CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
No es difícil predecir el futuro inmediato del nuevo gobierno guatemalteco, para ello basta echar una mirada a los indicadores de desarrollo –¿o quizá sería más correcto hablar de indicadores “de subdesarrollo”?- los cuales trazan un boceto claro e indiscutible de las condiciones en las cuales transcurre la vida de la población de este país.
Por ejemplo, ahí están las cifras de la desnutrición crónica abarcando a la mitad de las niñas y niños de Guatemala, quienes ya de por sí agrupan a casi un tercio de la población total. Esta situación se ha visto agravada durante los últimos años de manera significativa por la falta de implementación de políticas públicas, a lo cual se suma una sangría constante de las arcas nacionales.
Esto no habría podido mantenerse durante tanto tiempo de no haber sido por la pasiva complicidad de otros sectores como el empresarial, cuyos intereses van en sentido divergente al bienestar general de la ciudadanía. Esto se evidencia de manera indiscutible en su búsqueda constante de privilegios, exenciones tributarias y explotación al límite de su poder de maniobra en el ámbito político.
La reducción de la desigualdad, así como la erradicación de la pobreza extrema y el hambre, dos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio que Guatemala no cumplió, constituyen la tara de una serie de administraciones caracterizadas por la corrupción y el clientelismo. En el tema de la salud, este país centroamericano ha visto colapsar sus hospitales por falta de insumos tan básicos como vendas y jeringas, jabón o alcohol. Ni qué decir del estado de sus instalaciones sanitarias, carentes de los elementos esenciales para dar una atención digna a quienes no tienen más remedio que acudir a ellas.
Al escarbar un poco más profundo en esta área, se encuentra una cantidad de víctimas mortales entre los pacientes, especialmente entre enfermos renales, personas con VIH/Sida, diabetes y otras enfermedades catastróficas como el cáncer, para quienes no hay suficientes medicinas ni equipos para tratamientos especializados, debido a actos de corrupción en el sistema de compra de insumos y malversación de fondos correspondientes al sector salud.
La educación no va por mejor camino. Durante el año que recién terminó, de acuerdo con declaraciones del ministro de educación, más de 80 mil niños desertaron del nivel primario y más de 60 mil del nivel secundario. Esto, por diversas causas, entre ellas la falta de recursos de sus familias, la falta de incentivo para permanecer en los establecimientos educativos –ausencia del personal docente, mal estado de las instalaciones, desnutrición- lo cual representa un retroceso importante de los pocos avances alcanzados en años anteriores.
En Guatemala, la macroeconomía está saludable y muchos se aferran a esos indicadores para afirmar que el país está en pleno desarrollo. Sin embargo, la realidad es que Guatemala es un país rico lleno de gente pobre, y las clases más poderosas no han comprendido aún el peligro implícito en esa verdad. Si un país no puede salir del atasco social por mantener un sistema esclavizante y basado en la discriminación y el racismo, difícilmente podrá generar desarrollo. Todo indicador de bienestar y progreso se mide de acuerdo a la satisfacción de las necesidades de las personas, de los habitantes en cuya fuerza de trabajo reside la riqueza de cualquier nación.
Para Guatemala el escenario no ofrece espacio al optimismo en tanto quienes tienen el poder de decidir no lo hagan con visión de futuro, con conciencia social y la inteligencia para saber que allí se encuentra la única salida viable.
@carvasar
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Blog de la autora: El Quinto Patio