Hace algunos días conocíamos la noticia del procesamiento de once mandos militares marroquíes por genocidio en el Sáhara.
Me es muy difícil abordar este asunto sin sentir rabia e impotencia. Y es que en este conflicto, mi implicación emocional es más que patente. Un nombre, Sidi, y una experiencia personal con un niño refugiado saharaui me hizo conocer más sobre esta realidad, informarme, y por tanto poder hablar con un mayor conocimiento de causa.
Por ello, la redacción de este artículo supone no sólo una purga personal, sino un ejercicio profesional en el que voy a intentar que la objetividad sea la nota predominante. Nos podemos remontar al año en el que España decidió abandonar la provincia africana, y por tanto, dejar a su suerte a miles de personas.
Ciudadanos, con un D.N.I de nuestro país, que vieron como su tierra era invadida por Hassan II, y su “Marcha Verde” en 1975. Muchos decidieron huir y dispersarse por el vasto desierto, cruzando, en algunos casos la frontera. Otros se quedaron, con el horror que eso supuso: torturas, asesinatos, detenciones ilegales, etc.
Ha sido precisamente ese documento nacional de identidad lo que ha permitido que el Juez Ruz procese a los mandos militares marroquíes. Y es que la reforma de la Ley de Justicia Universal, impulsada por el PP, para contentar a “nuestros amigos” chinos, evita este tipo de causas internacionales. En este caso el magistrado entiende que no se trata de “algo exterior”, ya que las personas en cuestión disponían no solo del D.N.I español, sino de libro de familia de nuestro país, al tratarse de una provincia más.
En el auto del Juez de la Audiencia Nacional se describen al menos 50 casos de asesinato, seis desapariciones, más de 200 detenciones ilegales y hasta 23 casos de torturas. Una de las circunstancias, a mi modo de entender, más graves es que al parecer estos hechos se iniciaron cuando España aún no había salido del territorio.
El texto habla de fosas comunes, asesinatos, bombardeos y testigos que relatan hechos que demuestran, presuntamente, una represión policial que no tenía otro objetivo sino acabar con la disidencia (Frente Polisario) y establecer un orden favorable al régimen, a través de las prácticas más despiadadas. El auto relata historias particulares que le hacen a uno plantearse la dignidad humana.
Por todo ello, España no puede ni debe mirar para otro lado. El gobierno y todos los agentes políticos y sociales deben ponerse a disposición de la justicia para aclarar no sólo los hechos, sino para devolver la dignidad a las víctimas a través de la acción de la justicia.
Nos encontramos ante un momento idóneo para retomar un debate enquistado, y en el que el pueblo saharaui pierde desde hace más de 40 años. Marruecos debe ceder, y el Sáhara decidir sobre su futuro. Para ello, España debe instar a la Comunidad Internacional a implicarse y hacer que se cumplan las resoluciones prestablecidas desde hace años y que nuestros vecinos del sur se niegan a acatar, con la más absoluta impunidad.
Desgraciadamente España ha demostrado en este conflicto que le faltan agallas. Los distintos gobiernos no sólo han mirado para otro lado, sino que han dejado que Marruecos haga lo que le da la gana, por el simple hecho de defender nuestros intereses económicos en el país vecino.
Lo económico se ha impuesto a lo justo. Prueba de ello es esa reforma de la Ley de Justicia Universal, que nos debe sacar los colores como sociedad y que supone una vergüenza más para España. Somos un país grande, con mucho que ofrecer, y con mucho de lo que presumir, pero desgraciadamente con mucho que callar.
Por todo ello espero que Ben Hachem, Lemdaour, Driss Sbai, Said Ouassou, Hassan Uychen, Braim ben Sami y Haris el Arbi sean procesados, condenados, y paguen por unos hechos que suponen un genocidio en toda regla, y que se asemejan a otras barbaridades que se han cometido a lo largo de la historia.
Sólo así, seremos capaces de redimirnos como sociedad, de hacer justicia con los refugiados, con los oprimidos y por ende con el pueblo saharaui, en general. Muchos ansían su autodeterminación, pero otros tantos tan sólo quieren volver a su casa, una tierra que ni tan si quiera han conocido, y en la que ansían vivir. Hagámoslo, porque como dijo Lincoln: “La probabilidad de perder en la lucha, no debe disuadirnos de apoyar una causa que creemos que es justa”.
*Va por ti Sidi, para que algún día puedas conocer “tu país”.