Revista Opinión
No me cansaré nunca de decir dos cosas: una, que soy el tipo más izquierdista que conozco, o de que tengo noticia, y dos, que soy también el más feminista. Toda la felicidad que el mundo, esta jodida vida, me ha proporcionado me ha llegado a través de las mujeres, así como también casi todo el amor; sólo 3 hombres me han aportado el cariño, el afecto que yo, como uno de los seres más desvalidos del mundo, necesito. Y todo esto viene a cuento porque todo lo que voy a decir a continuación soy perfectamente consciente de que huele a antifeminismo. Y es que la historia de la actuación social de la mujer es casi siempre la de un profundo resentimiento, absolutamente justificado, por supuesto. Hay varias leyes materiales que pueden aplicarse perfectamente a lo inmaterial: la de Lavoissier, en la naturaleza nada se crea ni se destruye, sólo se transforma y la del principio de acción y reacción. Decía yo de pasada, el otro día, que la mujer siempre ha estado bajo la potestad de alguien: “in manu patris” o “in manu mariti”, bajo la potestad del padre o la del marido. Lógicamente, en virtud del principio de acción y reacción, dentro de su alma se ha generado un espíritu de independencia no sólo natural sino absolutamente necesario. Pero, socialmente, todos los sentimientos que se crean nunca desaparecen, luego, espontáneamente, sino que se transforman, así el lógico espíritu de independencia femenino se ha convertido en un fortísimo sentimiento reactivo antimasculino, que no es sino el natural y compensatorio al sentimiento de posesión y paralela sumisión que siente el jodido macho de la más jodida aún especie. E igualmente como se heredan, según las leyes de Mendel, las características que constituyen los distintos biotipos, asimismo se ha ido heredando, de generación en generación, ese sentimiento animadversivo de ir a por el hombre, generando una predisposición irreprimible de atacar al hombre que de alguna manera se les somete, en un intento reactivo de compensar aquellas terribles y antinaturales situaciones históricas. Y lo peor de esto es que la mayor parte de las veces este sentimiento feminista es absolutamente inconsciente. Las mujeres suelen admirar, y mucho, a los hombres que se lo merecen pero lo hacen a su manera, es decir, los admiran, sí, pero a pesar de ser hombres. "Mis" mujeres, todas las mujeres de mi vida, aunque tal vez debería denominar "mis señoras", a las que, como ya he dicho, debo lo poco de felicidad que ha habido en mi vida, me han querido y bientratado a pesar de ser hombre. Sólo una de ellas era mi madre real pero todas se han comportado conmigo como si también lo fueran. Alguna me han querido y se han sacrificado por mi mucho más que mi auténtica madre. ¿Por qué? Porque yo he sido siempre un tipo evidentemente desvalido y eso ha propiciado la expresión de sus sentimientos maternales. He vivido ya toda mi existencia y a lo largo de ella sólo 3 jodidos hombres se han comportado conmigo tan generosamente, con esa anulación de su propia identidad e intereses, en virtud de su afecto hacia mi. Pero ese afecto y ese altruismo, tan reales de por sí, estaban lastrados por una suerte de conmiseración, lo sentían y lo practicaban a pesar de que yo con mi absoluto desvalimiento-siempre he mantenido intacta mi condición infantil-era un jodido miembro de la casta maldita, los varones. Y todo esto para decir cómo últimamente he presenciado como 3, por lo menos, superwomans, se han cebado judicialmente, con verdadero encarnizamiento, desde su estrado de jueces, con aquellos varones que han tenido la suprema desgracia de sentarse frente a ellas jurisdiccionalmente.