Para caminar por el techo sólo eran necesarios unos cuantos hombros que soportaran el peso del cuerpo y que aguantaran el agarre intenso de las manos. Didier Sastoque era experto en esa pilatuna que demandaba cierta habilidad acrobática para poder girar el mundo y quedar prácticamente de cabeza. Con la ayuda de Yeison, Alirio y el tridente de los Baca, el ciclista bogotano inclinaba su cuerpo y empezaba una especia de marcha lunar que desataba la algarabía en su salón del colegio Antonio Nariño. Los grandes ventanales del aula permitían que medio colegio viera el acto de circo que Didier y sus amigos realizaban cuando el profesor Juan Manuel Ojeda, mejor conocido como ‘Cuchilla’, salía momentáneamente. Las huellas de zapatos marcaban un camino en el que se bordeaban los bombillos antes de llegar al otro lado. El impecable techo se llenó de pisadas, y como Sastoque y sus amigos eran los únicos temerarios que hacían la peligrosa maniobra, descubrir los móviles era bastante fácil. “Nos ponían a limpiar con un trapo para que el techo quedara de nuevo blanco”, cuenta Didier, quien desde ahí fue el primer sospechoso de cualquier travesura. El ‘Combo’ también era el encargado de iniciar las batallas de papel sacándole la tinta a los esferos Bic y convirtiéndolos en bazucas artesanales bastante poderosas. Incluso, iniciaban los pequeños torneos de fuchi en medio de la clase que terminaban con el decomiso de la pequeña pelota rellena de granos de arroz. “Siempre me sancionaban y me suspendían uno o dos días”, dice Didier, quien con 14 años ya daba muestras de rebeldía. Su obstinación llegó al punto de abandonar el colegio a la mitad del año escolar cuando cursaba séptimo grado. Un día llegó a la casa con la intención de no volver nunca más. La bicicleta ya hacía parte de su vida y prefería entrenar a doble jornada que tomar apuntes, hacer tareas y presentar exámenes. Sin embargo la alcahuetería de don Luis, quien quería que su hijo personificara su sueño de ser ciclista profesional, tuvo un límite. Al siguiente año, sin posibilidad de opinar, Sastoque regresó a clases. De vuelta ya no todo fue desorden. Cuando jugaba Millonarios la cosa se ponía seria. Con sus nuevos amigos, porque el antiguo grupo ya le llevaba un año, hacía un ahorro comunal de las onces e incluso vendía gomitas para poder recolectar lo de las boletas. Por ese entonces, una entrada a la tribuna norte del estadio El Campín costaba alrededor de nueve mil pesos, dinero que había que multiplicar por cinco para que nadie se perdiera el partido. Didier se sabía algunos cánticos, no era el más aficionado pero se dejaba llevar por el empujón de sus fervientes amigos. “Recuerdo que tenía la camiseta marca Leona que con los años pasó de ser azul a morada. Ya después mi mamá me prohibió comprar más camisetas y me quedé sólo con la de la selección Colombia”. El fútbol siempre fue su delirio, por encima de la bicicleta. De hecho, cuando empezó a entrenar con su papá el único anhelo era llegar rápido a la casa para salir a jugar con los amigos de la cuadra. Era tanto el afán que Didier rodaba bastante rápido acrecentando las ilusiones de su padre. Con los pies no le fue del todo mal. Era un volante práctico con alta dosis de técnica que le facilitaban uno que otro lujo. Estuvo en el club Maracanerios, jugó la final del Mundial Tutti Frutti en El Campincito e incluso fue convocado para hacer parte de las inferiores de Millonarios. Se las ingeniaba para colarse entre los defensores, mucho más altos que él, y marcar de cabeza. Su destreza de estar en el lugar indicado le permitió anotar muchas veces. “En el colegio firmaba planilla y me salía a jugar al patio. No me importaba atrasarme en los temas”. Con el tiempo, las jornadas pedaleando fueron más intensas y el tiempo de pegarle a la pelota se redujo. Sastoque dejó el fútbol para dedicarse totalmente al ciclismo. Y con esa decisión llegó la calma y serenidad que hacían falta en su vida. En el último año de bachillerato las pilatunas no aparecieron. Didier eliminó el único factor que manchaba su desempeño: la indisciplina. En 2004 se graduó por ceremonia en el auditorio de la Gobernación de Cundinamarca. No tuvo que recuperar ningún logro a diferencia de lo que muchos creían. Reemplazó la magia del balón por andar para arriba y para abajo sobre dos ruedas. Por ahora esa decisión le ha traído muchos éxitos.
*Señal Deportes
Via:: Colombia