A principios del siglo XX se instalaron en algunos cafés y vestíbulos unas cajas individuales que proyectaban películas de aproximadamente tres minutos de duración. Naturalmente, y como no podía ser de otra manera, lo que los curiosos visionaban en tan estimado artefacto no eran imágenes de trenes o de obreros saliendo de una fábrica, sino algo que despertaba aún más su curiosidad, sobre todo la del tipo lascivo. Aquellas proyecciones individuales se bautizaron con el nombre de "Peep-shows", lo que venía a significar algo así como "espectáculos para mirones", aunque en Gran Bretaña se les bautizó como What the butler saw (lo que vio el mayordomo). Las películas que los pícaros de la época visionaban no eran otra cosa que imágenes eróticas que insinuaban más que mostrar y que se activaban al introducir una moneda.
Algunos títulos de tan atrevida filmografía se hicieron muy populares, como "Le coucher de la Mariée" o "La naissance de Venus", pero la propuesta que se ganó el máximo aprecio por los usuarios fue la "Serpentine dance", rodada en 1895 por operadores del Kinetoscopio de Edison, aunque algunos se la atribuyen a los hermanos Lumière. La trama de la misma, si es que se puede hablar de trama, es la simple ejecución de una danza de la popular bailarina Loie Fuller, que ataviada con un vestido con mucho velo daba vueltas y vueltas. El número había alcanzado un gran revuelo en la Exposición de Chicago, donde fue interpretado por Fátima Fuller, hermana de Loie. Para ser justos, hay que reconocer que la intención de la artista no fue ni de lejos servir de inspiración erótica a mirones. Por el contrario, Loie Fuller fue una reputada coreógrafa que ayudó a Isadora Duncan en sus inicios en el viejo continente, siendo inspiración de artistas como Rodin, Koloman o Tolouse-Lautrec. Además, suyas son varias patentes relacionadas con productos químicos e iluminación destinados a sus espectáculos visuales, amén de su amistad con Marie Curie.
Es evidente que el erotismo que se percibe depende de algunos factores que se nos pueden escapar en la actualidad. Para nosotros resulta una tarea ardua adivinar que parte de la danza puede excitarnos, aunque no seré yo quién le discuta a nadie el potencial erótico del documento, sobre todo para una mentalidad y una época concreta. Como era de esperar, los moralistas de entonces se echaron las manos a la cabeza ante semejante dislate libertino y las ligas de decencia y buenas maneras consiguieron ejercer su particular censura. Consiguieron colocar sobre el mismo celuloide unas barras paralelas que mitigaran el efecto erótico de las imágenes. Pero, como todo proceso de prohibición, el efecto fue inverso y el público de aquellos Peep-shows se incrementó de forma notable. Aquellas barras despertaban la imaginación sobre lo que podían ocultar y los usuarios se afanaban por ver más allá de lo evidente. Algo así como aquellas películas porno codificadas de no hace mucho tiempo, que tenían un índice de audiencia que se escaparía de cualquier lógica razonable. Una vez más el hecho de sugerir tiene más interés que el de mostrar.
La tentación de San Antonio
En 1895, un inventor en nómina de la compañía de Edison, William Kennedy Dickson, se independizó y creo su propia empresa, la American Mutoscope y Biograph Company, utilizando su propia patente de captura de movimientos, el Mutoscope, siendo también un proveedor habitual de los Peep-shows. Dickson utilizaba el truco de ajustar unas mallas al cuerpo de la actriz de turno para dar la sensación de desnudo integral, tal y como lo podemos observar en su producción de 1900 "La tentación de San Antonio".La pornografía no sería ajena a todo este fenómeno y sus creaciones vieron la luz casi al mismo tiempo que esta incipiente forma de erotismo. Curiosamente uno de los primeros pioneros fue Eugène Pirou, que había sido conocido por ser el primero en producir una película sobre la vida de Cristo, pero que entendió que en la pornografía había todo un suculento negocio, dando lugar a la filmación de una de las primeras películas del género titulada "Léar". Tras estos inicios, el cine demostraría, a lo largo de su historia, que sería el conductor ideal para el erotismo y que, del mismo, surgirían mitos de incuestionable atractivo. Pero eso, es otra historia.