Revista Cultura y Ocio

Las sillitas rojas - Edna O'Brien

Publicado el 31 enero 2019 por Elpajaroverde
«Hace mucho tiempo, en un país muy lejano, la bestia más horrible que haya existido merodeaba por los campos. Por la mañana se zampaba a los hombres que iban a trabajar al campo. Por la tarde se colaba en granjas solitarias y se comía a las madres y a los niños que se disponían a cenar». 
«Mi tita me ha dicho que escriba un cuento para mejorar en lengua. La protagonista es una princesa en un calabozo. El calabozo es pequeño y gris y hay ratones y ratas. La pobre princesa se pasa todo el día en un taburete. Da mucho miedo».
Mistletoe le deja a Fidelma mensajes secretos. Deja sus cartas en la casita de pájaros de la terraza de Jasmeen. Jasmeen ha acogido a Fidelma en su casa. Fidelma es una recién llegada a Londres, a esa gran urbe de la que se dice que en ella se hablan más de cien lenguas. Una vez, en la estación Victoria, Fidelma se fija en la gente arrastrando sus maletas con ruedas: «ruedas y más ruedas, como si el mundo entero estuviera en marcha». Así se arrastra Fidelma por las calles londinenses y es por eso por lo que Jasmeen le abre las puertas de su casa, porque una vez ella también fue una recién llegada y fue una irlandesa, como Fidelma, la primera persona que le tendió una mano.
Para cuando Mistletoe, que por su tono adivinaréis de corta edad, comparte sus secretos con su nueva vecina, esta novela de la que pretendo hablaros está ya bastante avanzada. ¿Por qué comienzo entonces con dos extractos de una de sus notitas, os preguntaréis? Porque por algo tengo que empezar. Porque no sé lo que he leído. Porque sí sé que es muy grande, en cambio, y, sin embargo, es la pequeña Mistletoe la que consigue expresar lo que yo quiero y no sé cómo contar. También porque así aprovecho y os presento a Fidelma. Fidelma, que, más que protagonista, es hilo conductor. Fidelma, que (cito a Byron, como se cita en la novela), «camina bella, como la noche». Fidelma, que es (será) «un roble, hendido por el rayo, con la corteza ennegrecida y chamuscada; un árbol que había muerto y sin embargo aún mantenía una parte con vida [...] En el lado opuesto abrotoñaban unas ramas jóvenes que se desplegaban en todas direcciones, un portento de la naturaleza, muerto por un lado y vivo por el otro, un motivo para la esperanza». Será Fidelma como ese roble, pero me estoy adelantando y justo es que os ubique y que comience por el principio.
Las sillitas rojas - Edna O'BrienPara comenzar por el principio de este libro debo de emprender el viaje inverso que realizó Fidelma y trasladarme de Londres a Irlanda, concretamente a Cloonoila, una pequeña población en la que «aún quedan muchos prejuicios y la gente vive con sed de escándalo, como si fuese néctar». En ese lugar de ensueño, reducto del folklore e idiosincrasia irlandeses, recala el doctor Vladimir Dragan, sanador y poeta; también terapeuta sexual pero, esto último, lo omite a última hora de la placa que lo presenta en su consulta, no es cuestión de soliviantar los ánimos de una comunidad de tan arraigadas costumbres católicas. «Los celtas habían vivido en las gargantas de las Dolomitas y junto al Drina, de ahí que existiera un vínculo indiscutible entre Irlanda y los Balcanes», cuenta el Dr. Dragan, en adelante Vlad; y no sé si se trata realmente de ese vínculo o si es más bien consecuencia de la buena disposición de las buenas gentes de Cloonoila, el caso es que el forastero de origen montenegrino no solo es bien recibido y aceptado en esas verdes tierras del norte sino que pronto se convierte en figura popular y considerada, aunque, tal vez, en esto último, tenga bastante más que ver el carácter encantador del que constantemente hace gala. El sanador y poeta cura el cuerpo con las manos y el alma con la palabra. Pocos son los que escapan a su influjo aunque ciertamente son más mujeres las que lo idolatran. Fidelma tampoco escapa a esa adoración. Casada con un hombre mayor que ella, a sus cuarenta años lleva tiempo prisionera de «la misma rutina, los mismos anhelos y la misma soledad», rejas a las que hay que añadir su deseo insatisfecho de convertirse en madre. Conocer a Vlad será un revulsivo para sus ilusiones y también la savia que la erigirá en ese roble muerto y caído que pugna por renacer.
Para comenzar por mi principio, en cambio, debo decir que ya el primer párrafo de esta novela me deja patente el ingente talento narrativo de Edna O'Brien. Su prosa es bella, lírica, pero no meramente descriptiva y mucho menos aún vacía. Si nos describe un anochecer es porque algo en la trama se vuelve noche; si una gota de rocío sobre una hoja, porque en lo que nos cuenta hay algo que revivifica. Las flores le sirven a la irlandesa tanto para contarnos sobre el estado en el que vivirá sumida Fidelma que «en el alféizar, detrás de ella, hay un jarroncito con unas pocas flores, y cuando toca una de ellas da un brinco de terror, conmocionada ante semejante ternura, ante semejante contacto» como para que otro personaje proclame que «yo no soy nacionalista [...] pero opino que las razas no deben mezclarse... cuando me presentan a un francés auténtico, o a un alemán auténtico, o a un irlandés auténtico... tienen algo que también tienen las flores... un olor característico y único». Sin embargo, tardo en volver a disfrutar del abanico de posibilidades que ya me anuncia ese primer párrafo. Tardo porque me cuesta un poco sumergirme plenamente en la lectura. No conecto. Leo superficialmente. Me agobio. Pienso en abandonar. Insisto un poco más (sabia decisión aunque por entonces aún no sé hacia dónde me llevará). Quedaría muy bien exponer que fue mi encuentro con Fidelma (que camina bella, como la noche) el que me devolvió al camino que traza Edna O'Brien, pero faltaría a la verdad, porque Fidelma, como ya he dicho, a pesar de ser personaje importantísimo, para mí no es protagonista sino hilo conductor. Las sillitas rojas es una novela de voces. Pensé en un principio que a esa historia coral le ponían música y letra los habitantes de Cloonoila pero me equivoqué: fue comenzar a escuchar al auténtico coro y saber que ya no podría abandonar esta lectura y que continuaría hasta el final.

Las sillitas rojas - Edna O'Brien

Grigori Rasputin

«Para el cierre, se cantaba y recitaba la palabra «Hogar» en las treinta y cinco lenguas de los intérpretes [...] Resulta increíble la cantidad de palabras que existen para decir «hogar», y la música brutal que pueden llegar a desencadenar».
En Cloonoila hay un hotel-restaurante que responde al nombre de Castle. A él acuden personas aficionadas a la caza y su sola presencia le da distinción al pequeño lugar. Pero lo realmente interesante no se cuece en los salones o en las mesas sino en la cocina, en los cuartos del servicio y similar. Casi podría hablarse de un mini Londres si a dispares procedencias nos remitimos. En su vigesimoquinto cumpleaños, Hedda, la camarera lituana, un poco desanimada porque siente que se hace mayor, pide a cada uno de sus compañeros que, como regalo de cumpleaños, le cuenten una historia; ahí comienza la música para mí pero no terminará la función en ese escenario. Ya en Londres, Fidelma trabajará como limpiadora nocturna en un banco. Sus compañeras formarán otro coro de voces en este caso exclusivamente femenino porque, como le confesará Mistletoe, «somos una tribu. Una tribu de mujeres. Luchamos contra los dinosaurios...», y en esta novela serán demasiadas las mujeres que huyen de países en los que no se las quiere, en los que su valor es nulo simplemente por haber nacido mujer. Las voces que me lleguen de un centro de ayuda serán magníficas e inolvidables, y hasta de un refugio de galgos me llegará «una oleada de ladridos salvajes y disonantes [...] Parece un manicomio», porque loco se vuelve quien no tiene un hogar, entendiendo por tal «lo que te procura paz. Lo que te procura certezas».

sillitas rojas Edna O'Brien

Vlad III el empalador. Grabado en madera de Markus Ayrer

«Están allí porque no tienen ningún sitio adonde ir. Un puñado de don nadies, simples números en un papel o en un ordenador, los atormentados, los perseguidos, los violados, los vencidos, los mutilados, los proscritos, los pecios de este mundo, incapaces de volver a su hogar, donde quiera que ese hogar se encuentre. Se sientan donde pueden, en taburetes bajos, en sillas de cocina o en tristes cojines, todo donado. Muchos tienen que quedarse de pie».
«El lobo tiene derecho al cordero». Esta cita, procedente de la epopeya serbia La corona de las montañas, es tomada a modo de epígrafe de esta novela.  Y ciertamente a continuación se nos narra la historia de niños lobos que crecen para ser solo lobos y de mujeres que engendran niños lobos. El lobo de esta historia tal vez aspirara a escribir el Libro de la noche, tal y como un fantasma del pasado viene a recordarle en un sueño, pero serán otros, final y afortunadamente, los que escriban el libro que he tenido entre mis manos: serán «los vivos, los destrozados, los desollados, con la loca responsabilidad de recordarlo todo, todito» y de recordarnos a nosotros lo ciertos que son los versos de Yeats que rezan, tal y como los lee Fidelma a petición de Vlad en un punto de esta novela: «que el mundo lo llena el llanto / más de lo que puedas creer».
Es difícil acotar los temas que trata este libro. ¿Qué nos quiere contar Edna O'Brien con él? Nos habla de la maldad, de lo indisoluble que es la culpa y de lo intrínseca que se vuelve, de «lo rápido que una persona puede perder el corazón y la esperanza». Opino sinceramente que no llega a todo lo que pretende abarcar aunque tal vez sea yo la que no llega a alcanzarlo a pesar de que cuanto más pienso en lo que he leído más me gusta, más se me redimensiona y más magnífico me parece. La última obra de la irlandesa es compleja y está plagada de referencias literarias. Tengo también la impresión (y es solo una impresión pues este es mi primer acercamiento a esta escritora) de que con ella O'Brien extiende su universo literario más allá de lo que acostumbra. Cierto que la autora, al igual que Fidelma, se crió en Irlanda y emigró más tarde a Londres, pero en esta novela trasciende sus límites biográficos y se interesa por un suceso histórico más actual y más allá de sus fronteras y se atreve incluso a jugar a la historia alternativa, demostrando, no solo la lucidez que conserva a sus más de ochenta años, sino que su inquietudes siguen muy vivas, y haciendo extensible el concepto de globalización a la literatura al entender que «todo en este mundo es política. El pan que comemos, el agua que bebemos, el colchón en el que dormimos, la guerra y la paz, todo es política en esencia».
«En la calle vecina ondeaban las banderas de todas las naciones, y bastaba un simple vistazo para percibir que el color predominante era el rojo, el rojo del derramamiento de sangre». 
«Si yo estoy loco, en ese caso el patriotismo es una locura».

Las sillitas rojas - Edna O'Brien

La Haya, Países Bajos


Locura y guerra: es tan triste que estas dos palabras están tan imbricadas en esa política que en todo nos concierne... No asistiremos a la primera línea de fuego pero sí nos alcanzará la marea de sus consecuencias, la locura que desencadena, el cambio que opera en nosotros. Aunque, tal vez, ese cambio es solo ficticio y el lobo siempre fue lobo bajo la piel de cordero. Como proclama uno de los empleados del Castle: «es claro que somos un grupo simpático pero si nos ponen uniforme todo eso cambia. En guerra no sé quién mi hermano. En guerra no sé quién mi amigo. Guerra hace salvaje todo el mundo. Nadie sabe qué oculta el corazón de cada uno de nosotros cuando todo nos lo quitan».
«No conocemos a los demás. Son un enigma. No podemos conocerlos, y menos aún a los más íntimos, porque las costumbres nos confunden y la esperanza nos ciega ante la verdad».
Las sillitas rojas es una lectura en la que el dolor procedente del canto de las voces que componen su coro nos va cargando la mochila y encorvando la espalda hasta hacer que se nos encoja el corazón. Sin embargo, a pesar de ese peso, de lo oscuro, de lo monstruoso, del aullido de los lobos, del rugido de los dinosaurios, hay un reducto para la esperanza al igual que en ese roble vencido que encarna Fidelma; hay, en la mayoría de las voces de esos desheredaros del hogar, una solidaridad que nos permite soñar que «caminamos hacia nuestra casita en borde de un bosque y ya sale humo de la chimenea, porque uno de nuestros simpáticos vecinos ha encendido, sin problemas de fronteras, la paz que sobrepasa todo entendimiento».
El título de esta novela hace referencia a las 11.541 sillas rojas que se dispusieron a lo largo de los 800 metros de la calle principal de Sarajevo el 6 de abril de 2012 para conmemorar el 20º aniversario del comienzo del sitio a esa ciudad. Una silla vacía por cada muerto a lo largo de los 1.425 días de asedio. Infinitas más si pensamos en los países de origen de los personajes de este libro y en sus respectivas problemáticas: guerras, hambrunas, violencia, explotación,... Yo, sin embargo, no pienso en sillas vacías. Pienso en el macabro juego de sillas que orquestamos cada vez que escribimos una página de la historia mundial, en tantas sillas sin dueño y en tanta gente errando por el mundo sin silla en la que asentarse. Y pienso todo esto mientras me aferro a la propia y, por no mirar hacia el suelo, hacia la tierra que temo en cualquier momento sentir temblar bajo mis pies, alzo la cabeza al cielo y hago mías las palabras que la hermana Bonaventure, una de los habitantes de Cloonoila, le dedicara a Fidelma. Las hago mías y las lanzo cual plegaria deseando que sea cierto que existe un dios todopoderoso que las recoja, ya que los hombres somos sordos y no solo a estas palabras, sino también a las voces de nuestros hermanos sin darnos cuenta, siquiera, de que, en un futuro, ninguno de nosotros podemos asegurar estar exentos de terminar entonando su misma canción y de contribuir a llenar el mundo con nuestro llanto más de lo que podamos creer.
«Yo no suelo mirar las tapias carcelarias de la vida: mejor levanto la vista hacia el cielo, que es más bonito y más espacioso».
Amén.

Las sillitas rojas - Edna O'Brien

Línea roja de Sarajevo. Fotografía de Bizutage


Ficha del libro:
Título: Las sillitas rojas
Autora: Edna O'Brien
Traductora: Regina López Muñoz
Editorial: Errata naturae
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 352
ISBN: 978-84-16544-08-0
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