Revista Cultura y Ocio

Las verdaderas Amelia Folch

Publicado el 23 febrero 2015 por Aranmb

El martes 24 de febrero se estrena en España El ministerio del Tiempo (TVE), serie que, durante ocho capítulos, nos narrará las peripecias de un grupo de elegidos para preservar el normal curso del tiempo, desde los tiempos modernos hasta los contemporáneos y haciendo incidencia en los principales episodios de la historia de nuestro país. El ministerio, conformado por nueve personas correspondientes a nueve épocas distintas, será el encargado no de que la Historia sea mejor o peor, sino, simple y sencillamente, de que no cambie… algo que no siempre va a ser fácil.

Nos aproximamos hoy a uno de los personajes protagonistas: Amelia Folch, una mujer de armas tomar, pionera de las universitarias españolas que, contra viento y marea, consigue acceder a los estudios superiores en la Universidad de Barcelona, y que tendrá  sus más y sus menos con Alonso de Entrerríos, soldado del tercio de Flandes que le saca unos tres siglos de edad y cuya mente, claro, no está excesivamente preparada para lidiar en igualdad de condiciones con una mujer. Amelia Folch, como supondrá y bien el lector, no es un personaje real, pero sí lo es su historia. Que Folch estudie en la Barcelona de finales del siglo XIX no es una casualidad: allí, en 1882, tres mujeres ganaron la primera batalla contra la discriminación dentro del seno universitario. Con el permiso de María Isidra de Guzmán, grande de España que en el siglo XVIII consiguió llegar al grado de doctora de Filosofía -sin haber, irónicamente, podido estudiar en la Universidad-, hoy conoceremos a las cuatro primeras mujeres que, como Amelia Folch, obtuvieron estudios superiores en la España contemporánea.

Concepcion Arenal

Concepcion Arenal (1820-1893)

La primera mujer universitaria en España lo fue porque no lo fue. Explicándonos mejor: Concepción Arenal de Ponte, gallega de pro, hija de familia bien y rebelde como ella sola, consiguió asistir como oyente a las clases de la Facultad de Derecho de la Complutense sólo después de heredar una pingüe fortuna de su abuela que le permitió enfrentarse a su madre, la cual soñaba con hacer de ella una señorita de las de la época -elegante, predispuesta y, sobre todo, callada-… y de disfrazarse de hombre. Así adquirió sus conocimientos, sin cursar la carrera por ser imposible matricularse en ella con su condición femenina, de 1841 a 1846. Aún ya casada con su marido, uno de los principales impulsores de la carrera de Concepción contra viento y marea de la sociedad decimonónica, hubo de seguir desenfundando la pajarita para asistir a tertulias literarias, campo en el cual centró su actividad profesional, vetadas a las mujeres.

Arenal, que moriría a los 73 años de edad, en 1893, dejó escrito que en la sociedad española en la que le había tocado vivir las mujeres sólo podían dedicarse al matrimonio, faltas de instrucción, cuando buenamente podían dedicarse a ser “relojera, tenedora de libros de comercio, pintora de loza, maestra, farmacéutica, abogada, médica de niños y mujeres y sacerdote (no monja)“, aunque nunca debieran dedicarse a la política ni a la vida militar. Un poco más excluyente, aunque también contribuyó al progreso de la situación de la mujer en España, fue el decreto que el Consejo de instrucción pública aprobó en 1882, presionado por la situación de las tres primeras universitarias de facto españolas: Elena Maseras, Dolores Aleu y Martina Castells. Aquel decreto, que  permitió a ambas continuar sus estudios a pesar de la polémica, defendía que sería oportuno dar acceso a la mujer a los estudios propios de ciertas carreras especiales, como las de comercio y telegrafistas, e, incluso, crear centros de instrucción exclusivamente femeninos que confirieran a las estudiantes mujeres los conocimientos de la segunda enseñanza y los oficios propios del sexo débil, muy principalmente -decía- de la educación de las niñas.

Elena Maseras

Elena Maseras (1853-1905)

María Elena Maseras Ribera, tarraconense nacida en 1853, fue la primera mujer admitida como estudiante en una universidad española, la de Barcelona. Corría septiembre de 1872 y Maseras, que venía de familia de médicos, hubo de conseguir un permiso especial del por entonces rey Amadeo de Saboya para poder matricularse. Aún así, no lo hizo con todas las de la ley: el permiso, en forma de Real orden, tan sólo consentía que pudiera presentarse a los exámenes, pero le prohibía asistir a las clases. Y así fue hasta 1875, cuando, ya avanzada la carrera, el catedrático Narcís Carbó (1826-1890) le permitió asistir al aula… separada del resto de alumnos varones, claro: Maseras hubo de ocupar una silla improvisada al lado de la mesa del profesor. Finalizadas y aprobadas todas las asignaturas en 1878, no será hasta 1882 cuando, y mediante el decreto del que ya hemos hablado un párrafo más arriba, pueda presentarse junto a Dolores Aleu al examen final de la carrera. Cansada de luchar con la sociedad que le había tocado en suerte, harta de intentar superar todos los escollos que le imponía su condición de mujer, sí hizo el examen -obtuvo la calificación de excelente-, pero no así el doctorado, dedicándose a partir de entonces a la enseñanza. Murió a los 52 años, olvidada por un país que poco había cambiado desde que ella ingresara en la facultad: hasta 1910 -y ella falleció en 1905- las mujeres no pudieron matricularse en igualdad de condiciones con los hombres en las universidades españolas.

Martina Castells

Martina Castells (1852-1884)

Así que tampoco pudo hacerlo de forma sencilla su contemporánea, la leridana Martina Castells Ballespí, un año mayor que Maseras y también alumna de la Universidad de Barcelona. Al contrario que Maseras, sí llegó a doctorarse, en la especialidad de Pediatría y con una tesis que, dirigida por Josep de Letamendi, presentó bajo el engolado nombre de “Educación física moral e intelectual que debe darse a la mujer, para que ésta contribuya en grado máximo a la perfección y la dicha de la Humanidad. Hubiera sido la primera doctorada en Medicina de España si no hubiera sido porque se le adelantó nuestra tercera protagonista, Dolors Aleu, por tan sólo cuatro días, y podría haber hecho una próspera carrera como pediatra de no haber muerto muy joven, poco años después de presentar su tesis: una nefritis derivada de su primer embarazo se la llevó a la tumba con sólo treinta y un años de edad.

Dolores Aleu

Dolors Aleu (1857-1913)

Dolors Aleu i Riera, la última de la terna de médicas de 1882, era algo más joven que sus predecesoras y también catalana: nació en Barcelona en 1857. Aleu comenzó a preparar su tesis antes incluso de ser admitida como candidata para el examen de fin de carrera al que se presentó con Castells y Maseras, y, así, la presentó muy poco después, bajo el título de “Conveniencia de dirigir por nuevas vías la educación higiénico-moral de la mujer“. Pediatra y ginecóloga, consiguió, no sin esfuerzo, formar parte de la Sociedad Francesa de Higiene y abrir consulta en las Ramblas de Barcelona. Allí, y durante más de veinticinco años, asesoró a centenares de mujeres en cuestiones de higiene sexual y reproductiva. Cuando murió, víctima de una tuberculosis a los 56 años de edad, Dolors Aleu ya había logrado cumplir su sueño y, con él, contribuir al progreso de las futuras mujeres españolas que, como ella, luchaban aún por abrirse paso en un intricado mundo pensado por y para los hombres en el que las mujeres, por más que les siguiera costando, tenían mucho que decir.

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