Admiro a las personas que, además de superar una enfermedad, un trauma o una incapacidad, pueden hablar de ello sin inconvenientes, como quien habla de la compra que hizo en el día o la película de cine que vio el fin de semana y me pregunto si, en su lugar, podría hacer lo mismo. Pero además, admiro a quien lo hace directamente, sin tapujos ni vueltas y, además, puede presumir de ello. Ayer escuché por primera vez el nombre de Priscilla Sutton, una mujer australiana de 33 años que sufrió la amputación de una parte de su pierna derecha por una malformación.
Aprovechando la celebración de los juegos paralímpicos, Sutton montó en un barrio de Londres una exposición de prótesis, en la que brazos y piernas artificiales ya en desuso y donadas especialmente para la ocasión, se convierten en obras de arte. Su objetivo: reivindicar su visibilidad pública en lugar de ocultarlas, algo que para muchas personas, quizás por vergüenza o por temor al rechazo, todavía resulta complicado. No es su caso, ya que ha confesado estar orgullosa de sus prótesis que no le impiden lucir faldas o pantalones cortos. Es más, lleva una prótesis con motivos florales de estilo japonés, que alterna con otra pierna artificial, decorada por un artista estadounidense.
Antrebrazos tatuados, medias piernas con uñas postizas, piernas de porcelana, son algunas de las variedades que el visitante a la muestra, que lleva el mismo nombre de una canción de los Rolling Stones (No spare parts) se puede encontrar. Para algunos, la exposición resulta chocante, mientras que para otros refleja libertad y toma de conciencia. Cierto es que, al ver las fotos de la muestra, resulta difícil permanecer indiferente.
PD: En la foto, la artista con una de sus creaciones.