Revista Comunicación
SIBILA / Síbylla. — Nombre que recibe la sacerdotisa encargada de enunciar los oráculos de Apolo, invadida por el dios (al estilo de la *pitia o de *Casandra), pero sin estar ligada a ningún santuario.
El término aparece por primera vez hacia el año 500 a.C. en la obra de Heráclito de Efeso, designando a una sola profetisa. Ésta parece ser la única conocida hasta el comienzo de la época helenística; así, Eurípides cita una sola, a la que llama Libissa en el prólogo de su tragedia, perdida, no sabemos si titulada Lamia o Busiris. Heródoto no la menciona, lo cual parece deberse (Hildebrant) a que la profetisa habría permanecido confinada durante siglo y medio en centros de poco renombre, considerada en general como un producto importado de algún culto extranjero. Aristófanes considera ridícula y absurda la creencia de esta sibila. Platón, que también se refiere a una sola, habla de ella con respeto, como profetisa inspirada que adivina el porvenir, y análoga a la pitia de Deífos. Aristóteles asocia las sibilas a los adivinos que llevan el nombre de *Bacis. Uno de sus discípulos afirma que la primera sibila es contemporánea de Solón (594 a.C.) y Ciro.
Es, pues, en el siglo IV a.C., cuando se consolida la creencia en una pluralidad de sibilas, lo que también sucede con el adivino *Bacis. Su número irá en continuo aumento hasta que Varrón, en el s. I a.C., establece una lista de diez sibilas con arreglo no a un criterio cronológico, ni onomástico, sino conforme al lugar donde ejercían su actividad profética: 1) la sibila persa; 2) la sibila libia; 3) la sibila délfica; 4) la sibila cimeria; 5) la sibila eritrea; 6) la sibila samia; 7) la sibila cumana; 8) la sibila helespóntica; 9) la sibila frigia; 10) la sibila tiburtina.
Otros cánones posteriores, como el de Suidas o la Crónica Pascual (del s. X d.C.), incluyen otros nombres más. En esta misma línea, pocos son los autores de época imperial romana que aceptan la relación de Varrón, puesto que la reducen y varían sus nombres. Así:
Marciano Capela nombra dos (una eritrea, Simáquide, que vivía en Cumas, y otra frigia, llamada Herófile); un escoliasta de Aristófanes, tres (una hermana de Apolo, una eritrea y otra de Sardes); Solino, también tres (una délfica, una llamada Herófile y una tercera de nombre Aniena); un escoliasta de Licofrón tres (una sibila de Cumas, hermana de Apolo, la eritrea y la de Sardes),
Otros autores creen que las sibilas fueron cuatro; así, Tibulo (Amaltea, la marpesia Herófile, Fito Graia y la Aniena del Tíbur), Eliano (eritrea, samia, egipcia y la de Sardes) y Pausanias (la libia, la de Marpeso o Eritras, la de Cumas y la de Babilonia o egipcia, llamada Sabe). Clemente de Alejandría habla de nueve (Samia, Colofonia, Cumana, Eritrea, Tesalia, Tesprotia, Fito, Taraxandra y Macétide).
Por lo general se consideraba que la sibila de Gergos o Gergitio era la más antigua o, al menos, una de las primeras, en disputa con la de Eritras. Era en el templo de Apolo de esta localidad donde la sibila ejercía su actividad profética.
Sobre la filiación de las sibilas no existía acuerdo, si bien Hidole y Lamia suelen ser citadas como madres y Apolo como padre, amante o hermano. De igual forma se hace frecuente alusión a los viajes de las sibilas: la eritrea se habría desplazado a Cumas, la frigia se habría desplazado a Delfos, la marpesia habría visitado Samos, Claros, Délos y Delfos, etc. Según se ha observado (J. J. Caerols), los lugares a los que se desplaza la sibila coinciden con centros del culto apolíneo; en algunas ocasiones (Hildebrant), la sibila sustituye a la sacerdotisa del culto apolíneo local.
La sibila profetiza en estado de éxtasis, como la pitia, si bien no parece perder su personalidad en el momento en que es poseída por Apolo. Cuando vaticina lo hace apoyada en una roca, según declaran Herófila de Eritras en su epitafio y la sibila de Delfos. La sibila cristiana nunciaba el futuro sentada en el Capitolio en medio de olivos. En la Eneida de Virgilio sus oráculos vienen registrados en hojas de palmera que el viento dispersaba en el antro continuamente.
Si bien sibilas como la cumana nos son presentadas alcanzando una extraordinaria longevidad, existieron lugares que reclamaron para sí el emplazamiento de su tumba (la Tróade, Eritras, Cimme, Sicilia).
Ofrecemos a continuación la clasificación varroniana (s. I a.C.) de las sibilas, enumeradas por el erudito latino:
1) Sibila persa. — Una de las sibilas, también llamada caldea, hebrea o babilonia. Su nombre era el de Sabe (Sábbe) o Sambethe. Según Pausanias, quien la cita por primera vez, era hija de Beroso y Erimante, mientras otros la presentan como hija o nuera de Noé; ambos aparecen representados en las monedas de la ciudad de Apamea del siglo III d.C. Anuncia los sucesos de la torre de Babel y las victorias de Alejandro Magno. La identificación de la sibila babilónica con la judía debió de operarse en el seno de la comunidad judía de Alejandría, en torno al s. II a.C. (j. J. Caerols). Para algunos sería contemporánea de la sibila eritrea, llamada Atenaide.
Los Libros Sibilinos judíos contienen textos datados en el siglo II a.C. ya que en época helenística los judíos rehicieron oráculos para introducir en ellos ideas monoteístas. Los cristianos atribuyeron a la sibila catorce libros compuestos entre los siglos II y IV d.C.
2) Sibila libia. — A veces llamada también egipcia, fue conocida en Grecia hacia mediados del siglo V a.C. (Bouché-Leclercq). Eurípides probablemente se refirió a ella en su Lamia.
3) Sibila délfica. — Se presenta como hija de Apolo, con frecuencia llamada Herófile, a veces Artemis. Según algunos autores, la sibila délfica sustituyó a la *pitia, establecida con anterioridad en el santuario. Pausanias cita un oráculo compuesto por dicha sibila en honor de Apolo.
4) Sibila cimérica. — Conocida también como itálica es considerada como madre de Evandro. Posiblemente fue la única sibila local conocida por los autores latinos del siglo III a.C.; residía en las proximidades del lago Averno. Debió de ser el poeta Nevio quien introdujo en la literatura latina el tema de la consulta de Eneas a la sibila cimérica. Posteriormente debió de ser eclipsada por la sacerdotisa del templo de Apolo en Cumas (sibila cumana), cuya actividad como centro oracular debió de llegar hasta finales del siglo IV a.C. En época augústea, Virgilio, apartándose de las citadas tradiciones literarias, otorgará a la de Cumas uno de los papeles más destacados de su Eneida.
5) Sibila eritrea. — Una de las sibilas, quizá la más conocida y de mayor prestigio, como demuestra el hecho de que la nueva colección de los Libros Sibilinos (76 a.C.) se recopile fundamentalmente en esta ciudad de Asia Menor. En las monedas se la llama theá y se la considera nacida en Eritras o en Marpeso (sibila helespóntica); como ésta, su nombre sería Herófila. Una sibila posterior localizada en esta misma ciudad recibe el nombre de Atenaide.
6) Sibila samia. — Llamada Foito, Fito, *Femónoe o Herófila, se la sitúa en torno a la fundación de Bizancio o, según otros autores, en torno al año 712 a.C.. Pausanias, sin embargo, hace de Femónoe la primera pitia de Delfos y la primera que cantó en hexámetros. En el siglo VII d.C., Isidoro la llamará Samonota (nombre modificado de la isla).
7) Sibila cumana. — Conocida ya en el siglo III a.C., fue la más famosa entre los romanos, especialmente gracias a la Eneida de Virgilio, quien la relaciona con Eneas y los tiempos anteriores a la fundación de Roma. Fue este poeta quien fusionó en ella (Deifobe) a la sacerdotisa de Hécate del Nekyomanteion y a la de Apolo de Cumas (Phoebi Triviaque sacerdos). Fue llevada a Cumas por Acates (escudero de Eneas). Allí, ante el templo de Apolo, encontró a Eneas, a quien invitó a sacrificar. Ya en el umbral del templo el dios comenzó a apoderarse de ella. Tras la plegaria y los votos de Eneas al dios Apolo, Deifobe, poseída ya por el dios, le profetizó sus futuras guerras y también su probable triunfo:
Oh tú que ya has agotado los grandes peligros del piélago / (aunque faltan los más grandes de la tierra), a los reinos de Lavinio / llegarán los Dardánidas (saca esa cuita de tu pecho) / y también querrán no haber llegado. Guerra, hórridas guerras, ¡y el Tíber espumante de la mucha sangre estoy viendo. / No te faltarán los campamentos dorios, ni un Simunte, / ni un Janto; ya otro Aquiles ha nacido en el Lacio, / hijo también éste de una diosa; y Juno, la aflicción de los teucros, / no andará lejos tampoco cuando tú en la desgracia suplicante / ¡qué pueblos o qué ciudades de Italia no habrás probado con ruegos! / La causa de tamaño mal, de nuevo una esposa huéspeda de los teucros, / y de nuevo un matrimonio forastero. / No cedas tú a estos males y hasta sigue avanzando lleno de valor / por donde te permita tu Fortuna. De la salvación el amino primero / (nunca lo creerías) habrá de abrirte una ciudad griega (VI, 83-97).
Tras pasar los efectos del éxtasis, Eneas pide que le acompañe a través del infierno para encontrar a su padre Anquises. Deífobe le impone dos condiciones: coger la rama de oro consagrada a Juno infernal y sepultar a Miseno.
Concluido el sacrificio a los dioses infernales en la boca del Averno, Deífobe entra con Eneas en la caverna que conducía a las profundidades de la tierra guiándole por el reino de los muertos: le prohíbe el uso de la espada contra los monstruos, le explica la suerte de los insepultos y consuela a Palinuro (piloto de la nave de Eneas) con el siguiente anuncio:
No confíes en torcer los hados con tus súplicas, / pero guarda en tu corazón estas palabras , consuelo de tu dura suerte . / Que los comarcanos, conmovidos a lo largo y ancho en las / ciudades por prodigios del cielo, expiarán tus huesos i y un túmulo levantarán y honores rendirán al túmulo, / y tendrá el lugar para siempre de Palinuro el nombre (VI, 376-381).
Después calma a Caronte y Cerbero, aconseja a Eneas que abandone a Deífobo (hijo de Príamo), le describe el Tártaro, al que el héroe no puede entrar y le ordena poner la rama de oro ante la puerta de Júpiter. Por último, Deífobe interroga a las ánimas felices dónde se encuentra Anquises, quien, una vez hallado, asumirá el papel de guía que la adivina venía desempeñando.
Virgilio es el único autor que cita a Deífobe como nombre de la sibila. Varrón conoce los de Amaltea, Herófila y Demófila. Dicha elección parece explicarse por el origen troyano de la adivina; Livio y Servio creían que la sibila cumana había llegado a Italia del exterior. En este sentido Glauco, su padre, es el nombre no sólo de una divinidad marina sino también de varios personajes troyanos.
La sibila cumana era distinguida por la tradición anterior a Virgilio de la sibila cimeria. Nevio y Pisón la presentan custodiando el Nekyomanteion del Averno. Probablemente fue Nevio quien introdujo en la literatura la consulta de la sibila cimeria por parte de Eneas. Virgilio no hizo sino fusionar la sacerdotisa de Hécate del Nekyomanteion y la de Apolo de Cumas; en VI, 35 aparece citada como «sacerdotisa de Febo y de Trivia». De esta forma no es difícil explicarnos el doble papel que desempeña Deífobe como sibila y guía de Eneas en los Infiernos.
Virgilio tampoco olvidó relacionar a la sibila cumana con los Libros Sibilinos custodiados en época augústea en el templo de Apolo Palatino. En la profecía de *Héleno se presupone la fijación por escrito de las respuestas; según Varrón la sibila usaba hojas de palmera. En el s. IV d.C., Servio le atribuye un Carmen Euboicum o Chalcidicum.
8) Sibila helespóntica. — Una de las sibilas anteriores a la uerra de Troya, la segunda más antigua. Predijo que, para perdición de Asia y Europa, Helena se habría de criar en Esparta, y que, a causa de ella, Troya sería tomada por los griegos.
Algunas fuentes la llaman Herófila; había nacido en Tróade y según algunas tradiciones, más concretamente, en Marpeso. Los habitantes de esta región mantienen estrecho contacto con las gentes de Cime (Eolia), e donde parten los colonos que fundarán Cumas, en Italia, llevando consigo el culto de Apolo y los oráculos de la sibila.
Los habitantes de Alejandría Tróade decían que Herófile fue guardiana del templo de Apolo Esminteo y que fue allí donde vaticinó a Hécuba sobre su sueño; pero, según H. W. Parke, se trata de una leyenda inventada en época helenística cuando esta ciudad controlaba la Tróade y reclamaba para sí la actividad profética de la sibila de Marpeso. No obstante los eritreos también vindicaban para sí la nacionalidad de la sibila.
Herófila pasó la mayor parte de la vida en Samos, visitando luego Claros, Délos y Delfos, donde realizaba sus predicciones subida sobre una piedra que llevaba consigo. Pausanias sostiene que, interpretando el sueño de Hécuba, predijo la guerra y la destrucción de Troya por culpa de París. Según Dionisio de Halicarnaso, predijo el desembarco de Eneas en Italia y el final del peregrinar de los troyanos.
En Délos se recordaba un himno a Apolo que Herófila compuso enloquecida por el dios; ella se llamaba a sí misma Ártemis y «esposa de Apolo».
Pero Pausanias dice que en otras ocasiones declaraba ser hija de madre inmortal (una de las ninfas del Ida) y de padre mortal:
Yo he nacido de mortal y de diosa, / de una ninfa inmortal y de un padre comedor de peces, / de una madre nacida en el Ida, y mi patria es la roja / Marpeso, consagrada a la madre, y el río Aidoneo (X, 12, 3).
Murió en Tróade y se creía que su sepulcro estaba en el bosque sagrado de Apolo Esminteo. Sobre su estela, Pausanias leyó los siguientes dísticos, compuestos probablemente en época helenística:
Yo soy aquella sibila intérprete de Febo / y ahora me pudro bajo esta losa de piedra, / antes doncella cantora y ahora para siempre muda, / debo a la suerte dura esta tierra. / Pero también descanso cerca de las ninfas y Hermes / y abajo tengo parte del reino de antaño (X, 12, 6).
Pausanias aclara que junto al sepulcro de la sibila se levanta un Hermes y a su izquierda brotaba agua de una fuente junto a las imágenes de las ninfas. Su roca, desde la que solía profetizar, se guardó en Delfos, donde también fue vista por Pausanias.
9) Sibila frigia. — Recibe diversos nombres, tales como Artemis, Herófile, Saríside, Casandra o Taraxandra.
10) Sibila tiburtina. En origen era una ninfa itálica, de carácter local. La posterior popularidad de las sibilas explica que ambas acabaran confundiéndose. Su nombre es Aniena o Albúnea.
Varrón dice de ella que era adorada como diosa de Tibur (Tívoli), a orillas del Anio, en cuyo cauce se dice que se encontró una estatua con un libro en la mano. Una tradición pretendía que Albúnea atravesó el río llevando en su regazo las sortes sin que éstas se mojaran. Horacio la recuerda como una diosa de las aguas de Tibur (Tívoli) y alude a la domus Albuneae resonantis, quizá una de las grutas que se abren en las montañas próximas a la ciudad latina. El nombre de Albúnea aparece también en una inscripción hallada en Tívoli, hoy depositada en el Museo Nazionale Romano.
En la Eneida, Albúnea es una selva en la cual había una fuente de aguas sulfurosas donde Latino consultó el oráculo del dios Fauno. Los arqueólogos modernos tienden a identificar el lugar en la localidad de Solforata, en la vía Ardeatina, a unos seis kilómetros de Lavinium, donde existían unas aguas sulfúricas. En favor de esta hipótesis vino el descubrimiento, en 1940, de unos restos arquitectónicos (del siglo IV o III a.C.) en una colina próxima a aquella localidad y materiales epigráficos (cipo de Tor Tignosa) con importantes dedicatorias al Lar Aenias y a las Parcas.
Servio señala que sus escritos se conservan, junto con los Libros Sibilinos y los Carmina Marciana entre los documentos oficiales de la religión romana. En la Edad Media circulaban aún profecías atribuidas a la sibila tiburtina.
Después de la clasificación de Varrón no faltaron otros intentos por alargar la lista de las sibilas: Suidas (s.v. «Síbylla») añade la tesalia (identificada con Manto, hija del adivino *Tiresias, representada en monedas de las ciudades de Tricca y Pelimna), colofonia (llamada Lampusa, hija del adivino Calcante), tesprótica, siciliana (cuya tumba según Solino se encontraba en Lilibeo), rodia, lucana y la sarda. La Crónica Pascual, compilación del siglo X d.C., cita doce sibilas (las diez de Varrón más la judía y la rodia), sin duda con el propósito de igualar su número con el de los Apóstoles (J. J. Caerols).
Existen escasas referencias de un culto a una sibila que, si existió, debió de ser anulado por el de Apolo; tan sólo una alusión en Servio. Como Thea, aparece sólo en las monedas de Eritras.
Suele ser representada como una mujer sin edad determinada, vieja en ocasiones, a veces parcialmente desnuda (quizá en alusión a su virginidad). Según Plutarco, la cara de la sibila muerta era identificada con la Luna.
SANTIAGO MONTERO
“Diccionario de Adivinos, Magos y Astrólogos de la Antigüedad”
fuente: https://issuu.com/mazzymazzy/docs/235572305-montero-santiago-dicciona