Urraca de León, la primera reina de España por derecho propio (estatua de Juan Pascual de Mena, Madrid)
Muchas mujeres están en los libros de Historia de España con el título de reina, sin embargo, solamente tres lo han sido por sí mismas, por su propia legitimidad, no por ser esposa del rey, no por ser la reina regente. No se trata de iniciar la polémica de la vigencia de la monarquía, algo que siempre enciende los ánimos, sino de recordar a las tres mujeres que precedieron a la Princesa Leonor en el trono. Es evidente que la lista de reyes de España es extensísima; como es sabido, hubo amplios períodos en los que coexistían varios reinos y reyes a la vez, ya que España aun no era una unidad política.. A pesar de tantas coronas, sólo tres mujeres accedieron al cetro por sí mismas, no como consortes o regentes. Las tres vivieron épocas agitadísimas y tuvieron que lidiar con hombres y sucesos de enorme trascendencia histórica, de modo que Leonor tendrá difícil presentar una hoja de servicios tan abarrotada como las que muestran en los libros Urraca de León, Isabel de Castilla e Isabel II. ¿Cómo eran estas tres mujeres? La menos conocida es Urraca Alfónsez de León, hija de Alfonso VI de León, ‘El Bravo’. Éste ordenó a toda la corte y a la aristocracia jurar fidelidad a su heredera, con lo que Urraca se convirtió, de 1109 a 1126, en la única reina por derecho propio de un reino medieval y la primera de la historia de España. Más aún, los otros reinos cristianos de la península eran vasallos suyos. En julio de 1109 se hizo coronar como ‘Urraca, reina de toda España por voluntad divina’ (Urraka dei nutu totius yspanie regina). Al morir pronto su primer marido, Raimundo de Borgoña, y por cuestiones políticas, se casó con Alfonso ‘El Batallador’ de Aragón; pensaron que uniendo los dos reinos serían mucho más fuertes ante los almorávides; curioso es el hecho de que los dos amantes de la reina opinaban que no debía volver a casarse, y que ella tenía energía y carácter suficiente para gobernar sin rey al lado. El matrimonio con el aragonés fue un desastre. Él le gritaba, pero ella no se callaba y le respondía en el mismo tono, con lo que estaban siempre discutiendo, sin importar quién estuviera delante. Dicen las crónicas que Urraca era rebelde y caprichosa, pero también astuta y con buen juicio, y muy dada a la compañía masculina…, estaba acostumbrada a hacer lo que le daba la gana, a escoger amantes y a tomar sus decisiones sin dejarse influenciar; además, había sido reina de Galicia, con lo que estaba muy habituada a mandar y ser obedecida. El caso es que El Batallador pretendía, al casarse con Urraca, convertirse en rey de León, Asturias, Castilla, Galicia y Toledo, pero ella, al enterarse, dijo exactamente “¡El rey soy yo!” (no la reina, el rey). Como no podía ser de otro modo, sus disputas pasaron de palacio (su marido le pegaba e incluso la encarceló) al campo de batalla. En Santiago fue herida y humillada por la turba, logrando escapar de milagro; luego se rehízo, volvió y sometió la ciudad. Tras separarse de Alfonso, es posible que se casara con uno de sus amantes. Su muerte no está clara, unos dicen que falleció tras larga enfermedad y otros que al dar a luz. Afirman los especialistas que ninguna mujer de su tiempo tuvo tanto poder y visión política. En todo caso, la señora nunca se dejó acobardar ni por los hombres ni por su tiempo.Isabel de Castilla, ‘La Católica’, es la reina más conocida de la Historia de España y, sin duda, una de las figuras históricas cuyas decisiones tuvieron más trascendencia global. En tiempos muy convulsos en que se pasaba de la Edad Media a la Moderna, Isabel defendió sus derechos, se casó con quien quiso (no con quien estaba pactado) y tomó la corona de Castilla. Pacificó y ordenó el reino, culminó la Reconquista y se empeñó en apoyar a un extranjero que pretendía iniciar una aventura marítima calificada de sandez por muchos ‘eruditos’ de su tiempo, un proyecto que al final mostró al mundo un nuevo mundo y desveló la forma y composición de la Tierra. Claro que también instauró la Inquisición y expulsó a los judíos (costumbre habitual en aquella Europa), todo en aras la unidad. Su visión abierta y universal se demuestra cuando legisló para que los indios fueran considerados súbditos de la corona igual que los castellanos, cuando escribió la orden de que no fueran esclavizados y cuando estableció normas jurídicas que los protegían…, en contra de no pocos conquistadores, encomenderos y aventureros; fue una gran mecenas y facilitó la entrada del Renacimiento en el reino. De mente muy lúcida, siempre tuvo muy claros sus objeticos y cómo conseguirlos; era profundamente devota, tenía una voluntad de hierro y no le temblaba la mano si había que obrar con dureza, sobre todo a la hora de imponer el orden. Pero Isabel fue mucho más, pues los especialistas afirman que su potente personalidad, su inteligencia, capacidad y seguridad de sí misma impide encuadrarla. Es falso que fuera sucia, odiara el agua o prometiera no lavarse hasta tomar Granada (eso lo dijo la hija de Felipe II durante el sitio de Ostende), al revés, se sabe que su confesor le afeaba tantos miramientos con su aspecto (o sea, era más femenina de lo que la pintan). Con ella se inició el período de mayor esplendor de la Historia de España y, en fin, su tremendo carácter y decisión la convirtieron en uno de los grandes protagonistas de las Historia Universal.No tanto puede decirse de Isabel II. Gracias a una de las escasísimas buenas decisiones de su padre (el infame Fernando VII), alcanzó el trono en contra del pensamiento más carca y reaccionario que tanto abundaba en aquella España. Guerras Carlistas, motines, sublevaciones y una revolución que condujo a la Primera República Española son acontecimientos que la acompañaron en su reinado; llamada ‘La de los tristes destinos’, hubo de abandonar el trono y expatriarse. Fue obligada a casarse con un hombre que en la noche de bodas “llevaba más bordados que yo”, según sus propias palabras; en todo caso, nunca le faltaron queridos y galanes, algo que al pueblo no se le escapó, pues se hicieron no pocas coplillas e incluso dibujos pornográficos con ella como estrella; al parecer, sus maestros y preceptores le enseñaron todo lo necesario para convertirse en gran experta en la materia. Dicen que era generosa y alegre, apasionada y muy sensual, pero se pasaba los días de fiesta en fiesta y su lista de amantes es interminable… era lo que se dice una mujer fácil. No era culta ni le interesaban los libros o las artes y sus maneras eran más bien ordinarias, pero eso sí, le encantaban los perros. Por otro lado, tampoco supo darse cuenta de la importancia de la revolución industrial, que poco a poco llegaba, ni de los movimientos sociales ni, en fin, de que el Antiguo Régimen estaba liquidado. No tenía mucha personalidad, de modo que hizo casi siempre lo que le mandaron, convirtiéndose en una marioneta en manos de los intereses políticos y de sus abundantes ‘chulos’.Asombrosas las dos primeras, poco bueno puede decirse de la tercera. Sea como sea, Leonor de Borbón tendrá difícil acumular tantas páginas en los libros de Historia. CARLOS DEL RIEGO