Revista Diario
Todos mis intentos de convertirme en una chica con glamour caen en saco roto. Acordaros de mi experiencia dorada con los polvos de Givenchy. Pero yo no cejo en el intento. A cabezota no me gana ni Dios. Así que, cuando la Dra BellaDonna, una de mis R2, me contó su secreto para tener unas uñas perfectas, no pude resistirme. El trabajar como anestesista me sirve de excusa para tener unas uñas cortitas y sin pintar. Las que he tenido desde que tengo uso de razón. Más limpias a medida que los años pasan, eso sí. La Dra BellaDonna, en cambio, lleva unas uñas de un largo perfecto, pintadas con una exquisita manicura francesa. - ¡Qué bonitas tus uñas! - le digo, cuando se quita los guantes después de intubar. Sí, ya sé que tendría que estar a los fallos posibles que pueda cometer, pero la Dra BellaDonna es buena residente y yo soy débil a fin de cuentas. Y ya me había fijado en las uñas a través de los guantes cuando ella sujetaba la mascarilla en la cara del paciente. Ella sonríe y me susurra: - No son mías. A 4.50 en Mercadona. - ¿En serio? - la información me sacudió como un martillazo - ¿Quieres decir que yo (¡YO!) puedo tener mañana mismo esas mismas uñas perfectas? - Claro - contesta ella, sonriendo. Yo no podía creer en mi suerte. Dicho y hecho. En cuanto pude, me hice con un juego de uñas para lucirlas en Fin de Año. Pero las uñas postizas con manicura francesa no están diseñadas para mi vida de trote con dos niños y una casa llena de familia política pasando las navidades. Acababa de terminar de hacer unas albóndigas cuando me doy cuenta de que una de las uñas (concretamente, la del dedo índice) ha desaparecido. ¡Cielos! Busco en el suelo y en la encimera de la cocina sin localizarla. Y vuelvo, lentamente, la vista al caldero con las albóndigas haciendo chup, chup. La escena se me aparece como si estuviera viéndola a cámara lenta. Mi suegra llevándose una albóndiga a la boca y encontrándose la uña perdida. - Es que en el Roscón se pone un haba y en las albóndigas una uña con manicura francesa, je, je - explico yo, en mi visión. Mientras decido qué hacer con las albóndigas, me pongo a recoger la ropa de la lavadora y ¡ZAS!, de pronto, me doy cuenta de que el dedo anular y el meñique también están huérfanos de uña. Han emigrado en busca de mejores perspectivas, como si fueran un españolito cualquiera. El efecto es tan penoso que decido quitarme el resto. Pero las muy cabronas están pegadas a mis uñas como lapas. No salen. Busco en la caja una solución. Pone "las uñas se quitan con nuestro producto especial X", que, por supuesto, no viene incluido y, por supuesto, yo no he pensado siquiera en comprar. Tres o cuatro tirones más acaban con la resistencia de las uñas restantes de la mano derecha, pero a las de la izquierda no hay quien las quite de sus puestos. - Ejem, cariñoooo - le digo a mi santo - ¿puedes ayudarme con un pequeño problemilla de nada? Él me mira las manos, anonadado. - Pero...¿qué es esto? ¿Te has comido las uñas? - Ejem...no. Las mías son las pequeñas. Las otras son postizas - lo digo bajito, hablando para mi cuello. Los secretos de una para estar sexy no deberían ser conocimiento de la parte contraria. Pero, en fin, hay veces que no queda más remedio - ¿Puedes ayudarme a quitármelas? Él menea la cabeza, partido de risa. - Lo que no te pase a ti.... Pero me quita las últimas piezas de mis garras de sexy lady devolviéndome al estatus de simple mortal. Y es que, queridos Jomeinistas, creo que me voy a quedar con uñas cortas por una larga temporada.