Revista Cultura y Ocio
Releo a Paco Ros, a mi amigo Paco Ros, a mi entrañable Paco Ros. Debería bastar con eso para decir que me he conmovido, maravillado y extasiado, otra vez, con su prosa de filigrana y luz. He elegido para revisitarlo su libro Las sombras vanas (Gráficas El Niño, Mula, 2004), del que tuve el honor (pocas veces se habrá dicho con tanta verdad) de ponerle el prólogo. Fui feliz escribiendo por y para Paco, para decir a los futuros lectores de la obra que no es posible encontrar mayor densidad lírica y mayores y más dulces emocionales nostálgicas en la prosa de ningún narrador que yo conozca. Cuánta melancolía; cuánta buena literatura en sus páginas. Paco logra, en este libro y en todos los suyos, llevar a los papeles su visión entristecida, umbraliana, de las cosas, de las gentes y del tiempo; su horizonte de esperanzas caducadas y de balcones deshabitados. Paco tiene heridas del ayer aherrojándole el alma, y alhábegas mustiándose en su despacho y en su corazón. Y tiene también un lenguaje que me provoca envidia, por su perfección y sus destellos. Qué adjetivos tiene; qué mirar recién despertado. Nos dice que ha visto “el rastro cereal de las hormigas” (p.23); nos dice también que uno de sus personajes accede al cielo y allí “intuyó los conceptos de divisor, de rosa, de gamba, de adverbio y de violonchelo” (p.25); nos narra una procesión señalando que “pasa una temperatura barroca de sangre, siglos, muerte, madera y dolor” (p.31). Es un poeta con pupilas de nostalgia y whisky. Es una de las mejores cosas que me han pasado como lector y como ser humano.
“La soledad es la sombra de lo demás”. “Era el mismo mortal de vísperas que hoy soy”. “Esconder el instante más allá del sueño”. “El recuerdo (...) es lo único que somos y todo lo que tenemos. Lo demás es usufructo”. “Escucho el otro lado de todo, ese violonchelo que acompaña a la melodía de una música, pero que no se silba cuando la recordamos”. “Si miro al cielo, tengo mi infancia”.