Revista Cultura y Ocio
El tío Ratero, pese a la insistencia de Justo, el alcalde, no está dispuesto a dejar la cueva donde vive junto al Nini. Las autoridades regionales desean modernizar la zona y para ello presionan al munícipe con la pretensión de que lo desaloje, pero el asilvestrado personaje tiene muy claro que la cueva es suya, y que suya es la decisión sobre la forma en que quiere vivir. En ese universo rural, casi ancestral, el vallisoletano Miguel Delibes nos coloca a don Antero, el Poderoso; al Rabino Chico, que sólo les habla a las vacas, porque “los hombres sólo dicen mentiras”; a Matías Celemín, el Furtivo (con quien el Ratero mantiene una agria y constante confrontación, por considerar que le quita su medio de subsistencia, que no es otro que la caza de roedores); al Centenario, que tiene un cáncer que le roe el cráneo y que se lo explica al Nini de forma muy gráfica (“A todos cuando muertos nos comen los bichos. Pero es igual, hijo. Yo soy ya tan viejo que los bichos no han tenido paciencia para aguardar”); a doña Resu, que vive obsesionada con la idea de que el Nini debería acudir al colegio (donde aprendería, por ejemplo, lo que significa la palabra “longanimidad”); y a otros curiosos habitantes de la zona.Con este retrato colectivo descubrimos un mundo cerrado, regido por leyes tan acrisoladas como extrañas (extrañas para quienes vivimos en el mundo moderno, urbano y plastificado), donde la figura del Nini, niño sabio y de pocas palabras, se erige en columna o piedra angular. Los ciclos naturales, las variaciones del clima, la acomodación al paisaje, el contacto con los pájaros, se convierten en los ejes de un modo de vida que quizá respetamos pero ya no entendemos: la de quienes cazan ratas para comer; la de quienes miran las nubes esperando el milagro o el desastre; la de quienes se odian y se respetan.Y Miguel Delibes, con su mirada silenciosa de párpados caídos, la inmortaliza en estas páginas.