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Las uvas de la ira

Publicado el 25 abril 2014 por Juantorreslopez @juantorreslopez

Vuelven a caer en mis manos los párrafos que leí hace mucho tiempo de Las uvas de la ira de John Steinbeck. ¡Tan actuales, tan sangrantes! No hace falta mucho más para entender perfectamente cómo funciona el capitalismo.

“Os tenéis que ir. Yo no tengo la culpa.» ¿Y de quién es la culpa?, le pregunté yo. Porque al culpable le abro la cabeza. Es la Compañía de tierras y ganados de Shawnee. Yo sólo cumplo órdenes, y ¿quién es esa compañía? No es nadie, es una compañía. Para volverle a uno loco. No había nadie a por quien pudieras ir. Mucha gente sencillamente se cansó de buscar a alguien a quien echar la culpa y con quien descargar su furia. Pero yo no. Yo no me harto de estar enfadado y no pienso marchar” (p. 46).

“Quizá necesite doscientos hombres, así que habla con quinientos, que se lo dirán a otra gente y cuando llega al sitio del trabajo, hay allí unos mil hombres. El jefe dice. «Pago veinte centavos por hora.» Más o menos la mitad de los hombres se marcharán. Pero aún quedan quinientos y están tan muertos de hambre que trabajan aun por unas galletas (…) ¿Lo entienden ahora? Cuanta más gente haya y más hambrienta esté, menos tendrá que pagar. Si puede, se queda con uno que tenga hijos” (p.179).

“Suponte que tú ofreces un empleo y sólo hay un tío que quiera trabajar. Tienes que pagarle lo que pida. Pero pon que haya cien hombres —dejó descansar la herramienta. Sus ojos se endurecieron y su voz se volvió más penetrante—. Supón que haya cien hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos. Que por diez miserables centavos se pueda comprar una caja de gachas para los niños. Imagínate que con cinco centavos, al menos, se pueda comprar algo para los críos. Y tienes cien hombres. Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por el trabajo” (p. 233).

“- Llega un momento en que uno se pone furioso.
Madre le interrumpió:
- Tom…, me dijiste…, me prometiste que no te habías vuelto así. Me lo prometiste.
- Ya lo sé, Madre. Lo estoy intentando. Pero esos ayudantes del sheriff… ¿Has visto uno alguna vez que no tuviera el culo gordo? Y menean el culo y muestran su revólver por ahí. Madre -dijo-, si ellos estuvieran trabajando con la ley, lo podríamos soportar. Pero no es eso. Su trabajo es minarnos la moral. Intentan que estemos encogidos, arrastrándonos como una perra apaleada. Tratan de destrozarnos. Por Dios, Madre, llega un momento en que lo único que uno puede hacer para conservar la dignidad es atizarle a un policía. Nos están comiendo la dignidad.
- Me lo prometiste, Tom -insistió Madre-. Eso que dices es lo que hizo Floyd Niño Bonito. Yo conocía a su madre. A su hijo le hicieron daño.
- Lo estoy intentando, Madre. Te juro por Dios que lo intento. Pero no querrás que me arrastre como una perra apaleada, con el vientre por el suelo, ¿verdad?
- Estoy rezando. No puedes meterte en líos, Tom. La familia se viene abajo. Tienes que portarte bien” (p. 267).

“Así que anoche el representante del banco me dijo, dice: «Usted está pagando treinta centavos por hora. Es mejor que lo reduzca a veinticinco.» Yo le dije: «Tengo buenos hombres. Merecen que les pague treinta.» Y él replicó: «No se trata de eso. El salario actual es de veinticinco centavos. Si usted paga treinta, provocará agitación. Y por cierto, ¿va usted a necesitar la cantidad acostumbrada del préstamo para la cosecha del año próximo?» -Thomas se interrumpió. Su respiración salía en jadeos entre sus labios-. ¿Entiendes? El salario es de veinticinco centavos… y tendrás que conformarte” (p. 281).

- Mira, Tom -dijo finalmente-. Vinimos aquí a trabajar. Nos dijeron que iban a ser cinco centavos. Estábamos muchísimos. Fuimos allí y nos dijeron que pagaban dos y medio. Uno solo no puede comer con eso y si tiene hijos… Así que dijimos que no. Nos echaron. Y se nos vinieron encima todos los policías del mundo” (p. 370).

(He tomado los fragmentos de la edición de RBA Promociones Editoriales, Barcelona 2001).


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