Revista Cultura y Ocio

Las vacaciones de Íñigo y Laura, por Pelayo Cardelús

Publicado el 16 febrero 2014 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Las vacaciones de Íñigo y Laura, por Pelayo Cardelús Editorial Caballo de Troya. 220 páginas. 1ª edición de 2013.
Hace ya casi dos años, en la primavera de 2012, leí El esqueleto de los guisantes, la primera novela de Pelayo Cardelús (Madrid, 1974), publicada también por la editorial Caballo de Troya. Como entonces, la nueva novela de Cardelús, Las vacaciones de Íñigo y Laura, me la ha regalado su editor, Constantino Bértolo.
El esqueleto de los guisantes era una novela esencialmente autobiográfica y describía la vida cotidiana en una pequeña empresa de marketing madrileña. Partiendo de la descripción de las condiciones laborales, se esbozaba el retrato generacional de unos jóvenes cuya máxima aspiración era independizarse. El esqueleto de los guisantes situaba su acción en 2004 y su narrador tenía entonces unos veinticinco años. Las vacaciones de Íñigo y Laura está publicada en 2013 y aquellos jóvenes de veinticinco años tienen ahora treinta y cinco, que es la edad que comparten los dos protagonistas de esta historia, Íñigo y Laura. Esta segunda novela ya no está escrita en primera persona, sino en tercera, aunque la voz narrativa acompaña principalmente al protagonista masculino, que, además de la edad, comparte algunas características con el autor: Íñigo trabaja en una empresa de publicidad y también desea ser escritor. En todo caso, Las vacaciones de Íñigo y Laura es una novela de ficción, no como El esqueleto de los guisantes, que era una novela testimonial.
Si bien la voz narrativa se identifica casi siempre con la de Íñigo, en más de una ocasión el narrador toma distancia respecto a sus personajes e interviene en la historia. Así, en la página 47 podemos leer, por ejemplo: “Pero antes de que Íñigo continúe hablando, debemos suspender la historia de sus vacaciones para explicar algunas cosas. De lo contrario, su próximo relato se nos haría incomprensible”. En la página 88: “Por su imprevisible influencia en los sucesos de ese día, transcribimos a continuación el reportaje íntegro”. En la página 135: “Íñigo los detestaba. Bajo su punto de vista –que no tenemos por qué compartir–, ni eran pacíficos, ni tolerantes, ni comprensivos”.
Íñigo y Laura van a disfrutar de nueve días de vacaciones en las playas gaditanas de Zahara de los Atunes. Tras una larga temporada intentándolo, ella está embarazada de tres meses. El embarazo ha impedido que Íñigo cumpla uno de sus sueños: haber viajado ese verano a Grecia. A partir de esa experiencia pensaba escribir una novela cuyo motor narrativo iba a ser el sexo.
Las vacaciones de Íñigo y Laura reflexiona sobre las relaciones de pareja, sobre hasta qué punto las acciones de nuestra pareja son controlables por nosotros, o, más bien, si ese control es lícito. Es decir, ¿puedo pedirle a mi pareja que no se acueste con otros pero no que exhiba su cuerpo ante otros? ¿Dónde acaba el machismo y empieza el contrato marital?
Desde las primeras páginas descubrimos que Íñigo tiene una obsesión: no puede soportar la idea de que alguien le grabe a él o a su mujer en vídeo, o que les haga una foto. Por un lado le excita la idea de ver a su mujer desnuda en la playa, pero no le gusta que puedan verla otros hombres, y mucho menos que le puedan hacer una fotografía o grabarla en vídeo. Siempre eligen una parte poco transitada de la playa. Allí Íñigo le quita la parte superior del biquini a su mujer, y si viene algún hombre paseando por la orilla le obliga a ponérsela. Lo mismo ocurrirá con la parte inferior del biquini: a Íñigo le excita la idea de bajarle su goma, pero sólo cuando están a solas. Y ésta es la perversión y la obsesión de Íñigo: desnudar a su mujer en un espacio público pero sólo poder disfrutar él de su visión. Según leía la novela me iba pareciendo que esta idea, la obsesión de Íñigo, estaba excesivamente subrayada. Son muchas las frases que describen movimientos como “le quitó la parte de arriba del biquini, le obligó a ponerse la parte de arriba del biquini; acarició a su mujer, temió que alguien le hubiera grabado, etc.”. Como, a estas alturas, leo intentando descubrir cuáles son los trucos compositivos, me resultaba evidente que el tema de los otros contemplando el cuerpo de su mujer y el de los vídeos eran dos elementos importantes en la novela. Esto se comprueba al final, final que impone la lógica constructiva de lo narrado, no la de los personajes.
En la novela no sólo se describen los días de playa y chiringuitos de Íñigo y Laura, sino también el argumento de la novela que Íñigo tenía planeado escribir tras su vuelta del viaje de Grecia, novela que el personaje considera que ya nunca va a poder escribir. Esta novela dentro de la novela se titularía Beltrán y el sexo o bien Beltrán, Rosa y el sexo, y ocupa más de treinta páginas. Este recurso narrativo me ha gustado y considero que enriquece el libro: a través de Beltrán –personaje creado por Íñigo–, el lector puede conocer algunas claves del pasado de Íñigo. En la casa de Beltrán el sexo es un tabú y éste crece rechazándolo: “¿Cómo es posible que un ser humano, algo tan sagrado y divino como un hombre, capaz de escribir el Fausto o de componer La Novena, pueda provenir de un origen tan sucio, tan absurdo, tan ridículo?” (pág. 62). Estaba leyendo estas páginas y me estaba pareciendo que la novela planteaba aquí un homenaje al escritor francés Michel Houellebecqy a su libro Las partículas elementales. Unas pocas páginas después, se le cita explícitamente.
Algo que me ha extrañado al leer el libro es que, en una novela en la que se quiere hablar de las relaciones íntimas de una pareja, de las obsesiones en torno al sexo, no se hable de ningún acercamiento sexual entre Íñigo y Laura, salvo cuando se describe la tensión sexual creada en la playa con el juego de desnudar a la mujer o no hacerlo, ser observados o no; en la privacidad del apartamento alquilado nunca se describe ningún acercamiento sexual. Íñigo piensa que Laura y él deben dejarse más espacio como pareja, y mientas Laura baja a la playa él se queda muchas mañanas en el apartamento leyendo El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer; y se plantea que en el futuro su relación con Laura va a cambiar: tiene que haber más espacio para la intimidad de cada uno.
Antes he dicho que al final del libro (ese final sobre vídeos y el cuerpo de la mujer ante otros) se llegaba más por la lógica constructiva de la novela que por la de los personajes, y me parece que en gran parte esto es debido a que el personaje de Laura no está dibujado con nitidez. Apenas sabemos nada de ella hasta el último capítulo. Y quizás también a ese deseo de subrayar los puntales de la novela, como ya he comentado. Además de no retratar los encuentros sexuales de la pareja, me daba la impresión de que esas obsesiones insistentes –el cuerpo de la mujer, las fotos y los vídeos– deberían haber aflorado antes entre ellos, ya que los personajes, como se nos informa en la segunda frase de la novela, llevan seis años viviendo juntos.
En todo caso, no querría dar la impresión de que sólo le veo fallos a esta novela. Me ha gustado la descripción de algunas escenas de playa; y, como he dicho, aprecio el recurso de la novela dentro de la novela, además de la aparición de algún personaje secundario, como la misteriosa Gata. Creo que El esqueleto de los guisantes, dentro de su modesto planteamiento –un diario de la cotidianidad de una oficina– acababa siendo una novela más redonda que Las vacaciones de Íñigo y Laura. No es fácil (lo sé por propia experiencia) dar el salto de la narración autobiográfica a la ficción. He de apuntar también que muchas de las páginas de Las vacaciones de Íñigo y Laura están escritas con un buen ritmo narrativo y se leen con agrado, y es tal vez al reflexionar sobre el conjunto cuando me asalta la presencia de los defectos comentados.

Volver a la Portada de Logo Paperblog