Revista Sociedad

"Las Puertas del Infierno" - Prólogo

Por Jmbigas @jmbigas
Se conoce popularmente como la Porta del Paradiso (la Puerta del Paraíso) a la puerta Este del Battistero de Florencia, junto al famoso Duomo, la Catedral de Santa María del Fiore. Se trata de una puerta completamente dorada, creada por el escultor y orfebre italiano Lorenzo Ghiberti (siglo XV). El sobrenombre se lo adjudicó el gran Miguel Ángel Buonarotti. Y Giorgio Vasari dijo de ella que era la obra de arte más fina jamás creada. Actualmente, la puerta que se puede ver en el Battistero es una réplica, ya que unas inundaciones en 1966 aconsejaron preservar la puerta original en el Museo dell'Opera del Duomo. Un escritor prácticamente olvidado, Edward Fenton (NYC 1918 - Atenas 1996), publicó una novela en forma de aventura juvenil ambientada en Florencia. El original en inglés se tituló The golden doors, pero la versión en castellano se publicó bajo el título Las Puertas del Paraíso. Recuerdo haberla leído siendo un adolescente, aunque no recuerdo prácticamente nada de ella. Por el contrario, la Puerta del Infierno es un grupo escultórico monumental, creado por el gran artista Auguste Rodin, con la colaboración de la escultora francesa Camille Claudel. La obra fue un encargo (1880) de Jules Ferry, a la sazón Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de Francia. Los diversos relieves de la Puerta beben de tres fuentes principales: La Divina Comedia, de Dante Alighieri; Las Flores del Mal, de Charles Baudelaire y Metamorfosis del poeta latino Ovidio.  Rodin consiguió culminar el diseño de la obra. Tras su muerte, se realizaron hasta ocho fundiciones en bronce de la Puerta del Infierno. Una de ellas está en el Museo Rodin de París, y las otras siete en diversos Museos y localizaciones de todo el mundo. Cuando me dieron el alta hospitalaria en el Hospital Ramón y Cajal de mi proceso de infección urinaria grave, yo no podía irme a casa, porque no me tenía en pie y tenía que desplazarme en silla de ruedas, debido a la desconexión nerviosa de mis pies. La decisión que tomamos fue ingresar en una Residencia de Ancianos, con facilidades de fisioterapia diaria, para intentar gestionar de la mejor manera posible mi discapacidad temporal. Mi estancia de cuatro meses y medio en esa Residencia fue como asomarme a las Puertas del Infierno. Cuando uno se acerca a esas puertas abiertas, el rostro se tizna de hollín, se chamuscan los pelillos de las cejas y el corazón se estremece de todo el dolor y el desvalimiento que se puede ver al otro lado. Un viento huracanado tiende a empujarte al interior, a integrarte y fundirte con los dolientes que allí habitan. Pero hay que saber resistir y dedicar todos los esfuerzos a intentar cerrarlas de nuevo, y poder disfrutar con placer de la fresca brisa que sopla en el exterior. Algunos seguro que opinarán que la denominación es exagerada, incluso peyorativa o puede que hasta despectiva. No voy a intentar defenderme. Sólo explicar que eso es exactamente lo que sentí desde los primeros días de mi estancia en la Residencia: que me estaba asomando a un mundo que no era, para nada, el que creía que me tocaba. Y que mi esfuerzo durante las siguientes semanas y meses era huir cuanto antes de allí. Conseguí sobrevivir a ese período sin daños psicológicos evidentes a base de aplicar con firmeza tres principios básicos: 1 - Yo no soy uno de ellos. Yo estoy de paso, sólo me quedaré por un tiempo, he venido a fiestas. 2 - No empatizar con la mayoría de los demás residentes, que no tienen para nada el mismo contexto vital que yo. Pero sí sentir y mostrar toda la comprensión y amabilidad de que yo pueda ser capaz. 3 - Establecer una rutina de vida para todos los días, que me evitara tener que tomar frecuentemente decisiones, lo que siempre resulta estresante, y mucho más en un ambiente de ese estilo. Debo decir que conseguí evolucionar muy favorablemente de mi dolencia, desde moverme, al principio, en silla de ruedas, pasando por el andador y alcanzando al final una movilidad con bastante soltura utilizando una única muleta. Confío que en unos meses más termine de regenerarse por completo esa porción dañada del sistema nervioso periférico y que recupere una vida plenamente normal. Y conviene añadir, para los que penséis que esos tres principios son muy drásticos y extremadamente insolidarios, que en la Residencia desarrollé, con el paso del tiempo, una imagen de señor amable con el que se puede conversar y casi, casi, de confesor laico. He organizado la narración de mi estancia en una serie de capítulos que iré publicando próximamente. Mi idea es poder publicar un par de capítulos por semana. En cada uno de ellos repasaré todos los aspectos que me parecieron relevantes, o despertaron mi curiosidad, sobre algún tema concreto. No se trata, pues, de una relación estrictamente cronológica, sino que he utilizado más bien una ordenación temática. De muchas de las personas de que hablaré ni siquiera llegué a conocer su nombre. Como mi intención no es tanto describir personas concretas, sino más bien características, arquetipos, comportamientos, reacciones que pretendo que sean genéricas, he optado por identificar a las personas de las que sí conocí su nombre simplemente por una inicial salvo, quizás, alguna excepción puntual. Aunque a veces pueda parecer lo contrario, os puedo asegurar que todo el relato está hilvanado desde el mayor de los cariños. Pero ver las Puertas del Infierno abiertas de par en par frente a uno, a veces obliga a ciertas dosis de crueldad, desde la más perentoria necesidad de autodefensa y supervivencia. Del mismo modo que resulta inútil preocuparse de aquellas cosas que a lo mejor podrían llegar a suceder, es obligatorio ocuparse de hacer frente y defenderse de las circunstancias concretas a las que te enfrenta el devenir de la vida misma. Aunque nunca te las hubieras podido llegar a imaginar. Espero que la narración os resulte de alguna utilidad. Continuará con el Capítulo 1.

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