Soy de cerca de la playa. Algo así como la camarera de Sabina en “un pueblo con mar”, aunque olvidémonos de aquello de “Y nos dieron las diez y las once” porque incumples el toque de queda y te caen encima los municipales libreta en mano. Antes del bicho, cuando llegaba Semana Santa y Pascua se llenaba todo de gente venida de cualquier parte buscando los primeros rayos de Sol y esa foto para instagram con la que hacer los dientes largos a los que se quedaron en la ciudad. Como siempre.
Si, como siempre, porque este año ha sido igual. Los controles de las carreteras de acceso a la playa en los que pusimos la esperanza de que sirviesen para algo más que para crear atascos a la ida y a la vuelta del trabajo no han servido de demasiado. El paseo estaba lleno hasta los topes, jubilados con sus nietos, parejitas furtivas, matrimonios con niños, solterones animosos o cuadrillas. Todo mientras la playa permanece desde la salida del Sol llena de sombrillas de todas las partes del universo mundo, habitadas por “comedores de pipas” y “oidores” de reggaeton, como todos los años.
Lo único que no ha sido igual es que el del hotel de toda la vida ha tenido que cerrar, en el edificio luce un cartel de Se Vende y se cuenta que los empleados han formado una “colla” para intentar ganarse la vida recolectando las cada vez mas malpagadas naranjas. Otra cosa que también ha cambiado es que el personal de los bares del paseo ha borrado las sonrisas, hay otras caras. Un reloj marca el tiempo desde el momento en el que te sientas, hay que hacer el mayor número de servicios posibles antes de que den las seis y tengan que recoger todo el tinglado a velocidades de manteros vendedores de DVD piratas. Me cuentan que lo cumplen a rajatabla, que el otro día desalojaron alguien que estaba acabando un café del tiempo con barquillo o un “Nacional” tocado de “Tiamaria”, no recuerdo si era así o al revés. El caso es cuando suena la hora se vacían las mesas y se llena la barandilla del paseo marítimo de gente consumiendo lo mismo que en la terraza pero sin ningún tipo de control de distancias. Y así en todo, inexplicable.
“No sé, no entiendo” es lo que nos pasa por la cabeza a demasiada gente, parece que algo no está funcionando y puede que sea la comunicación entre los que ponen las normas y los que debemos cumplirlas. A nadie se le ha ocurrido pensar que cuando se exhorta a hacer algo se ha de explicar claramente, con eso del “ordeno y mando” de primero de dictadura no sirve porque pueden ocurrir dos cosas; que la gente la acate sin pensar (raroooo) y aquello acabe convirtiéndose en una especie de dogma de fe y aparezcan como champiñones verdaderos hooligans, como aquel Jedi de los policías de balcón cuya vida tan exitante lo llevó a denunciar desde Alicante a otro que circulaba sin mascarilla por Lugo porque lo había visto por internet. O en caso contrario (más probable), que como nos dicen que debemos cumplir algo no podemos entender, lo cuestionamos y lo incumplimos pensando que somos más astutos que una regla puesta “sólo para amar la existencia”.
Igual a nadie por los ministerios se le ha ocurrido que, quizás, deberían dedicarse a poner un poco de coherencia a todo este coctel de normas que debemos cumplir. Ha llegado el buen tiempo y todavía no tenemos claro si llevaremos mascarillas o no en la playa. El ministerio dice una cosa, la Conselleria otra y todavía esperamos a alguien que salga y nos diga claramente porqué una cosa o la otra. Muy normal no parece, ¿verdad? Y así con todo.
Igual una solución sería sugerir a las autoridades que se leyesen 1984, de Orwell y si quieren que nadie se atreva siquiera a salir a la calle nos pongan a todos a mirar webcams, la represión sería terrible. ¿Te acuerdas de aquello que decíamos hará un año “saldremos mejores”? A mí me dan ganas de pintar una camiseta con Hobbes gritando aquello de “El hombre es un lobo para el hombre”. Oye, más acertado. ¿A que sí?.