Se narra que siete obispos abandonaron la ciudad con maravillosas reliquias e inmensos tesoros y que se escondieron más allá del mundo conocido.
Comenzó a correr el rumor de que cada uno de ellos construyó una fantástica ciudad en una tierra lejana, más allá del Mar Océano, como era llamado el Océano Atlántico.
Estas ciudades eran distinguidas con los nombres de Aira, Anhuib, Ansalli, Ansesseli, Ansodi, Ansolli y Con.
Mapa de la época que las reflejaban.
Por mucho tiempo se pensó que las siete ciudades estaban situadas en Antilia, la legendaria isla situada en el Mar Océano.
El origen del nombre Antilia puede derivar de la Atlántida descrita por Platón en el Timeo y Crizia o quizá del latín anterior en cuanto es considerada anterior al Cipango descrito por Marco Polo.
Plutarco, en sus Vidas Paralelas, escribió que el cónsul español Quinto Sertorio tuvo contacto con algunos navegantes que afirmaron haber avistado unas islas a aproximadamente cuarenta días de navegación desde Marruecos.
El erudito Paolo dal Pozzo Toscanelli las dibujó a unas 700 leguas (3500 kilómetros) de las costas españolas, dándoles una exacta ubicación en el Mar Océano.
En los tiempos de Cristóbal Colón tenían la convicción de que las sietes ciudades estaban situadas en Antilia.
Sucesivamente comenzó a pensarse que estaban situadas en Norte América.
La primera expedición que llegó a los actuales Estados Unidos meridionales tuvo lugar en el 1528, al mando de Panfilo de Narváez.
La empresa se enfrentó con enormes dificultades ambientales y además hubo continuos enfrentamientos con los nativos guiados por el Cacique Hirrihigua. Casi todos los que viajaron murieron, excepto Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Carranza y un esclavo bereber llamado Estebanico.
Los cuatro se alejaron lo más que pudieron de esos lugares tan hostiles avanzando hacia el oeste en los actuales estados de Alabama, Louisiana y Texas.
Su increíble viaje duró unos ocho años, durante los cuales conocieron varias tribus indígenas, logrando sobrevivir. Llegaron finalmente a Culiacán, en Sinaloa, territorio que hacía parte de la Nueva España, contando haber visto enormes riquezas.
Alvar Nuñez Cabeza de Vaca escribió un libro en donde narró la aventura, titulado “Naufragios”.
En este libro se describieron ciudades de oro y riquezas sin límites, y rápidamente comenzó a pensarse que el territorio atravesado por cuatro aventureros fuera el reino de las siete ciudades, que se llamaron "de Cíbola", porque anticamente el bisonte, numeroso en las praderas norte-americanas, se denominaba "cibolo".
El Virrey de la Nueva España Antonio Mendoza organizó una primera expedición en busca de las siete ciudades de Cíbola dirigida por el fraile Marcos de Niza, que fue guiado por Estebanico.
Esta primera empresa no tuvo éxito porque Estebanico fue asesinado en una aldea indígena, mientras que Marcos de Niza afirmó haber visto de lejos las siete ciudades de oro, pero afirmó no haber podido acercarse porque temía por su propia vida.
Españoles buscando las 7 ciudades.
La segunda expedición fue dirigida por el castellano Francisco Vásquez de Coronado que partió de Compostela Nayarit en el 1540.
Era jefe de 300 españoles además de unos 300 empleados indígenas.
En julio del mismo año, uno de sus lugartenientes, Tristán de Luna y Arellano, tomó poder de algunas aldeas llamadas Zuni, en el actual Nuevo México.
Estos pueblos fueron reconocidos como las siete ciudades de Cíbola pero no fueron encontradas particulares riquezas o yacimientos.
Coronado se dirigió hacia el norte con la meta de encontrar la ciudad de Quivira pero también esta aldea, cuyo nombre fue cambiado luego por el de Wichita, se encontró privada de riquezas.
La cuarta empresa que exploró los actuales Estados Unidos meridionales fue aquella conducida por Hernando de Soto, el gobernador de Cuba.
De Soto partió en el 1539 al frente de nueve naves, con seiscientos hombres bien armados y equipados. Rápidamente los españoles se enfrentaron con enormes dificultades ambientales, y muchos de ellos murieron de malaria cerebral.
Cuando llegó a Alabama, De Soto asedió la aldea fortificada de Mabila, habitada por autóctonos Choctaw.
El asedio causó más de mil muertos, pero al interior de la fortaleza no estaban las riquezas esperadas.
De Soto murió en los meses siguientes tal vez a causa de una herida infectada.
Sus peregrinaciones en búsqueda de enormes riquezas se tomaron como un desastre en el aspecto económico pero sus cronistas fueron los primeros en relatar detalladas descripciones de pueblos tribuales y de sus usos y costumbres.
Lamentablemente esta búsqueda interminable de las siete ciudades de Cíbola y de un reino riquísimo, en donde los placeres materiales fueran satisfechos, causó el más grande genocidio involuntario de todos los tiempos.
Los europeos, en efecto, transportaron varias bacterias y terribles virus, como por ejemplo el de la viruela. Este virus vivía principalmente en el interior del cuerpo de los animales transportados por los europeos (caballos, bovinos y cerdos).
Cuando el virus tuvo contacto con los pueblos autóctonos fue una matanza: se estima, en efecto, que de las aproximadamente 25 millones de personas que habitaban en Norte América antes de la conquista europea (incluido México), unos 18 millones fueron diezmados por las enfermedades en los 50 años sucesivos.
El norte del reino de la Nueva España, (correspondiente a los actuales Estados Unidos meridionales), volvió a ser poco interesante para los españoles y fue casi abandonado por aproximadamente un siglo.
Cuando, en el 1672, los franceses se adentraron en el valle del Mississippi, al mando del explorador De la Salle, las grandes llanuras norteamericanas no estaban ya pobladas por numerosas tribus indígenas, sino que eran inmensas praderas casi deshabitadas.
De la Salle en América.