Hace unos años —¡cómo pasa el tiempo!—, mientras estaba en Alemania, los padres de mi compañero tenían curiosidad sobre el funcionamiento de la educación en España. Les expliqué la oferta que había en cuanto a preparación preuniversitaria (las vías del Bachillerato), además de las becas que ofrecía el gobierno para otro tipo de formación, como la de idiomas. Los padres de Max, que así es como se llama mi compañero, aplaudieron esta iniciativa, ya que creyeron que «los idiomas son el futuro» y que «como en un país extranjero, no se aprende tan bien». Hace unos días, nos despertamos con la noticia de que el gobierno de Mariano Rajoy, entre sus medidas para reducir el déficit público, incluía la supresión de estas becas.
Estudiar en el extranjero es algo que todo el mundo quiere, pero que no todo el mundo puede. Estas becas de las que hablo, y que ya no forman parte de la oferta formativa financiada con ayudas del Estado, hacían que todo el mundo tuviera las mismas oportunidades de poder estudiar una lengua extranjera en el país de origen y todo lo que esto supone (aspectos culturales que no se pueden aprender en otro lado).
Sí, ya sabemos que está la opción universitaria de estudiar fuera, que es mediante las becas Erasmus, pero, como bien sabemos, tampoco esta andadura estudiantil está al alcance de todos. Así que la única opción que queda es la autofinanciación del curso (es decir, que todo el importe del curso, la estancia y demás salga de tu bolsillo) o hacer un curso de inmersión lingüística en las sedes que tiene la Universidad Internacional Menéndez Pelayo distribuidas por el territorio nacional.
Para mí, la beca no fue simplemente dinero en el banco, sino que fue la lanzadera que me hizo de despegar de España y poder viajar al Reino Unido, a un país en el que nunca había estado; fue la oportunidad de formar parte, durante unas semanas, de un ambiente totalmente distinto al que estaba acostumbrado; fue una espina que me pude quitar (porque ya me había quedado sin beca antes); fue un viaje en el que crecí como estudiante adicto a los idiomas y como persona de carne y hueso; y, sobre todo, fue una inversión para el futuro.
El viaje que hice a Oxford gracias a esta beca que ya no tenemos (excepto si quieres ir a Francia, ya que esas siguen en pie) lo tengo en muy alta estima. Las razones son varias, y casi todas obvias: no solo tuve la oportunidad de aprender, hablar e, incluso, a enseñar inglés, sino también a interactuar con personas de todo el mundo, que no habría conocido en otro contexto. Creo que la importancia de esta beca reside en ese mismo punto: en el hecho de que no solo vas a aprender y conocer un país extranjero, sino a conocer a decenas de personas de otros países, de otras culturas; a interaccionar con todo y con todos.
Espero, de todo corazón, que el tema de estas becas se solucione pronto, y que no tenga que decir que yo formo parte de aquella última generación que pudo disfrutar de esta gran oportunidad. Pero hay que ser optimistas y aprovechar las oportunidades que hay a nuestro alcance, como los cursos de inmersión lingüística de los que hablaba antes —se aprende un montón, ¡os lo digo yo!—, que si bien no cumplen con todas las cuestiones culturales, menos es nada.