Revista Cultura y Ocio
Ayer fui a FNAC y adquirí cuatro títulos de narrativa. Libros de Coetzee, Lodge, DeLillo y Mishima. Una vez en la planta baja, en la zona de cajas, una bella joven con piercings en la cara, una rasta y pinta de estudiante universitaria necesitada de dinero para irse de Erasmus a Londres el año que viene, me atendió con una sonrisa que no supe cómo interpretar, pero que se movía entre “no me mires que me ruborizo” y “me mola que me miren”. Finalmente, pagué con tarjeta de débito, tecleé uno de los innumerables códigos PIN que tengo en la cabeza y me largué de allí no sin antes escuchar su oferta, algo así como: “por un gasto superior a cuarenta euros, presentando el ticket en el mostrador, le regalan una taza”.
Lo digo sinceramente, no suelo aprovecharme de este tipo de ofertas. Sobre todo porque detesto las colas de espera para recibir algo gratuito, léase: una paellada popular, los caramelos de la cabalgata de reyes… Como eran las cuatro de la tarde y casi no había gente en el famoso almacén de libros, música y películas llamado FNAC (no me queda muy claro si es Efnac o Fenac) accedí a recoger mi premio. Se trataba de una taza ornamentada con el nombre de un escritor y una cita del mismo. Recuerdo que se podía elegir entre una de Luis Landero, otra de Javier Cercas y otra de Vila-Matas. Y, estoy seguro, había alguna más que no recuerdo. No sé si por afinidad, por cercanía, por agradecimiento a su persona o por puro amor al color rojo pedí la de Vila-Matas.
Esta mañana, desayunando en casa, he reparado en un detalle: desde hace años, de forma metódica y casi maniática, me sirvo mi café con leche en la misma taza. Se trata de la típica taza-souvenir adornada con un retrato de Franz Kafka en blanco y negro junto a su nombre en letras pseudogóticas que alguien me trajo de Praga hace ya algún tiempo. Tomar el primer café del día en dicho recipiente es un extraño hábito que mantengo incondicionalmente. El hecho de que ahora tenga también una taza de Vila-Matas, en vez de una del Real Madrid o de Coldplay, me ha hecho reflexionar sobre la relación entre las tazas y la literatura.
Las tazas de desayuno se venden como souvenirs en todas partes, son parte del marketing para vender una ciudad, una zona o una efeméride. Por eso los nombres de Kafka o Cervantes o Shakespeare se usan como reclamo turístico, como un atractivo similar al del Acueducto de Segovia o la Catedral de León. En estos días, la FNAC oferta tazas-souvenir para promocionar autores vivos. Y yo, tras una enigmática confluencia de sucesos que convergieron en la cajera, he terminado con una de ellas. Y esto me hace dudar: ¿qué taza he de usar de ahora en adelante, la del escritor muerto o la del escritor vivo con quien de vez en cuando mantengo contacto? La lógica imperante parece decirme que la primera opción es la correcta. Desayunar en la taza de Vila-Matas sería similar a comer en un plato estampado con el nombre de de algún amigo o conocido. Aunque, por otro lado, si convirtiéramos toda esta historia de las tazas de los escritores en una especie de alegoría, podríamos concluir que, al fin y al cabo, quien debería servir de decoración y estar en los anaqueles junto a los libros no es Vila-Matas, que estará ahora mismo en su casa de Barcelona o en cualquier otra parte, sino Kafka, que ya no puede replicar con una nueva obra.
Después de todo, el departamento de marketing de FNAC ha hecho bien su trabajo.