Nos hemos confundido. Creemos que los encuentros pueden ser tan triviales que parece “posible y hasta genial ponerles precio”.
George Bernard Shaw, célebre filósofo, afirmó que esta anécdota fue real. Una vez estaba en una cena con gente de la sociedad, cuando le preguntó a una marquesa: “¿Se acostaría usted conmigo por un millón de dólares?”. Ante lo cual ella contestó: “Por un millón de dólares lo pensaría seriamente”. Entonces Shaw le dijo: “Le doy 10 dólares”. La marquesa, indignada, le gritó: “¡¿Qué clase de mujer cree que soy?!”, ante lo cual el escritor respondió: “Eso ya lo sé, lo que estamos discutiendo es el precio”.
¡Qué equivocado legado dejamos para los que nos siguen si perdemos la conciencia del carácter venerable de las relaciones humanas! Nada puede ser más dañino que convertir lo sagrado en objeto desechable sin propósito trascendente.
Cada vez que el compromiso, el bienestar y la libertad de los otros se condiciona al dinero, cada vez que una palabra dada se incumple excusándose en ambiciones individuales o cada vez que el principio de autoridad se opone a la compasión, invertimos los valores: cambiamos lo sostenible por lo perecedero, lo esencial por lo aparente, lo sagrado por lo profano.
Asombra la paradoja, queremos la felicidad y el bienestar para nosotros y para los demás. Pero si nos cuesta dinero o poder, renunciamos a él sin pestañear.
Es infantil pensar que podemos ser felices si ignoramos que el hambre, la pobreza o el dolor del vecino, sea este un país, una etnia, la pareja o el que habita al otro lado del mundo, son nuestra responsabilidad y, más aún, que si no la cumplimos recibiremos tarde o temprano sus efectos.
Curiosa fantasía pretender un mundo donde este desliz no tenga consecuencias en la aldea global. No aletea una mariposa en Japón sin que se desate una tormenta en el Amazonas.
Hoy es urgente un acto de coraje, arriesgarnos a actuar contra la corriente y privilegiar lo esencial sobre lo aparente para ser capaces de “tomar la decisión de honrar el carácter sagrado de cada contacto humano”.
Cada quien es un espejo que nos invita a ser mejores y que nos revela nuestra humildad. Pero, más importante, cada relación consciente de su dimensión trascendente se constituye en la clave que descifra nuestra misión.
¡Qué futuros más promisorios aseguramos para nuestros hijos si nos comprometemos a convertir la libertad y la felicidad del otro en el bien más preciado!
Via:: Colombia