El viernes pasado se aprobó en el pleno del Ayuntamiento de Sevilla la moción de urgencia que supone un importante rayo de esperanza para el colectivo de eventuales de Tussam. Los medios, como casi siempre, se han quedado paralizados en el titular, sin entrar a fondo en el porqué y el cómo se llega a ese desenlace y, por supuesto, sin analizar lo que la adopción de un acuerdo así significa en la realidad cotidiana de los implicados ni las consecuencias que acarreará.
Pero los hechos son los hechos y el periodismo lo que tiene que hace es poner a cada cual en su sitio. Si no lo hace, no estamos hablando de periodismo, aquel oficio cuya misión, según Kapuscinsky, no es pisar las cucarachas, sino prender la luz para que la gente vea cómo corren las cucarachas a esconderse, y sí de pura y dura propaganda.
Como en todo lo que se hace en la vida, y sobre todo en lo que se hace bien y acorde al sentido común, siempre hay personas calladas y laboriosas, gente que antepone la vocación y la profesionalidad a otros intereses, que no aparecen nunca bajo el foco destellante de los titulares.
Éste es el caso de José Antonio Salido, miembro del consejo de administración de Tussam por Izquierda Unida, que desde el primer momento apoyó al colectivo de eventuales y a sus reivindicaciones y sin cuyo concurso el acuerdo hubiera sido bastante más difícil. Salido ya ha dado muestras de coherencia en varias ocasiones, porque fue quien reprobó la gestión de “Adolfo” Arizaga en el mismísimo consejo de administración. Que Torrijos defendiera en el pleno la moción era cuestión de jerarquía y representatividad política, amén de un ejercicio de cohesión con lo que el grupo ha defendido siempre: el carácter público de Tussam y su oposición frontal a la externalización de líneas.
La misma coherencia, amplitud de miras y honor a su palabra que ha puesto sobre la mesa Juan Ignacio Zoido, candidato a la alcaldía y portavoz municipal del Partido Popular. Como me cuenta un compañero afectado, Zoido ha puesto todo el énfasis en el mensaje, sin preocuparse lo más mínimo en quién era el mensajero y consciente de que puede ser él quien herede el problema y quien tenga que afrontar sus soluciones. Algo que sin duda le honra.
El tercer eje sobre el que ha gravitado la maniobra que ha llevado al éxito la moción y quizás el más determinante, dado el lugar donde se encontraba el quiste que impedía su solución, no es otro que Juan Espadas, el candidato socialista a la alcaldía y heredero natural, muy a su pesar, de todos y cada uno de los embolados que Monteseirín se está encargando de dejar en su tortuoso camino hacia las próximas elecciones municipales.
Espadas ha decidido tomar las riendas sin esperar más, porque precisamente no es tiempo lo que le sobra y porque la ciudad comienza a exigirle que se implique en las cuestiones del día a día. Ha sido él el verdadero artífice del cambio de postura en el grupo municipal socialista, que hasta ahora se había convertido en un auténtico escollo para que la solución no viera la luz
La terna de derrotados de toda esta historia ha sido la formada por el alcalde, el delegado de movilidad Fran Fernández y el gerente de Tussam, “Adolfo” Arizaga. El vicepresidente, Juan Ramón Troncoso, es un ave de paso que se limita a hacer lo que se le ordena y además sufre de una afonía casi permanente. Significa el primer ramalazo de sombras del ocaso tras una docena de años en el cargo.
Es de resaltar, por lo que de ridículo y falta de miras políticas tiene, el hecho de que el propio alcalde y Fran Fernández, máximos valedores de la oposición a que los eventuales tuviesen la más mínima oportunidad, hayan tenido que votar ahora sí a lo que siempre habían dicho un no rotundo. Se ve que el partido empieza a tomar cartas en el asunto ante el descalabro de las posibilidades socialistas de reeditar la alcaldía al que la agonía de estos políticos de medio pelo está conduciendo. Era y es una necesidad imperiosa que alguien reconduzca la situación de manera urgente para poder afrontar la batalla electoral con alguna garantía.
Montesirín y su último delfín han demostrado ante los ojos de todos que su criterio, o su falta de él, obedece más a un capricho personal e inexplicable que a las conclusiones extraídas de un estudio riguroso de la problemática de Tussam. De ahí que Fran Fernández, a quien cada día le cuesta más encontrar un argumento válido que minimice su catastrófica gestión, volviera de nuevo con la retahíla gastada de los “altos sueldos de los trabajadores”, sin que mencionara en ningún momento lo sueldazos de los directivos y el curioso hecho de que cuando toda España se está apretando el cinturón hasta casi asfixiarse, los directivos de Tussam todavía no se han aplicado la reducción de sueldos aprobada en el consejo de administración. Como era de esperar de alguien con tan poca iniciativa y tan apabullante escasez de ideas, también volvió a resucitar el fantasma de la privatización. Es la política de tierra quemada propia de quien es incapaz de aportar nada positivo por agotamiento de una sesera que sin duda no pasará a la historia por sus aportaciones decisivas.
Es normal que el alcalde estuviera enfadado, sobre todo con Torrijos y su grupo por llevar la moción al pleno. Como dice el vulgo, eso suponía quedarse con el culo al aire, como así ha sucedido. Si tuviesen un mínimo de dignidad política hubiesen presentado su renuncia a la conclusión del pleno, pero no es el caso.
Lo mismo sucede con el ínclito “Adolfo” Arizaga, que continuará adosado al sillón por una espesa capa de Loctite, porque uno puede ser un gestor incompetente y autoritario, pero no un estúpido que no sabe valorar en su justa medida lo que significa cobrar más que un presidente de gobierno por ejercer permanentemente la irresponsabilidad. Al tal extremo de estulticia todavía no ha llegado.
Sea quien sea el que tenga que lidiar con la situación de la empresa de transportes urbanos de la ciudad, ha de tener claro que Tussam lo que necesita son ideas y gente capaz de ponerlas en prácticas y no órdenes imperiosas y ridículas dictadas por el capricho de un señor al que no le vale el diálogo y desprecia por sistema las aportaciones de los demás por el simple hecho de no habérsele ocurrido a él. Con gente así al frente de la nave, el naufragio está más que garantizado.