Se acaban de celebrar unas elecciones generales en España, a seis meses de otras anteriores, y el resultado de las urnas se mantiene invariable: cuatro partidos se reparten la confianza de los ciudadanos (Partido Popular, PSOE, Podemos y Ciudadanos), pero ninguno obtiene mayoría absoluta para gobernar en solitario. Están obligados a llegar a pactos y acuerdos para conformar un gobierno, o bien en coalición o bien parlamentario, que pueda subsanar el tiempo perdido desde los comicios del pasado diciembre, gastado en negociaciones estériles que sólo desembocaron en una nueva confrontación electoral, y afrontar los retos de un país periférico de la Unión Europea con grandes problemas económicos, laborales, territoriales y sociales.
La única novedad de estas elecciones es el fracaso de la apuesta de Podemos de propinar un “sorpasso” al PSOE, adelantándolo en votos y escaños, objetivo que había querido afianzar con la coalición urdida con Izquierda Unida que le permitiría sortear las peculiaridades del Sistema D´Hondt para el reparto proporcional de los escaños del Congreso de los Diputados. Y es que, a pesar de esta estrategia, los ciudadanos le han vuelto a dar prácticamente los mismos diputados que en las anteriores elecciones. No han conseguido beneficiarse de los votos que supuestamente debían proporcionarle los votantes de Izquierda Unida y no han podido, por tanto, adelantar al PSOE como segunda fuerza política, arrebatándole la hegemonía de la izquierda española. Repetir resultados para Podemos ha sido una derrota que no han logrado disimular en sus valoraciones en la noche electoral.
Pero si no ha habido “sorpasso”, sí sorpresa con el aumento logrado por el Partido Popular, que consigue sumar más de diez escaños al resultado anterior, prácticamente los mismos que pierde Ciudadanos, la formación emergente que porfía el mismo espacio electoral a la derecha. Ni los escándalos de corrupción ni las grabaciones comprometidas al ministro del Interior que evidenciaban el uso de las instituciones más sensibles del Estado con fines partidistas, han socavado el apoyo de los conservadores en el poder. El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, puede presumir de haber ganado las elecciones aunque tenga difícil formar gobierno.
La situación resultante nos retrotrae a la pasada del 20 de Diciembre: sólo cabe dialogar para poner encima de la mesa los intereses del país y dejar de lado los partidarios de cada formación. Si ese objetivo guía las negociaciones, ahora que ya los ciudadanos han repetido su mensaje, puede ser sumamente fácil acordar un Gobierno estable y sólido para los próximos años. Ya no hay cálculos electoralistas que valgan: la realidad es la que es y los actores políticos son los que han querido los votantes. Ahora resta ponerse a trabajar de una vez.