Ciudadanos, esa franquicia política que un día llegó a ilusionar a tantos españoles como tercera vía frente al PP y el PSOE hasta que acabó por decepcionarlos, elegirá en los próximos días a su lideresa en la Región de Murcia. Todo indica que la escogida digitalmente será Ana Martínez Vidal, consejera y portavoz del Ejecutivo de coalición PP-Ciudadanos. La otra candidata era la vicepresidenta de ese mismo Gobierno, Isabel Franco, quien ha ido perdiendo fuelle con el paso de los meses a pesar de que hubo momentos en los que la disputa entre ambas se asemejara a la que, por el trono de la copla, mantuvieron en su día la Piquer y la Jurado
Martínez Vidal llegó a Ciudadanos tras militar durante años en el PP y ser concejala responsable de Infraestructuras en el Ayuntamiento de Murcia en una de las legislaturas de Miguel Ángel Cámara. En 2015 finalizó su mandato, no le ofrecieron nada y decidió opositar con el bagaje que le otorgaba su carrera de ingeniera de Caminos, Canales y Puertos, cursada en la Universidad Politécnica de Valencia. Obtuvo una plaza en la Comunidad Autónoma, de la que no llegó a tomar posesión al coincidir con su elección como diputada en la Asamblea Regional por Ciudadanos. Al conformarse el Ejecutivo de coalición, en julio de 2019, fue propuesta y designada como consejera de Empresa e Industria, abarcando también la portavocía.
Martínez Vidal se ha ido abriendo hueco en la formación naranja sin demasiadas estridencias, pero con paso marcial. Hablamos de un partido capaz de fagocitar a sus propios hijos con una facilidad pasmosa y sin aspavientos. Ahí está el caso de Miguel Garaulet, quien fuera diputado en el Congreso y principal negociador del vigente pacto de gobierno, hasta que cayó en desgracia. O Miguel Sánchez, exportavoz en la Asamblea y aún senador por designación autonómica, aunque a día de hoy esté muy alejado de las esferas decisorias del partido.
Caso distinto es el de otros destacados militantes, quienes contemplan el paisaje desde su confortable atalaya: son Mario Gómez Figal, vicealcalde con competencias de Fomento en la corporación de la capital, con despacho en la imponente Gerencia de Urbanismo, desde donde mantiene un tira y afloja constante con el grupo popular y, sobre todo, con el alcalde José Ballesta; o Alberto Castillo, instalado en Cartagena, en esa canonjía cuasi arzobispal que es la transmutada presidencia del Parlamento autonómico para lo que resta de legislatura y, en principio, sin grandes complicaciones ni mayores contratiempos. En el grupo parlamentario, comandado por Juan José Molina, al que ya hay quien denomina con cierta sorna el eterno segundo, como se solía apelar al ciclista galo Raymond Poulidor, no destaca la brillantez de sus diputados, al no haber ningún Cánovas o Sagasta entre sus escaños, precisamente, ni tampoco su frenética actividad en lo que a presentación de iniciativas se refiere.
A nadie se le oculta que las expectativas electorales de Ciudadanos de cara a 2023 no son nada halagüeñas. De hecho, las encuestas le vaticinan un patinazo de dimensiones aún mayores al que tuvieron en las pasadas generales, cuando bajaron de 57 diputados en el Congreso a solo una decena. Que su concurso no será necesario entonces para sumar mayoría gubernamental con el PP en la Región -para eso ya estarán los votos de Vox- lo saben hasta los niños. Y aunque contemplar ese escenario a tres años vista pueda parecer lejano, sin embargo, hay que ser muy consciente de que el tiempo en política pasa volando y que nadie está libre de atravesar por períodos críticos, como el que vive en estos días la consejera de Política Social, Isabel Franco, por lo que se refiere a la situación en el interior de las residencias de mayores a causa de la COVID-19.
Como los peces que hace meses llegaban exhaustos a la orilla del Mar Menor, ese mismo que según un desatinado tuit de Martínez Vidal “ha experimentado una importante mejoría desde que Ciudadanos está en el Gobierno regional”, el partido naranja parece dar sus últimas boqueadas, que no bocanadas, como erróneamente se suele expresar con frecuencia, según dictan las normas gramaticales. No es de extrañar que haya quien vea en su designación como lideresa el paso previo para ser engullidos por el PP, regresando muchos de ellos a la casa madre. Hay ejemplos anteriores y no tan lejanos en esta Región. Sin ir más lejos, el del CDS de Suárez, muchos de cuyos mayores activos en la comunidad murciana acabaron pidiendo el carnet y colocando en su ojal, sin rubor aparente, el pin de la gaviota popular.