Aqui les dejó un artículo de la terapeuta y escritora argentina Laura Gutman, que me pareció interesante. Esta teraupeuta tiene una visión muy particular de la maternidad y de la vida en general, a mi modo de ver, muy interedsnte. Podriamos decir que es una de las defensoras del colecho y la crianza con apego. Veamos que les parece lla nota, me gustaría saber que opinsn de ella.
Las rabietas
Imaginemos una escena: Una mujer espera ansiosa a su marido,
deseosa y necesitada de que su esposo la abrace y converse con ella. Pero sabe
que este hombre no suele ser afectuoso corporalmente. Por lo tanto hace ya
mucho tiempo que la mujer en cuestión no se lo pide, aunque crece su
frustración, enojo y soledad. Cuando el marido le solicita algo, por ejemplo,
que le traiga un café a la cama; ésta estalla a través de gritos llenos de
rencor y desesperación.
Imaginemos que este hombre solicita una consulta médica
porque su mujer hace rabietas sin motivos. O que se junta con sus amigos para
contarles que su mujer está loca y que hace rabietas a repetición y no hay
forma de hacerla entrar en razones. ¿Nos resulta graciosa la imagen? ¿Tal vez
algo ridícula?
Ahora traslademos por un instante esta situación imaginada a
la realidad emocional de un niño pequeño. Un niño cualquiera que no sabe cómo
pedir lo que necesita, porque lo ha intentado con magros resultados. Ha pedido
brazos, mirada, o sencillamente presencia. Pero se le ha hecho saber que su
pedido era desmedido o fuera de lugar.
Ese niño a veces enloquece en su desesperación por
satisfacer alguna necesidad básica, posiblemente no comprendida por el adulto.
Entonces grita, hace berrinches, da patadas, se tira al suelo, llora, se tapa
los oídos, tose, vomita; en fin, nos ofrece un espectáculo atroz, sobre todo
cuando nos sucede en la fila para entrar a ver un espectáculo de títeres, o
durante un almuerzo familiar con tíos, suegros y padrinos como testigos. No es
necesario aclarar que nos inunda una imperiosa necesidad de desaparecer de la
faz de la tierra en ese preciso instante. Y si fuera posible, también
devolveríamos a ese niñito no sabemos bien dónde ni a quién.
Hasta aquí, todas las madres y los padres sabemos de qué
estamos hablando. ¿Qué hacer? Tenemos dos opciones:
Uno) Ponernos de acuerdo entre los adultos, asegurando que
los niños están imposibles, que las rabietas se les pasarán cuando crezcan y
que lo mejor es no darles importancia; o
Dos) Interesarnos en comprender qué le pasa al niño. Para
esta última decisión, será menester “rebobinar la película”, y averiguar especialmente
qué le estuvo pasando al niño ANTES de la famosa y estruendosa rabieta.
En la mayoría de los casos, hubo pedidos genuinos, respecto
a la necesidad de ser mirados, a los pedidos de introspección, de
desaceleración de ritmos familiares, a la necesidad de contacto, de escucha, de
acercamiento a sus mundos internos. Claro, que todo esto pertenece al universo sutil
de los sentimientos, que en principio es “invisible a los ojos”.
El problema es que cuando los adultos no logramos reconocer
con sencillez y sentido lógico una necesidad personal, tampoco
podemos comprender la necesidad específica del otro, y menos aún si está
formulada en el plano equivocado. Generalmente, sin darnos cuenta, pedimos lo
que creemos que será escuchado y no lo que realmente necesitamos. A este
fenómeno tan frecuente y utilizado por todos nosotros, lo llamaremos “pedido
desplazado”. Así las cosas, si sé de
antemano que una necesidad no tiene posibilidades de ser escuchada, la voy a
expresar a través de otro deseo “escuchable”. Pero así es como se instala el malentendido.
En relación a los niños esta situación es tan corriente que
la vida cotidiana se convierte en “un campo de batalla”. Levantarse para ir a
la escuela, comer, bañarse, ir de compras,
hacer la tarea, llegar o irse de
algún lugar, ir a un restaurante en familia, todo parece ser “una lucha” no se
sabe muy bien contra quién. Y hemos encontrado un rótulo muy de moda aplicable
a casi cualquier situación: “a este niño le faltan límites”, “es un niño caprichoso” o “con sus rabietas
no conseguirá nada bueno”.
Si nos enfrascamos en estas creencias, es poco lo que
podremos hacer para ayudar al niño a expresarse y encausar su necesidad hacia
una resolución posible y para que los adultos podamos compartir momentos
felices con los niños, fuera del estrés de quedar atrapados en el circuito de
las imparables rabietas.
Para ello, puede resultarnos muy útil ponernos en el lugar
de los niños. Imaginarnos en sus cuerpos
y en su confusión, en la imposibilidad de comunicar lo que genuinamente
les pasa ya que frecuentemente piden “lo que puede ser escuchado”, por lo
tanto, los adultos no logramos llegar hasta la necesidad real.
Esto no significa que los adultos tenemos la obligación de
“hacer todo lo que al niño se le antoje”
ni responder ciegamente a pedidos incomprensibles. Lo que sí tenemos la
obligación de hacer, es enterarnos.
Ayudarlo a comprender qué necesita. Conversar. Dialogar. Transmitir al niño lo
que a nosotros, los adultos, también nos pasa. Y darnos cuenta que tenemos que
llegar a algún tipo de acuerdo donde los deseos de unos y otros puedan
coexistir.
Si somos capaces de generar espacios de intercambio con el
niño pequeño, constataremos que las
rabietas desaparecerán. Porque el niño se sentirá escuchado y tenido en
cuenta, independientemente si “eso” que deseaba podrá ser o no satisfecho. La
prioridad reside en haber sido comprendido
por el adulto amado. Dentro de esa relación abierta, de confianza y diálogo, el
niño puede pedir lo que quiera, también puede recibir un “no” explicado con
sencillez, relacionado con la capacidad o limitación del adulto. De ese modo
todos accedemos y compartimos la realidad emocional de todos. Nadie queda
excluido. Y ya no será imprescindible comprar un caramelo o vestirse a tiempo.
Ninguna situación exigente para el niño devendrá imposible de asumir, porque el
niño no estará solo. Sabrá que haga lo que haga, o necesite lo que necesite, los padres estarán cerca para comprenderlo, y
encontrar juntos maneras posibles de satisfacerlo.
Esta manera de encarar el “problema de las rabietas” trae
consigo otra ventaja: los niños podrán acceder a la realidad de los adultos,
interesándose por sus padres y haciendo esfuerzos por comprender el mundo de
las personas grandes. Esto les amplía la percepción del mundo, se vuelven niños
curiosos y deseosos de saber más, comprender más, y de participar en el intercambio
emocional.
Laura GutmanGracias por seguir nuestro trabajo!
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