Revista Comunicación
HASTA DONDE ME alcanza la memoria, no creo que exista ningún caso de supervivencia política, en medio de tantas adversidades, que se pueda comparar con el de la “sexagenaria” Esperanza Aguirre. Su habilidad para sortear las dificultades es digna de estudio.Ni el turbio asunto del tamayazo, que le sirvió de catapulta para alcanzar el poder; ni sus sonados enfrentamientos con su gran rival político, Alberto Ruiz-Gallardón; ni la trama Gürtel, que tan de cerca le tocó; ni la imputación del que fuera su “niño bonito en Sol, Alberto López Viejo; ni la supuesta financiación ilegal del partido; ni el encarcelamiento de su número dos en el PP, Francisco Granados; ni los espías de la ‘gestapillo’; ni los recelos del entorno de Rajoy, cuyo liderazgo quiso disputarle en el congreso del PP en Valencia… Nada de esto, que ya es mucho, ha podido acabar con ella. Ni siquiera el incidente de tráfico tras ser multada en la Gran Vía, que no le dejó muchos amigos en el cuerpo de agentes de Movilidad, que ahora aspira a dirigir. Pero no solo eso. Alguien, además, que sale indemne de un accidente de helicóptero; que escapa de un atentado en Bombay y de regreso a Madrid tiene la osadía de dar una rueda de prensa en calcetines; o que es capaz de vencer a un cáncer… O de irse con lágrimas en los ojos cuando arreciaba la crisis, asegurando que daba un paso atrás para estar más tiempo con su familia.Y sin embargo, Aguirre, genio y figura siempre, “sacrifica” ahora su corta carrera como cazatalentos para volver al ruedo electoral. A la primera línea de un frente político más agitado e incierto que nunca. A un campo plagado con algunas de las minas que ha sembrado el PP. Ahora, precisamente, que los rigores de la crisis empiezan a levantar el vuelo, vuelve ella tras su aparente abandono. Siempre sospechamos que aquel paso atrás, cuando venían mal dadas y había que adoptar medidas impopulares, sólo era para tomar impulso. Y así ha sido. Vuelve donde solía para tratar de cumplir el sueño no tan oculto de su vida: convertirse en alcaldesa de la capital. Una aspiración, obsesión tal vez, que su admirado Aznar truncó en 2002 cuando, contra todo pronóstico, el entonces presidente del PP le obligó a cambiar el paso poniéndola de candidata en la Comunidad de Madrid. La “lideresa”, tan supersticiosa ella, debería saber que nunca segundas partes fueron buenas. “¡Joder qué tropa!”, que diría Rajoy parafraseando al conde de Romanones. Por lo demás, si la renovación del PP era esto, que venga Dios y lo vea.