Las tres transformaciones del hombre.
La lluvia cae del cielo y los árboles brotan de la tierra. El universo nos vigila allá en las altas esferas y el tiempo nos acompasa la vida. Una vida que debe ser justificada y para ello nos otorgan la libertad, libertad para demostrar y para merecer pero nunca para caminar. Al igual que el sol nos brinda la luz en la eterna oscuridad, al igual que la luna nos otorga claridad para disipar toda duda que pueda cobijar nuestro inmaduro corazón, nosotros mortales inmortales, iluminamos nuestra razón por encima de la eterna cordura. Entre los ríos y los mares, entre el aíre y la tierra surge la fuerza motriz de la vida edificada en su máxima expresión intelectual que es la bestia incomprensible del Ser Humano.
Así como existe la altura entre el cielo y la tierra existe la justificación social de una distancia vertical de clases. Allá el rico debe ser el rey de la luz y el pobre súbdito de su cordura. Pero para ser súbdito de su razón debe vivir necesariamente en el engaño, en la verdad aparente, en la locura fantasmal y encarnizada, en la realidad virtual pero corpórea. Se puede palpar y oler, se puede mirar y contemplar, se puede vivir y soñar. Una realidad contradictoria que impone libertad. Una libertad material y consumible, una libertad engañosa que se vende en cada esquina y se desvanece en la luz.
Este es el último grado de realidad o el primero dependiendo por donde se quiera observar. Pero para observar es necesario posicionarse desde fuera como un Dios contemplativo pero nunca obrador, como un ritual de la razón, una práctica ancestral típica de las culturas antiguas donde surgió el amor por el saber. Allá se encuentra la mayoría de los seres excepcionales de la naturaleza, encerrados en ese primer mundo inconsciente. No existe tristeza pues abunda la felicidad. Una felicidad ligada a la libertad material. Una libertad que florece en el mercado y solamente en el mercado.
Las reglas del juego están dadas. La primera y principalmente la que funda este primer grado de realidad que envuelve a la mayoría de las mujeres y de los hombres. Esta es la libertad material que impide pensar porque ofrece una aparente comodidad. Un juego sencillo en el que no vale preguntar porque la respuesta se obtiene de un documento de identificación, un libro de historia o un puesto de trabajo. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Hacia dónde vas?
Un mundo bien enraizado en las primeras y más superficiales respuestas. Un mundo de placer fundado en la cultura del entretenimiento. Una cultura que ofrece pasión material del amor, de la geometría futbolística, de la embriaguez del alcohol, de la hilaridad de los errores del razonamiento, de la superficialidad de la estética sobre los cuerpos, del sol en la playa o el frío de la montaña, del verde de los jardines y las coloridas flores de la primavera, de las notas pegadizas y las fotografías de las praderas. Una cultura que regala lugares para estar, sensaciones para sentir y emociones para vivir. Valores que se promocionan en un mercado bajo el conocido eslogan de la libertad.
Sin embargo, todo orden se funda sobre un caos. Una base errónea apenas imperceptible, apenas se puede sentir. No le gusta ser visto ni doblegarse a la voluntad de la razón. Le encanta jugar y esconderse por doquier. Un caos que oscurece al alma engañada e ilumina al alma disociada. Un caos que se expande por el pequeño y controlado resquicio entre la realidad y el sujeto. Difícil de hallar, una vez que es descubierto, no puedes volver atrás. Así comienza pues, la primera transformación del Hombre. Una breve estancia en el caos y un volver a mirar hacia atrás para darse cuenta de su pasada realidad. Pero el caos es molesto, como mirar directamente a la luz del sol. Es necesario pues, volver a la vieja celda llamada felizmente en tiempos pasados, realidad.
Consciente de que no es tu mundo, comienzas a dar cuenta de sí y a estudiar todos y cada uno de los pilares que lo sustentan. Sabes apenas distinguir, que la fuerza motriz que empuja sus vidas es una fuerza subjetiva e ideológica basada en otra objetiva y material. Es la manera de percibir y de ser percibido. Una manera de estar en el mundo y del mundo estar en nosotros mismos. Así pues, una vez que das cuenta de ello, que las razones fundantes de la antigua moralidad son leyes de la lógica imperial e imaginaria de un movimiento interesado, dominante y poderoso, fundado en el tiempo y sobre el tiempo, que logra mover los universos individuales bajo el control del mercado, nace en ti ahora, la misteriosa duda, ese estado horripilante que desorienta al cazador y confunde al teólogo.
Una vez que has podido percibir las debilidades del sistema y sus hijos mientras descubres el horror de sus consecuencias, y que dichas debilidades sustentan la vida social de las personas, ahora, de forma inesperada, como solía acostumbrar a presentarse la filosofía socrática, comienzas a dudar de ti mismo. Una vez transformado por completo en una consciencia social plena y crítica respecto del mundo que te rodea, comienzas a sentir también tus propias debilidades. Ciertas cadenas que impiden moverte más allá de tu propia imaginación. Una imaginación previamente condicionada desde la infancia siendo bastante difícil salir de esa pecera pequeña. Una pecera que permite asomarse aunque nunca pisar el eterno e infinito caos. De pronto, el sol comienza a quemar y la seguridad que antes sentías se empieza a tambalear. Empiezas a distinguir al otro y a ser distinguido como algo otro por los demás. Las relaciones mutan y lo que es profundo e inamovible comienza sin desearlo a ser más transparente y superficial.
Descubres que la amistad se funda en la cotidianidad de lo material, en una sencilla excusa para ser o estar respecto del otro y llevar a cabo una acción. Una excusa como puede ser un fin de semana para entender un viaje o una discoteca. El sexo como excusa para sentir el amor fundado en la superficialidad de los propios cuerpos. O la excusa de la felicidad por comprar un best-seller o un coche deportivo. Descubres inevitablemente que el mundo es una excusa para ser algo otro que no eres tú mismo, una excusa material que nos hechiza e impide ver más allá de la superficialidad. Comienzas a rechazar el mundo exterior y empiezas a verlo no como una prolongación de tu mano sino como una enfermedad del corazón. Una vez estudiada la realidad, una vez denunciada su debilidad, una vez percibida la fuerza motriz que mueve las apariencias, inicias una segunda transformación. Una alteración más íntima, mucho más consciente y reflexiva pero caótica e inestable. Un viaje al centro de nuestro ser cuyo camino está plagado de tinieblas y obstáculos que desmoralizan e impiden ver el final. Es como un túnel sin luz cuya raíz comienza en otro resquicio, uno mucho más intelectual y profundo basado en la propia imagen que te representa frente al mundo. Una imagen que dibuja colores, sensaciones, gustos, emociones, intereses, motivos, ideas. Una imagen más que visual y contemplativa, se torna ahora en una representación dialogada contigo mismo.
En medio de esta segunda transformación que comienza cuando tienes la pretensión de conocerte y analizar qué partes de ti son algo otro que tú mismo, y cuáles son tuyas propias por razón de ser tú mismo y no tanto que otro. Rozando la locura, al igual que pisar el caos para dar cuenta de la aparente realidad exterior, consigues ver en tu interior las propias raíces fundantes de toda forma de ser tú. Un análisis tan profundo que muchos no dan crédito de ello y abandonan, o son conscientes pero se resignan. Otros, en cambio, no tuvieron cuidado y en la locura se quedaron y, finalmente, aquellos que reunieron el coraje necesario y obraron con prudencia, consiguieron transformarse en un ente superior en términos de consciencia.
Este nuevo ente pues, se mueve entre esencias, camina por el agua y se eleva entre las montañas. Es un ser nuevo que, habiéndose dado cuenta de la aparente realidad y consecuentemente de ser otro que sí mismo en esa realidad, ha descubierto cuánta porción de identidad natural y auténtica reside en su corazón y cuánta se lo han impuesto desde que llegó al mundo. Así pues, surge en él cierta ira e indignación que será el motor que lo lleve a la tercera transformación. La tercera y última transformación, en términos nietzscheanos, un surgir del nuevo ser humano, una nueva moralidad, un nuevo obrar sobre nosotros mismos y sobre el mundo como tal. En definitiva, una nueva construcción de nuestro propio ser en tanto que dejamos de ser lo otro. Un regreso a la infancia, no como sinónimo de inmadurez sino como actitud creadora. Una actitud propia que legitima toda creación nueva. Un eterno construirse a sí mismo a partir del rechazo del otro ser que contaminó nuestra identidad. Ya dejamos de ser lo que quiere el sistema que seamos. Ya no somos consumistas empedernidos de sus almacenes, ya no consumimos el amor ni la amistad, ni obedecemos las leyes impuestas que someten nuestros cuerpos a su propio movimiento. Ya no pertenecemos a ese imaginario social fantasmagórico de verdades aparentes sino aquel otro que empezamos a construir de forma paralela al suyo. Nuestra verdad surgirá a partir de la negación de la suya.
Finalmente, cuando Sartre afirmó que el hombre "está condenado a ser libre" no le faltó razón. Sin embargo, aunque haya nacido libre, Rousseau dijo razonablemente que, por doquier, "se halla encadenado". Cadenas de la opresión que él entendió como aquellas leyes que el rico impone al débil creando una desigualdad social que conduce a la injusticia. No obstante, los tiempos del ginebrino son totalmente distintos del nuestro y, hoy día, más allá de Orwell, existen realmente otro tipo de cadenas. Unas cadenas que condicionan y esclavizan la mente, constantemente nos transforman en otro ser que no queremos ser aunque no seamos conscientes de ello. La libertad existe aunque estemos encadenados por fantasmas de la auténtica realidad. Nos hacen creer que somos libres precisamente para moldearnos con vistas a la consumición. Como ratones de laboratorio superamos a diario sus experimentos sociales cuando nos hacen elegir entre una casa u otra, entre una moto u otra, entre una marca o forma de vida u otra y nos dicen, en definitiva, que somos libres porque podemos elegir entre todos sus productos ofrecidos en el mercado. Sin embargo, el hecho de darse cuenta de esto, el hecho de darse cuenta de uno mismo respecto del mundo, es decir, aquel proceso que nos lleva a la auténtica libertad no es otro que la concienciación. Ser conscientes de estar siendo manipulados es asumir de nuevo nuestra propia condenación a la libertad.