Los rumores han sido, son y serán un arma invencible para destruir la reputación de una persona, una empresa o una institución. Y la reputación lo es todo en nuestra sociedad.
A veces esos rumores están justificados y a menudo no lo están.
Su impacto letal es mayor cuanto menor sea el conocimiento del asunto de quienes contribuyen a su difusión. Tanto de quienes los emiten como de quienes los reciben. La velocidad de expansión de un rumor es similar a la de un virus. Y todos sabemos ahora mucho de virus, porque hemos vivido la Covid en nuestras propias carnes.
Ahora, además, tenemos un mecanismo explosivo de aumento de la velocidad de transmisión del virus, del rumor: las redes sociales.
Eso es lo que explica la crisis bancaria que estamos viviendo (y que espero que ya estemos apagando). En especial la del Silicon Valley Bank. A través de las redes se empezaron a filtrar los supuestos problemas del banco, en parte reales, en parte ficticios, y los clientes empezaron a vaciar sus cuentas, provocando que el rumor se hiciera realidad, como una profecía autogenerada.
Del rumor de que la información contable del banco, que recogía las provisiones que debía hacer por la caída de valor de loa bonos del Tesoro en los que había invertido, pero que le hubiera permitido cobrarlos tranquilamente a su vencimiento sin registrar pérdidas, a la necesidad de venderlos, registrando entonces una pérdida real, y la avalancha de retiradas de fondos, entonces sí justificadas por las pérdidas reales...
Gente sin criterio que salen en avalancha del local en el que alguien sin escrúpulos ha gritado ¡fuego!, aunque no lo había, pero que luego se jacta de haber avisado.
Me pregunto: ¿quien será la siguiente víctima? ¿Cuál será la siguiente crisis?