El régimen chavista venezolano, como todos los regímenes de corte socialista, nunca ha sido bien visto por Estados Unidos. De hecho, no son pocos los que vieron los tentáculos de los servicios de inteligencia norteamericanos en el intento de derrocar a Hugo Chávez en 2002. Además de la congénita animadversión entre socialismo y Estados Unidos, hay más factores que exacerban las crecientes tensiones entre Venezuela y Estados Unidos. En primer lugar, el país caribeño dispone de una de las mayores reservas de petróleo del mundo, lo que pondrá siempre a Venezuela en el punto de mira no solo de Estados Unidos, sino de otras grandes potencias como Rusia o China.
Pero hay otro factor que hace más urgente para Estados Unidos el derrocamiento del régimen liderado por Nicolás Maduro: la amistad con la Rusia de Putin. A finales del año pasado, dos bombarderos nucleares rusos llegaron a Venezuela para llevar a cabo maniobras militares junto con aviones venezolanos. Poco después, Rusia anunció que tenía la intención de instalar una base militar en Venezuela. La distancia entre la península de Florida y Venezuela es de poco más de 2500 kilómetros, por lo que dicha península y gran parte del sur de Estados Unidos, quedarían “a tiro de piedra” de los misiles hipersónicos rusos, más ahora que Rusia y Estados Unidos han abandonado el Tratado sobre los misiles de medio y corto alcance (INF). Por otra parte, los cazas furtivos rusos Su-57 capaces de volverse invisibles a los radares enemigos, podrían presentarse en territorio norteamericano en un tiempo relativamente muy corto.
En Venezuela se está viviendo otra batalla de esta nueva reedición de la Guerra Fría que se está viviendo entre Estados Unidos y Rusia (y habría que unir también China en este conflicto). Tras el revés sufrido en Siria, es previsible que Estados Unidos decida utilizar todos sus recursos para evitar una nueva derrota y acabe con el régimen de Maduro.
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