¿Y aquí sigo, cortando cuadrados de tela, con esta tijera tan chula que enseñaba el otro día en Instagram. Me la traje de Canadá, en una época en que no era aficionada a las compras online (que tampoco es que lo sea mucho ahora), y con las que estoy más que encantada. Se agarran de una forma peculiar que hace que la mano se canse menos cuando trabajas mucho rato. Son grandes, pero se hacen muy, muy manejables. Quizás algún día me compre unas en pequeño.
Los rollitos de tela con estampados tan monos también fueron una adquisición de viaje. De cuando fui a la feria de patchwork de Sitges y que por fin me he atrevido acortar. ¡Si es que con telas tan bonitas siempre me pasa lo mismo, que me da mucha pena meterles mano!
La última imagen seguro que ya adivináis a qué corresponde. Pues sí, es uno de los vestidos de cuando era pequeña. De cuando las telas eran de calidad y aguantaban lavados y lavados. El vestido me lo hizo una modista, bajo la supervisión de mi madre. Nunca me gustó demasiado, creo que me resultaba incómodo, pero para mí es muy familiar, porque salgo en muchas fotos de la infancia con él puesto.
He decidido que desechar muchas de las zonas descoloridas, aunque me lo pensé bastante. No sé si he hablado alguna vez de lo que me gustan las señales del paso del tiempo en los tejidos. Seguro que sí. Pero en este caso no me encajaba demasiado y solo conservé el estampado que se veía mejor.
A ver si consigo volver a ser regular con la publicación de entradas, que este ir y venir no me gusta nada. ¡Buen fin de semana!