de esto último a las redes sociales, que usamos como propaganda de esa parte de nosotros que queremos exhibir.
Una novela compleja y ambiciosa, podriáis pensar. Pero, sin embargo, Llucia Ramis lo hace todo tan fácil que leerla resulta muy sencillo.
Sí, me ha gustado mucho Las posesiones. Y me ha gustado mucho conocer a su autora. Me ha gustado porque me gusta lo que cuenta. Porque me interesa. Me interesa porque no dejo de ser parte de esa generación que gusta de mirarse el ombligo y porque ese ella sin nombre me representa. Me ha gustado porque me gusta cómo lo cuenta. Porque me gustaría saber contarlo así. Porque me da envidia porque yo no sé hacerlo y mi reseña no le hace justicia. Porque ya he puesto mi mirada en ella (cuidado, Llucia, que voy a por ti). Envidia cochina. Hubiese preferido decir envidia sana pero dicen que esa no existe. También dicen que la envidia es el deporte nacional (no tengo claro si antes o después del fútbol). Hala, ya solo me queda la casa en propiedad para ser una españolita tipo. Bueno, eso y la desmemoria y el no saber aprender del pasado y los errores. Aunque de eso tal vez sí tenga un poco. Otra posesión intangible que echarme al bote.
"Somos unos nostálgicos sin memoria".
Y sin remedio.
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