Las residencias de ancianos, sean públicas o privadas, son un lugar triste con un ambiente descorazonador. Sólo pueden animarlo un poco las visitas de familiares o amigos si van acompañados de niños pequeños, Las travesuras que hacen los niños hacen que asome una sonrisa en el rostro de la afortunada persona visitada y en el resto de los residentes.
Las residencias de ancianos son relativamente recientes, antes se llamaban asilos y ahora residencias, pero la realidad de las personas mayores encerradas en ellas sigue siendo la misma. Con la vida trepidante vida actual, el trabajo, la falta de espacio en las casas, los horarios diferentes de los miembros que componen una familia; la inclusión de personas mayores en las residencias ha aumentado considerablemente. En ocasiones es por necesidad; sin embargo, conozco casos en los que la incomodidad y el fastidio que supone tener en casa a una persona mayor, es la única razón para ingresarla y con la excusa de que estará mejor atendida, tienen la conciencia tranquila y se quitan problemas de encima.
En las residencias de ancianos se ocupan, a veces, de que los residentes estén bien atendidos y aseados; sin embargo, no pueden darles el cariño y el ambiente familiar que les proporciona un hogar de verdad.
Nuestras personas mayores nos han dado todo: experiencia, consejos, sabiduría por contarnos anécdotas de su infancia que nos han hecho aprender tradiciones pasadas que desconocíamos y forman parte de nuestra cultura. El precio que reciben por todo ello es el aislamiento y la soledad, mirándose unos a otros en una sala común con la televisión de fondo para quienes quieran o puedan verla.
Desearía volver a tiempos antiguos, cuando recuerdo a mis abuelos rodeados de sus hijos, nietos y amigos de sus nietos. Tuvieron la inmensa suerte de disfrutarlos hasta el final de sus días sin sentirse solos ni aislados jamás.