por Jennifer Delgado.
Cada día hacemos cientos de suposiciones aunque no nos demos cuenta de ello. Cuando conversamos con un colega de trabajo, cuando vamos por la calle, cuando tomamos un café en el bar y hasta cuando compramos. Sin embargo, lo más interesante es que todo este proceso ocurre prácticamente fuera de nuestra conciencia.
Buda dijo que “ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos” y esta frase viene como anillo al dedo al caso de las suposiciones.
Suponemos muchas cosas pero no somos conscientes de la influencia de este tipo de pensamiento. De hecho, las suposiciones se convierten en unos compañeros en el viaje de la vida pero apenas las notamos.
Pero… ¿qué son las suposiciones?
Suponer implica hacer conjeturas en base a los indicios que tenemos para llegar a una conclusión que damos por cierta, aunque existen buenas probabilidades de que no lo sea. El principal problema de las suposiciones es que las damos por sentado, no las cuestionamos, las asumimos como una verdad absoluta cuando realmente se trata tan solo de una posibilidad dentro de un amplio abanico de opciones.
El ejemplo más clásico es el la mujer que espera al esposo en casa y este se ha retrasado. Esta comienza a unir cabos (siguiendo una lógica que existe solo en su mente) y concluye que no ha llegado porque está siéndole infiel. En realidad, si la persona es insegura y celosa, tendrá la tendencia a interpretar cualquier situación como un indicio de infidelidad y, por tanto, llega a una conclusión (que puede ser cierta o no) pero que ella considera como verídica al 100%.
De esta forma, creamos un drama de una idea errónea. Hacemos suposiciones de cómo los demás piensan, sienten y actúan. Y lo peor es que reaccionamos emocionalmente a esta idea porque pensamos que es cierta. Y ya sabemos que nuestro cerebro no discrimina mucho entre la realidad y lo que cree que es la realidad. Es decir, retomando el ejemplo anterior, al cerebro de esta mujer poco le importa que el esposo le esté engañando realmente o no, se ha convencido de que esto es cierto y reacciona enfadándose y entristeciéndose.
Como podrás imaginar, las suposiciones son la fuente de muchísimas discusiones y conflictos en las relaciones interpersonales porque la persona parte de una base que considera cierta y se cierra a otros argumentos.
¿Por qué suponemos?
Nuestro cerebro odia la incertidumbre y el caos, como si de una secretaria eficiente se tratase, le encanta programar, organizar, encasillar, sacar conclusiones. En fin, darle un sentido al mundo que nos rodea y a las cosas que nos suceden.
El problema comienza cuando suceden cosas que no tienen mucho sentido, cuando nos sentimos inseguros y desconfiados. En esos casos buscamos señales del medio para encontrar una explicación. Sin embargo, no somos capaces de valorar de manera objetiva todas esas señales sino que elegimos los trozos de la realidad que nos sirven para darle sentido a una u otra hipótesis.
Apenas llegamos a una conclusión que nos satisface (y puntualizo satisface porque esta suposición debe encajar perfectamente con el sistema de creencia que ya tenemos formado para que en nuestro cerebro amante de la organización no se arme un caos) la adoptamos como válida.
Por ejemplo, en estos últimos años en Europa se ha desarrollado un fuerte sentimiento xenófobo. En realidad, existen razones en pro y en contra de la llegada de personas extranjeras pero aquellos que ya tenían la semilla de la xenofobia (un sistema de creencias anterior) solo tomarán los ejemplos negativos obviando los positivos.
¿Se puede dejar de suponer?
En verdad, dejar de suponer es complicado porque es un mecanismo natural, una tendencia muy arraigada a buscar respuestas y explicaciones. Lo realmente importante es aprender a concienciar nuestras suposiciones y disminuir su impacto. Por eso, la próxima vez que estés suponiendo algo, antes de darlo por válido, pregunta.
De hecho, preguntar y buscar opiniones externas es la mejor manera que tenemos para ampliar nuestros horizontes e incluir nuevas perspectivas en nuestros análisis. Si una persona llega tarde a una cita, no supongas, simplemente pregúntale qué sucedió cuando llegue.
Si te ha parecido que tu jefe te ha mirado de una forma extraña, no supongas que la tiene cogida contigo, no desarrolles ideas paranoicas, espera a que llegue el momento oportuno y pregúntale.
Autora Jennifer Delgado.
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