Tras el partido, tomamos el pulso de la noche en uno de los locales que sobreviven en la ciudad. Cuando se cierran lugares donde uno se siente a gusto es como si nos quitaran algo, y en Oviedo sin el Supernova y sin La Antigua Estación hay un vacío en nuestras noches. Estamos en la Plaza del Paraguas y en el bar que coge el nombre de tan singular enclave ovetense. Hemos salido a la terraza, pero está repleta, así que nos acomodamos en las escaleras donde más gente conversa aprovechando el tiempo favorable. Nada más lejano de esos botellones, donde la gente establece una competición a ver quién grita más. Aquí se habla y se escucha, todo un lujo. A mi derecha dos chicas también conversan hasta que una se dirige a mí y me pregunta si tengo fuego. No fumo, de modo que les pregunto a mis amigos si ellos tienen un mechero. Rodrigo me lo pasa y yo se lo hago llegar. Transcurre un rato en el que creo que las muchachas se han olvidado de devolvérmelo, hasta que una de las dos chicas me golpea el brazo para avisarme y dármelo. Ni gracias ni nada. Este mundo parece haber perdido esos detalles y se lo comento a mis amigos. Rodrigo me dice que son las “tres desaparecidas”: hola, por favor y gracias. Pues sí, desaparecidas, perdidas. Un mundo de maleducados, donde esas pequeñas convenciones han sido exterminadas en virtud del empujón, de los malos modos, de la competencia llevada a los extremos más absurdos. El mundo transformado en una completa jungla de animales donde ya no debemos extrañarnos de nada. Lamentablemente.
MANOLO D. ABADPublicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 30 de agosto de 2014