Revista Viajes

Las Terrazas de Arroz de Filipinas

Por Pilag6 @pilag6

Banaue es un pueblo pequeño entre montañas. El clima es más fresco y seco que en el resto dela pegajosa y húmeda Filipinas. Para llegar allí, desde Manila nos tomamos un bus hasta Banaue que duró once horas y que pensamos que nunca llegaría, porque a las dos horas de haber salido el motor del bus se quedó sin fuerzas y tuvimos que esperar una hora en el medio de la nada hasta que de milagro, el motor se dignó a arrancar.

Las Terrazas de Arroz de Filipinas

Llegamos a Banaue y nos instalamos en Querencia Hote l a 400 PHP la noche. Un hotel muy bonito y fresco con gente amable y comida muy rica. Nos quedamos cinco días. Y uno de esos días emprendimos camino hacia la aventura de las Terrazas de Arroz de Batang.

*Si querés ver todos los gastos en los dos meses que estuvimos en Filipinas hace click aqui.

El día prometía mucho. Nos levantamos temprano a las 7 de la mañana y a las 7:30 ya estábamos arriba del Triciclo que nos llevaría a las Terrazas de Arroz (800 PHP ida y vuelta de las Terrazas de Batang hasta Banaue)

El camino hasta las Terrazas de Arroz fue una bajada interminable. Después de veinte minutos de viaje el chico frenó la moto y nos dijo que siguiéramos solos, que él no podía ir más adelante con su moto porque era peligroso. Está bien, pensamos. No teníamos idea de dónde estábamos, él nos señaló para abajo, y allí fuimos. Cada vez estábamos más cerca de las Terrazas de Arroz. Llegamos hasta un salón que parecía un restaurante, compuesto por un techo, sin paredes y con bancos dispuestos para admirar la belleza del lugar. La chica que trabajaba allí se acercó para saludar, y preguntarnos si íbamos a comer allí después de la caminata. Maybe, maybe, fue nuestra respuesta. Ella nos aseguró que después de la caminata íbamos a tener mucha hambre y algo de razón tenía. Le preguntamos qué camino debíamos seguir. Hacia abajo, siempre hacia abajo.

Las Terrazas de Arroz de Filipinas

Nos cruzamos con la oficina de turismo donde nos cobraron 50 PHP la entrada. Lo que nos pareció muy barato para lo que era el lugar donde estábamos. Preguntamos otra vez y la misma respuesta, hacia abajo. Había que llegar a un grupo de casas que se divisaban desde arriba. Una vez allí, teníamos que internarnos en las montañas. Pagamos la entrada con mucho gusto y seguimos camino. Muy pocos turistas, apenas los contábamos con los dedos de una mano. El verano dorado se estaba terminando, dando paso a la negra tormenta que tanto caracteriza a Filipinas en su época húmeda. Nos adentrábamos cada vez más en el camino. Algo que no recuerdo llamó nuestra atención y nos desviamos. Veíamos personas trabajando en la cosecha de arroz en las Terrazas. Parecían felices, se reían. Hasta el día de hoy creo que se divertían con nosotros. Le habíamos errado feo (*1) de camino y se estaban haciendo el plato (*2) con nosotros. En un momento Pila se detiene en seco (*3) en el camino.

-¿Qué pasa Pila?-le dije.

-No podemos seguir-me contesta con dramatismo.

-Pero ¿por qué? ¿Qué pasa?

-Mirá, acércate... ¿No ves?

-¿Que vea qué cosa?

-¡Una araña gigante! ¡¿No te das cuenta?!

Bueno, pienso yo, otra vez este chico delirando como en El Nido. Si no es un dragón de Komodo es una araña gigante. Me acerco para ver de más cerca que era lo que había en el camino. De hecho, había una araña grande, no era precisamente gigante, pero Pila no estaba delirando. Lo peor de todo esto no era la araña, a las que yo no les tengo miedo. Lo peor, pero lo peor, era la tela que la araña había tejido a lo ancho del camino, impidiendo el paso. Si esa tela estaba allí hacía mucho tiempo, y por su extensión y anchura, así lo parecía, todo indicaba que ese no era un camino muy transitado, por ende, estábamos perdidos. Gracias arañita por mostrarnos el camino. A falta de carteles (no hay ni un cartel indicando por dónde ir) hay arañas dedicadas a construir telas para que Pila y Laura no se pierdan.

Deshicimos camino y después de noventa minutos de bajadas resbalosas y escaleras traicioneras llegamos acá:

Las Terrazas de Arroz de Filipinas

Un lugar hermoso y fresco para nadar. Nos quedamos un rato largo, mirando la catarata. El cielo empezó de a poco a nublarse, lo que no era un buen augurio. Levantamos campamento y emprendimos camino de vuelta. Nos quedaba un largo trayecto todo en subida y a las cuatro de la tarde nos iban a estar esperando para llevarnos de vuelta hacia Banaue. Salimos y en menos de diez minutos se largó a llover con fuerza. La famosa lluvia filipina que te cala hasta los huesos y que te moja sin piedad. Nos refugiamos debajo de unas plantas que cubrían el camino como un techo. Después de quince minutos, menguo la lluvia y nos dio la oportunidad de avanzar un poco más. El camino estaba resbaloso y las escaleras en una subida impiadosa. Por suerte la lluvia nos daba una tregua, aunque el cielo seguía igual de gris.

Llegamos hasta un grupo de casas en medio del camino. Otra vez nos perdimos, al optar por el camino equivocado. Yo, para colmo de males, metí el pie de lleno en el barro. Retomamos el camino que nos llevaría de vuelta, hasta que nos encontramos con un inconveniente. Un nene de unos cuatro años nos miraba desafiante. En su mano, una espina ancha y larga nos apuntaba. Él nos impedía el paso mientras una sonrisa maliciosa se formaba en su cara. Justo ahora que encontramos el camino y que no llueve ¿Qué hacemos con el nene? Pensé. Empezó a correr hacía nosotros, dispuesto a clavarnos la espina. A dar la vuelta y volver por donde vinimos. El nene se acercaba cada vez más dispuesto a usar su arma en nosotros.

-Para Pila... para... Ponete a pensar, ¿de quién estamos huyendo?, de un nene de cuatro años con una espina.

Lo empecé a retar como lo haría su mama y el nene se fue corriendo a refugiarse a su casa.

Continuamos una vez más, ya estábamos más cerca del pequeño pueblo que se asienta en el medio de las Terrazas de Arroz. Frenamos a descansar un poco. Teníamos una larga escalera en subida por delante y unos ruidos metálicos nos llamaban. Yo me quedé sentada en un rincón mientras Pila fue a ver lo que ese sonido significaba. Cuando vuelve me dice:

-¡Rajemos! Están haciendo brujerías.

-¡En serio!, para que quiero ver. Esperame acá que ya vuelvo.

Entré por la puerta de lo que parecía ser el patio de una casa. Había un balcón en lo alto y allí un hombre que me animaba a entrar.

Las Terrazas de Arroz de FilipinasHabía mucha gente amontonada en el centro en torno a algo que no llegaba a ver. Me acerco y paso junto a dos hombre que utilizaban dos ollas de bronce a modo de gong, el sonido tan peculiar que escuchábamos desde lejos. Me hago lugar entre medio de tantos hombres pasados de copas. Lo que veo enfrente de mí no era nada fuera de lo común. Me había colado (*4) en un velorio y las personas que estaban amontonadas en el centro pretendían amarrar el ataúd para poder cargarlo en la montaña y llevarlo al cementerio.

Nos fuimos, no queríamos incomodar a nadie. Seguimos nuestro camino hasta un refugio que había cerca de allí, mientras esperábamos a que se hagan las cuatro de la tarde. Vimos la procesión pasar, junto al ataúd y muchos hombres llevando flores, ni una mujer a la vista. Algunos se paraban a saludar. No estaban tristes, sonreían y estaban alegres. Seria por el alcohol, no lo sé. Pero lo que si de algo estoy segura es que yo volvería a ese mágico lugar.

Ese fue nuestro último día en Filipinas, y un pedacito nuestro se quedó allí, en Banaue, obligándonos a regresar.

Nos leemos.

Referencias: Pila, después de leer el artículo, me dijo que tenía que cambiar algunas frases muy mías (y no sólo mías) que los lectores no iban a entender. Procedo a explicarlas:

*1 Errado feo: Dícese de cuando una persona cualquiera comete una equivocación en un grado elevado.

*2 Haciéndose el plato: Según la Real Academia Argentina y de Laura, esta frase responde a las situaciones donde una o varias personas encuentran entretenimiento en las desgracias o errores ajenos.

*3 Se detiene en seco: Dícese de la persona que se detiene sin razón aparente y sin dar previo aviso de dicha detención.

*4 Colado: Del verbo colar pero con la cola. Colado responde a la acción de haber ingresado a un lugar, ya sea una celebración o reunión, si haber sido invitado.

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