Ni siquiera una Residencia de Gran Lujo y cinco estrellas se salva de la lacra de los pequeños hurtos en las habitaciones. Por normativa legal, éstas no pueden cerrarse, cuando la mayoría de residentes no están en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, para facilitar las rondas médicas y de enfermería, y, en su caso, para una eventual evacuación.
Por lo que parece, los hurtos forman parte del paisaje habitual de todas las Residencias de Mayores en España. No sé lo que ocurre en otros países, pero me temo que, tampoco en este tema, debemos de ser una excepción.
En mi primer día en la Residencia nos sorprendió ver cómo las habitaciones quedaban abiertas y, por lo tanto, accesibles a cualquiera que quisiera entrar. Nos interesamos por el tema, e incluso nos ofrecieron disponer de una especie de llave maestra para poder cerrar mi habitación, si ese era mi deseo. Pero, tras una breve reflexión, mi conclusión fue que si todo el mundo dejaba las habitaciones abiertas y accesibles, no había motivo alguno para cerrar la mía.
Por supuesto, en mi habitación de la Residencia no había nada de gran valor intrínseco. De hecho, tampoco en mi casa lo hay. Pero sí guardaba mi billetera (con un poco de efectivo para poder pagar los encargos que hiciera a alguno de mis amigos), dentro de un bolso bandolera, que a su vez estaba dentro de un armarito al pie de la cama y debajo del televisor. Me refiero que no estaba, para nada, a la vista, ni era fácilmente accesible al descuido.
Tras unas pocas semanas de estancia, me pareció que me faltaba algún billete de la cartera, pero no estaba seguro, pues no sabía con precisión cuánto efectivo tenía dentro de mi cartera. Para sembrar la duda, el ladrón o ladrona no saquea lo que encuentra, sino que se lleva uno o dos billetes de los que queden otros tres o cuatro. Una mañana, después del desayuno, conté al detalle lo que había y bajé al jardín, como solía hacer todas las mañanas. A mediodía, cuando volví a la habitación, repetí el inventario y claramente faltaban un par de billetes, uno de cincuenta y otro de veinte euros.
El tema en sí me resultaba repugnante. Nada dice en favor de la bondad de la humanidad el que exista algún empleado o empleada de la Residencia (casi con seguridad) desleal y que abuse de esta forma de la vulnerabilidad y debilidad (presuntas) de los clientes. Pero era tristemente real. Decidí hablar con la directora sobre el tema, por lo que acudí a su despacho.
Le conté mi desagradable experiencia con los detalles de que disponía. La misión de la directora, desde el principio, fue claramente desviar la atención de los empleados del centro. Es cierto que, durante todo el día, hay muchas visitas en la Residencia que son difíciles de controlar. Por la Residencia aparecen habitualmente, desde media mañana hasta la hora de la cena, hijos e hijas, nietos y nietas, amigos y amigas de algún residente. Y también hay bastantes cuidadoras, pagadas por las familias, aparte de la propia factura de la Residencia, para cuidar y atender a sus familiares durante el día. La directora apuntaba claramente a la probabilidad de que el ladrón estuviera entre esos colectivos externos y no entre los empleados del Centro.
Me citó algunos casos que habían resuelto, donde el culpable resultó ser alguien externo, alguna cuidadora, etc. Pero, claro, se trataba, en su mayoría, de robos al descuido, de un bolso abandonado en un perchero en un despacho de la zona pública, de un móvil solitario que desapareció de encima de una mesa, etc. Incluso me comentó el caso de una cuidadora que tomó prestado un cargador de móvil de una habitación vecina a la de su residente.
En un robo (hurto) como el que yo sufrí, me parece que en un 99% el culpable sería con seguridad alguna persona desleal de entre el personal de la Residencia. Necesariamente se trataba de alguien que tuviera derecho a estar dentro de mi habitación y que dispusiera de unos minutos, sin levantar sospechas, para hurgar por los cajones y los armarios hasta localizar el depósito de efectivo.
Evidentemente, la directora ofreció el servicio de la caja fuerte central, donde poder guardar cualquier objeto de valor, aparte de recomendar la disponibilidad mínima de efectivo, ya que, ciertamente, no es necesario para la vida dentro de la Residencia, donde cualquier gasto extra se puede adicionar a la factura mensual, que se acaba pagando por cargo bancario.
En cuanto a medidas de seguridad, la Residencia dispone de cámaras de circuito cerrado en los pasillos y rellanos. Lógica y evidentemente, no hay cámaras dentro de las habitaciones. Bueno, aunque las hubiera, lo negarían siempre. Me prometió que revisarían las grabaciones de esas dos horas, para ver quién había entrado en mi habitación.
Unos días después, me comentó que la revisión había mostrado que nadie que no tuviera derecho a hacerlo había entrado en mi habitación durante esas dos horas en que me desaparecieron los billetes de la cartera. Lo cual confirmaba que, desgraciadamente, el ladrón habría que buscarlo entre el número limitado de personas que entran naturalmente en las habitaciones por la mañana: la que retira el desayuno, la que hace la cama, la que limpia el baño, la que friega el suelo, la que cambia las toallas, etc. etc.
La directora me dijo que las habían interrogado a todas, pero sin resultado. Ignoro cuál sería, de haber existido realmente, la intensidad de estos interrogatorios.
Comentamos la posibilidad de instalar pequeñas cajas fuertes dentro del armario de las habitaciones. Me dijo que unos años antes lo habían intentado, pero habían tenido que revertir la medida, ya que el cerrajero no paraba de tener que abrirlas por métodos sumarios. La mayoría de residentes no están en condiciones de memorizar y de utilizar una combinación numérica para el bloqueo y apertura. Me ofreció, de todas formas, una de esas cajas en mi habitación, dado que yo sí estaba en perfectas condiciones para usarla. Efectivamente, uno de los chicos del mantenimiento la instaló a la mañana siguiente, me llamó para personarse a continuación y darme las (mínimas) instrucciones necesarias para su manejo.
Lógicamente, nunca pensé que lo mío fuera una desagradable excepción. Comenté el tema en mi mesa del comedor, y casi todos los comensales tenían una experiencia parecida que contar. A uno le había desaparecido una pulsera que había comprado para algún regalo. A otro le desaparecieron 27,50€ que tenía separados para pagar lo que fuera. Y así la mayoría de residentes habían tenido problemas parecidos.
El mismo comentario en el jardín dio parecidos resultados. Claro que también asistí en primera persona a claros falsos positivos. Una mañana, Don Juan me comentó compungido que estaba preocupado porque le había desaparecido la cartera, donde tenía una mínima cantidad de dinero (15 ó 20 euros), pero también el DNI. Un par de horas después, cuando volví a verle, le recordé el episodio (tuve que hacerlo dos o tres veces, pues su memoria de corto plazo es extremadamente limitada). Cuando entendió, por fin, la pregunta, sonrió con cierta vergüenza y me dijo que, bueno, que a veces se empuja algo un palmo y ya no está en su lugar. Había recuperado, pues, sin problema, el contacto con su billetera.
Una residente temporal, fumadora compulsiva, una mañana estaba desesperada porque le había desaparecido el bolso, creo que de la habitación. Su máxima preocupación era que su mechero estaba en el bolso. Le presté uno para que pudiera atender a sus necesidades. Creo que el bolso reapareció, ignoro los detalles, aunque nunca recuperé mi mechero, por cierto.