Las relaciones de la Iglesia con el fascismo italiano
Por Masonaprendiz
Firma del Concordato.
A la derecha, Benito Mussolini.
Por Eduardo Montagut
Algunos historiadores
consideran que uno de los grandes aciertos de Mussolini tiene que ver con su
política religiosa. La cuestión no es si fue acertada o no, sino que supuso un
cambio profundo en relación con lo acontecido en la época liberal anterior,
dada las malas relaciones entre el Estado Italiano y el Papado desde que se
había completado la unificación italiana. Otro aspecto que debe ser tenido en
cuenta a la hora de estudiar este capital asunto de la Historia italiana es el
de la complejidad de articular el totalitarismo fascista con la doctrina
católica.
Como es bien sabido, el Papado
y el Estado italiano tenían un grave contencioso no resuelto por la incorporación
de los Estados Pontificios a la nueva Italia. Mussolini estaba dispuesto a
solucionar la cuestión por cálculo político. Era consciente de que la mayoría
social italiana era católica y no convenía seguir con la política seguida hasta
entonces. Conseguir el apoyo de la Iglesia y de los católicos si se solucionaba
el contencioso sería una jugada maestra para consolidar el fascismo. Mussolini
siempre fue un oportunista nato. En esta ocasión, la jugada política le saldría
bien. No siempre fue así, como cuando se subió al carro victorioso de Hitler,
pero esa es otra cuestión. Por su parte, la Iglesia también había comprendido
desde el triunfo de la Revolución Rusa de 1917 que había que llegar a acuerdos
con el Estado italiano ante su miedo al comunismo. En este sentido es
importante citar cómo la revista jesuita La
Civiltà Cattolica apoyaba la existencia del fascismo como un mal menor.
Hubo grupos católicos profascistas como la Unione
Nazionale, fundada en 1923. En todo caso, como veremos, la postura de los
católicos hacia el fascismo no fue unánime y hubo destacados personajes muy
hostiles al mismo.
Los primeros acercamientos
entre la Iglesia y el Estado ya se habían dado en 1919 con el gobierno Orlando
en París a través del nuncio Cerretti en Francia. Ahora Mussolini había
accedido al poder y frenado al potente movimiento obrero italiano. Había que
procurar un acercamiento.
Sacerdotes y monjes católicos fascistas desfilando
y luciendo condecoraciones.
Mussolini comenzó las maniobras
de acercamiento a la Iglesia introduciendo cambios en la administración en
sentido favorable a la religión. Permitió la existencia de capellanes en las
milicias y organizaciones juveniles fascistas, obligó a que las aulas y los
tribunales fueran presididos por crucifijos, y estableció la obligatoriedad de
la enseñanza de la religión católica en la escuela pública. Además, reconoció
la enseñanza privada, casi toda ella en manos de la Iglesia, a través de una
prueba o examen de estado. Pero también es cierto que el Duce frenó en seco la
presencia católica en la política. Suprimió el Partido Popular Italiano (PPI) y
el sindicalismo católico. También limitó a las organizaciones juveniles y
deportivas regidas por la Iglesia. En un Estado totalitario fascista solamente
cabía el partido único y el corporativismo. Este era un claro punto de fricción
con una organización como la eclesiástica que, a pesar de las malas relaciones
desde el siglo anterior, tenía una presencia constante en la sociedad italiana.
Pío XI se quejó, pero no se empeñó en la crítica porque subyacía la necesidad
de llegar a acuerdos.
Por fin, en 1925 las dos partes
se sentaron a negociar. En 1929 se firmó el Pacto de Letrán. En realidad,
estamos hablando de tres Acuerdos o partes. En primer lugar, habría un tratado
político por el que la Santa Sede reconocía el reino de Italia y a Roma como su
capital. A cambio, el reino italiano reconocía la Ciudad del Vaticano como
Estado soberano. Se trataba de un hito histórico que cerraba más de medio siglo
de desavenencias y enfrentamientos, y que Mussolini explotó como un gran éxito
diplomático. En segundo lugar, se estableció un acuerdo de tipo económico que
liquidaba la deuda del Estado italiano con la Santa Sede mediante el pago de
750 millones de liras y 1.000 millones en título de renta italiana con un
interés del 5% anual. Por fin, había un concordato, por el que se estipulaba la
independencia de la Iglesia y se regulaba un estatuto especial para sus
miembros, además de la confirmación de la enseñanza del catolicismo, y el
control eclesiástico sobre los matrimonios, aspectos que permitían una interrelación
evidente entre el Estado y la Iglesia, y que no había habido anteriormente.
Pero los problemas aparecieron
muy pronto a la hora de interpretar algunas cuestiones de los Acuerdos. El
Estado fascista italiano y la Iglesia Católica nunca rompieron relaciones, pero
mantuvieron una tensión creciente durante toda la existencia del primero. Pío
XI se alarmó ante el acercamiento de Mussolini a Hitler. En este sentido,
publicó una encíclica en 1938 donde establecía la incompatibilidad entre el
nazismo y la doctrina católica. La tensión creció mucho a partir de ese año.
Algunos creyeron que, con el nuevo Papa, Pío XII, las relaciones se romperían,
pero no fue así. Por su parte, los populares (PPI) de Sturzo siempre sintieron
una gran aversión hacia el fascismo y se puede considerar que fueron una clara
oposición interna por sus críticas, algo que irritaba sobremanera a Mussolini,
que llegó a amenazar en 1932 al Vaticano con lanzar las camisas negras contra
ellos si no se les frenaba. Por fin, en 1933 se encarceló a algunos de sus
líderes como Donati y De Gaspieri.